Ninguno de nosotros lo podía creer, habíamos ganado la versión 2004 de la Copa Toyota Libertadores, éramos campeones. El partido se había ido a penaltis y los de Boca Juniors no anotaron ni uno solo.
Después de que nos entregaron las medallas vino la celebración en grande, agarré la copa, la besé y empecé a saltar con ella. Pensé que era compacta, pero el muñeco de encima estaba sostenido apenas por un cablecito y las orejas estaban como pegadas con pegante. De repente, el muñeco se salió por un lado, la tapa de arriba del balón se abrió y una oreja se cayó. Cuando me di cuenta le pasé la copa a Sierra y seguí celebrando. La verdad es que no me importó, en la emoción del momento a uno lo que menos le importa es si la copa se rompe o no, uno puede seguir celebrando con solo media copa, como hicimos nosotros.
En más de cincuenta años de creada la Copa nunca le había pasado algo así. Los pedazos los recogió un hincha que se había metido en la celebración, los llevó después a donde estaban los directivos y le dieron una recompensa que no sé de cuánto sería. La verdad es que, aunque se le hizo mucho bombo a la cosa, yo creo que no fue nada del otro mundo. El Once ganó, la copa la mandaron a reconstruir después y asunto arreglado. Cuando me acuerdo de eso, cinco años después, me da lo mismo que en ese momento: alegría y risa.