¿Qué puede resultar de un encuentro entre Don Jediondo, Jeringa, la Nena Jiménez y el Mono Sánchez? Andrés Restrepo asistió a este inolvidable show.
A la Noche Verde, el espectáculo que reúne lo que un comentarista deportivo llamaría "los cuatro monstruos" del humor picante en Colombia, asiste en pleno la familia colombiana. Uno pensaría que advertido sobre el tema que se va tratar y la delicadeza con que se va manejar, el padre de familia colombiano, macho y conservador, iría a La noche verde con los amigotes y tal vez en un acto de liberalismo con un par de amigasss. Pues no: a la Noche Verde, a oír a la Nena Jiménez, Don Jediondo, Jeringa y el Mono Sánchez va la familia colombiana en su versión más extensa: papá, mamá, abuela, hijas, cuñados, novios de la hijas y un vecino que se llama Dolcey. Van todos y se 'juagan' de la risa (así, ahogados). Pensar que antes uno quería que se lo tragara la tierra cuando en alguna película que estuviera viendo con los papás se colaban 30 segundos de sexo insinuado. Pues no más: ahora en Colombia uno se ríe con la abuelita de los chistes sobre meter solo la puntica y los gestos de los novios cuando tiran. No sé si en unos años estemos haciendo concurso de eructos con las tías y comentando películas porno con la suegra, pero para allá vamos.
La Nena Jiménez, imagino que por edad, dignidad y gobierno, da inicio a La noche verde sentada plácidamente en el centro del escenario y haciendo un enérgico discurso en defensa del papel del madrazo dentro del humor. En todo caso debo decir que si bien la apología sociológica del madrazo de la Nena Jiménez puede tener sus debilidades, de lo que sí no hay dudas es de que ella es una practicante fervorosa de la causa: yo nunca pensé que una persona pudiera decir tantas veces hijueputa en 45 minutos. No sé si es bueno o malo, pero les digo que es impresionante. Para ella, las pausas naturales que toma todo ser humano cuando habla van inexorablemente acompañadas de un madrazo (y en una de cada dos ocasiones, aderezado con un malparido, bien sea antes o después, indistintamente). Recorrimos así, ordenadamente, chistes de borrachos, curas, hombres infieles, suegras, esposas y demás, pero nunca abandonamos el hilo conductor. Había chistes que uno solo sabía que se acababan porque soltaba el madrazo. Porque al humor de la Nena Jiménez se le podrá criticar todo, menos la consistencia. Chiste que eche la Nena, chiste que lleva sus tres hijueputas por minuto metidos.
Pensándolo bien, la gracia de ver a la Nena Jiménez echando chistes verdes (que en realidad es un concepto de papás, como la "música caliente"), es que tiene una cosa medio legendaria, de finalmente oír a la señora que no nos dejaban escuchar los papás cuando chiquitos, sin importar mucho la realidad actual. Es casi como cuando uno va a ver un partido de fútbol para decir en el futuro que vio jugar a tal o cual futbolista, sin importar mucho si hoy juega bien o no. Pues yo tengo el orgullo de poderle decir en el futuro (¿a quién , eso es otro problema) que escuché en vivo y en directo a la Nena Jiménez explicar los tres pilares que sustentaron por décadas el humor en Colombia: el pinguiñoño, el estrolín y el miriñaque. Nos los explicó y dio ejemplos (como en los libros de Cálculo):
¿Por qué los hombres duermen con una mano en el corazón y otra sobre el estrolín? Para saber cuál se les para primero, hijueputa.
¿En qué se parece Hugo Chávez al pinguiñoño? Que tiene labios gruesos, pelo chuto y es rico el hijueputa.
Y así, uno detrás de otro, sin parar, cientos de chistes y de madrazos, igualitos todos, hasta predecibles: el mismo apunte con distinta envoltura. Así es la cosa con la Nena Jiménez. Eso es lo que hay. Y pensar que el Secretario de Cultura de Medellín se quejaba de Montecristo, que por lo menos se inventó personajes.
Como es fácil suponer, en trescientos chistes (un estimativo conservador de lo que se oye en una noche verde), hay de todo: malos, buenos, repetidos, absurdos, ingeniosos, evidentes, ordinarios, sin gracia. De hecho, uno hacerse un nombre a punta de decirle miriñaque a tirar es por lo menos meritorio. Lo malo, lo grave, es que a nuestros cuentachistes de toda la vida, a los que se sienten realmente cómodos empezando con "había una vez una monja tan puta, tan puta que…" alguien tuvo la idea de decirles que lo nuevo en el mundo del humor es el stand-up comedy, las reflexiones graciosas sobre la cotidianidad y que era hora de evolucionar. Y para desgracia de todos, nuestros humoristas se lo creyeron, decidieron evolucionar y hay que ver el desespero de todos, de Jeringa, del Mono Sánchez, tratando de embutir cien chistes (y trescientos madrazos) dentro de un cuento "pensado e ingenioso". En el colmo de la originalidad, todos recurrieron a rajar del matrimonio como base de su historia. Y ya en una cosa que uno no sabe si es irónica de lo traqueado del tema, el Mono Sánchez basó parte de su presentación en las diferencias entre hombre y mujer.
Para terminar, ahora resulta que el chiste verde, que hasta donde yo me acordaba se centraba en el sexo, tiene un componente escatológico central. Todos, excepto la Nena Jiménez (que seguro no tuvo tiempo, hijueputa), nos repasaron los tipos de pedos que existen, recrearon para deleite del público (de verdad, para deleite, había que oír las risas) uno a uno los pasos de una ida al baño con daño de estómago y replicaron en los micrófonos todos los ruidos asociados al episodio. Una dicha.
Se podrá decir que siendo todos hijos de Sábados felices, eso es lo que gusta y lo que se vende. Que no estamos para la ironía, el sarcasmo y los apuntes ácidos. Que si el humor en la gran mayoría de películas colombianas se basa en que los protagonistas despachen un par de groserías, qué nos vamos a poner a pedirle lujos a La noche verde. No sé. Me niego a creerlo. Añora uno mucho a Los Tolimenses.