Cómo es vivir en ...una alcantarilla

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Por debajo de las calles corren ciudades enteras de alcantarillado, y aunque cueste creerlo, hay más de una persona que vive allí. Una historia de vida.

Cuando tenía 9 años mi vida cambió. En esa época conocí un grupo de muchachos que cuidaba carros en Niza, me hice amigo de ellos, empecé a ver que siempre tenían plata y al final me dieron una zona en el barrio Niza para que yo consiguiera mi propio billete.

Mi familia es de Boyacá, todos nacimos en un pueblo que se llama Almeida y nunca nos faltó nada. Yo me metí en la vida de la calle por bruto al ver que era un mundo lleno de libertad, sin reglas y con dinero fácil. En esa época, hace unos 25 años, fácilmente me podía ganar más del salario mínimo, por eso me dejé seducir, o mejor vencer, por el facilismo, no aproveché el amor de mi familia y me fui de mi casa. Mi hogar ya era la calle.

Fui a dar al sector de Unicentro, ahí vivía del reciclaje que era, y es aún, una actividad bastante rentable. El grupo de este lugar era más complicado porque peleaban y robaban, ya en ese momento yo era un drogadicto duro que metía bazuco, marihuana y de vez en cuando me iba para el Cartucho a 'mercar' droga.

Mi cambuche estaba ubicado en el exclusivo sector del hotel La Fontana. Uno entraba agachado a través de un tubo gigante de 45 pulgadas, recorría 200 metros hacia adentro y llegaba a una parte que era el respiradero de la alcantarilla, que tenía un diámetro de 1,50 metros de ancho y 1,40 de alto. Todo el ambiente era húmedo y el agua siempre le pasaba factura a los zapatos. Ahí viví durante dos años con un grupo de cinco compañeros.

Para armar mi cama acomodaba unas tablas en forma de balsa sobre el cemento con cartón, periódico y una cobija de esas que usan para proteger los muebles en los trasteos; un álbum con una foto vieja y amarilla de mi familia en Boyacá y una muda de ropa complementaban mis posesiones. No tenía nada más.

Dentro de la alcantarilla no se veía nada, uno caminaba a tientas y se guiaba con las manos, a veces teníamos velas y eso ayudaba a espantar las ratas. Una vez me mordió una gigante en el pie, tenía que estar alerta. Olía a todo menos a bueno, pero después de un tiempo uno se adaptaba al olor y a la nube de insectos que siempre acompañó mis noches. Dentro de la alcantarilla el ruido de los carros que pasaban por la 127 se escuchaba con eco y era una constante las 24 horas del día.

Para bañarme me iba a una quebrada en Usaquén que quedaba en la zona montañosa y ahí gozaba de un poco de tranquilidad. Muchas veces me daba pereza y una vez llegué a completar un mes sin hacerme aseo.

Dentro de la alcantarilla podía pasar cualquier cosa, nunca olvidaré la vez que en medio de la oscuridad llegó un amigo totalmente 'trabado', lleno de sangre, apuñalado, lo sacamos como pudimos, nadie nos ayudó y se murió en mis brazos.

Mi salvación fue el hambre, gracias a ella un día salí de la alcantarilla y me encontré con Jaime Jaramillo. Yo había escuchado de su labor y de inmediato le pedí su ayuda. Con otros amigos nos montó en su carro y nos llevó a uno de sus centros de rehabilitación en Cajicá. Ahí empezó mi proceso de recuperación que tuvo una recaída, una fuga y la satisfacción de haber salido adelante.

Hoy llevo 17 años sin probar las drogas, soy un ciudadano útil y estudié Seguridad Industrial, y trabajo para una empresa de exploración sísmica y petrolera. Cada vez que paso por la 127 al frente del hotel La Fontana recuerdo a todos los compañeros que se quedaron en esa alcantarilla y murieron, gracias a Dios yo encontré a 'Papá' Jaramillo y él me salvó la vida.