Testimonio

Contra las costeñas

Por: Tatiana Bernal

Este es un artículo que escribe una mujer rola en contra de las costeñas que llegan a la ciudad y aunque las critica insistentemente, también manifiesta "Debo aceptar que las costeñas, refinadas o no, son siempre gente alegre y muchas veces animan nuestra ciudad".

Hay dos clases de costeñas: las que creen ser refinadas y las que tratan de serlo. Las que pertenecen al primer grupo no se conforman con querer ser de estrato seis, eso no es suficiente para ellas. Siempre hacen alusión a que son gente superbién de, por ejemplo, Lorica. ¿Existe gente bien en Lorica? Y más importante aún, ¿dónde queda Lorica? Las de Barranquilla, por ejemplo, creen que viven en un barrio más de Miami; que entre Coral Gables, Doral, Miami Beach y "quilla" hay solo una diferencia de alcantarillado. Hablan mitad en inglés y mitad en español, ¿será que creen que el inglés es un idioma refinado? Estas mujeres se visten en la costa como si vivieran en Bogotá, pero vienen a la capital y se visten como si estuvieran en la costa. Además, un reflejo de ese afán por destacarse se ve en los periódicos de la región: El Heraldo, El Universal, y los demás, tienen más páginas sociales que noticias. Y toda costeña sueña con ser protagonista de la sección social de su periódico.

Por otra parte, las que tratan de ser refinadas son mujeres de provincia, que con todo el mérito vienen a la capital a estudiar en la universidad. Buscan siempre vivir en Chapinero Alto o, mejor aun, en Rosales, porque les parece que son barrios elegantes. Estas costeñas siempre viven en grupo, pueden ser tres o cuatro, y comparten un apartamento de 60 metros cuadrados. No soportan el silencio. Los vecinos desesperados del ruido llaman a la policía y cuando viene el reclamo, ellas dicen que "era solo una tranquila reunión de amigas". ¿Qué se puede esperar del fin de semana cuando la fiesta se extiende 48 horas y el volumen de los vallenatos no baja nunca? ¿Por qué sienten que el vallenato es para toda ocasión? No importa cuál sea el evento, siempre hay vallenato de fondo. Todos admiramos cómo bailan las costeñas, pero no tienen porqué bailar en todas partes. No pueden medio oír cualquier tipo de música, así se trate del Himno Nacional, porque de inmediato tuercen la cara para un lado y empiezan a moverse como si estuvieran sufriendo un ataque de epilepsia. Yo las miro con impresión, siento que se les va a desprender alguna parte de su cuerpo. Pero ellas son orgullosas de su" bailao" y siempre sueñan con que —no importa el lugar, llámese oficina, reunión de trabajo, etcétera— la gente las rodee aplaudiendo, que admiren cómo mueven desencajadamente sus hombros y cómo sacuden con destreza una falda imaginaria que yo, en lo personal, no entiendo.

Las costeñas tienen un talento de combinar todos sus accesorios, que me parece increíble. No porque se vean bien, sino porque no entiendo cómo hacen para conseguir una camisa de transparencia (típica de la región) que les combine con la "moña" del pelo, el brassier que obvio se les ve, el colorete, las uñas y los zapatos. ¿Por qué creen que todo tiene que combinar? ¿Será esto símbolo de la elegancia costeña?

El hablado costeño nunca se les quita, no importa si son de quinta generación o tienen algún familiar de la costa, si se juntan entre ellas eliminan instantáneamente la letra d de su vocabulario y suben el volumen de la voz. No es raro en ellas frases como "ese "pelao" tiene tumbao". Lo del "pelao" medio entiende uno que se trata de un hombre joven pero nunca he logrado entender qué es tener "tumbao".

Debo aceptar que las costeñas, refinadas o no, son siempre gente alegre y muchas veces animan nuestra ciudad. Sin embargo, muchas veces exageran. El tema de "el carnavalito", por ejemplo. Eso no va con nosotras las rolas. Si nos gustara, haríamos el carnaval de Bogotá. Preferimos evitarnos el trancón de la 116 y, de paso, que nos le caiga un huevo en la cabeza. Igual son bienvenidas a Bogotá, con su "hablao" y cálida personalidad.

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