Testimonios

Contra los paisas

Por: Juan Andrés Valencia (caleño)

Contra los paisas por Juan Andrés Valencia (caleño)

Mis reparos contra los nacidos en Antioquia se deben, entre otras cosas, a que se parecen mucho a los frisoles que tanto les gustan: en medio de su berraquera son blandos como el grano y cuando se juntan en abundancia se "hogan" en su caldo de arribismo gaseoso. Y es precisamente esa falsa creencia de que son la última garra de la frijolada lo que más detesto. ¿Ejemplos? Muchísimos, como el hecho de hacernos creer al resto de colombianos que a ellos les iría mejor si se independizaran, según lo sugerían cuando impulsaron aquella estéril campaña de su Antioquia Federal.

Y la embarraron cuando decidieron colonizar el Viejo Caldas. ¿A quién se le ocurre esparcir semillas en un terruño feo, frío y faldudo? Semejante comportamiento, por supuesto, ya estaba dejando entrever la idea que ellos tienen de desarrollo urbanístico: ¿cómo pueden considerar emblemático al Edificio Coltejer, un bloque de cemento que simula tener una tienda de camping en el último piso y un poncho largo y desteñido que lo cubre? Además, es el colmo que se enorgullezcan de su ascensor acostado que moviliza a miles de paisas enlatados (la versión criolla de un tarro de Campbell‘s Mondongo) y, sobre todo, de la estación construida en el Parque de Berrío, justo encima de una escultura de Fernando Botero. Por simple ley de transitividad se debería cambiar ese muy común dicho de las tierras de Montecristo según el cual "yo soy tan paisa que nací en el Parque de Berrío", por el de "yo soy tan paisa que nací debajo del culo fofo de una gorda de Botero".

Lo peor es que se exalten por un par de "paisas notables" en el exterior, como Juanes y Camilo Villegas. El primero es aclamado por letras tan profundas como "tu piel tiene el color de un rojo atardecer" y el mayor logro del segundo, nuevo arrendatario de la fama, es tirarse al piso como una lagartija al acecho y estar en el puesto 57 del ránking del PGA Tour. Pero bueno, ahí están los dos, dándose el roce internacional, solo porque siempre tiene que haber paisas en todos lados. ¿O a quién no le ha tocado en la universidad, en el trabajo o incluso en un partido de fútbol tener que aguantarse a un paisa que se cree lo mejor y a quien, en efecto, lo apodan "Paisa"? Porque esa es otra cuestión: siempre empiezan solos —"antioqueño no se vara", dicen ellos— y terminan multiplicándose como el ébola. Montan su empresita tiránica con mucho "éxito" y se dedican a fastidiar a quien no sea de allá o, lo que es peor, ni los contratan.

Claro que hay que reconocer que son buenísimos para formar todo tipo de instituciones: desde equipos campeones de copas libertadores, pasando por sindicatos antioqueños, hasta las temidas empresas de cobro. Y siempre las forman de manera vilmente contestataria, haciendo mucha bulla y dejando sus pechos colorados al descubierto. No de otra forma se explica su afán competitivo y de protagonismo a mansalva. El América de Cali lo estaba ganando todo en los años 80 y 90, y ellos crearon su rosca en la selección nacional y se la tiraron para siempre. Buenaventura siempre ha sido el principal puerto colombiano, pero ellos quieren construir uno mejor en Tribugá. Las caleñas son como las flores, pero ellos tuvieron que crear la cultura de la mujer ensiliconada y de acento sospechosamente inocente.

Podría seguir escribiendo mil razones más por las que los paisas se me hacen insufribles. Pero sí hay algo que no puedo dejar pasar por alto y es la tristeza de que los habitantes del norte de mi departamento también se crean paisas. Y a lo mejor lo son, pues sus genes los delatan: allá está enclavado el Cartel del Norte del Valle, de donde han salido los peores bandidos de los últimos años.
 
 

CONTRA LOS ROLOS
 
CONTRA LOS COSTEÑOS
 
CONTRA LOS CALEÑOS

 
 

CONTENIDO RELACIONADO

Testimonios

Diatriba contra el Dalai Lama

Testimonios

El día en el que Angélica Blandón confesó que ha hecho tríos

Testimonios

Yo trabé a mis amigos con una torta de marihuana

Testimonios

Historia de mi propio aborto por Virginia Mayer