Testimonios

Yo vivo con arañas y escorpiones

Por: Andrés Hurtado. Fotógrafo.

Yo convivo con cinco arañas polleras y cuatro escorpiones. Mis arañas tienen nombres de mujeres que yo quiero mucho: Josefina, Lina, Clara, Clarita y Juliana. Y los escorpiones tienen nombres de hombres que me han hecho jugadas sucias y todos son senadores de la República.

Yo convivo con cinco arañas polleras y cuatro escorpiones. Mis arañas tienen nombres de mujeres que yo quiero mucho: Josefina, Lina, Clara, Clarita y Juliana. Y los escorpiones tienen nombres de hombres que me han hecho jugadas sucias y todos son senadores de la República.

Mi historia comenzó cuando tenía tres años, vivía en Armenia y mi mamá me sacó de la boca una araña de jardín que me estaba comiendo. Luego, a los cinco, guardaba en cajitas, que ponía cerca de la cama, las arañitas que encontraba cerca de las matas de plátano. Tiempo después, descubrí que esas arañas son las famosas plataneras, que tienen un veneno muy fuerte y mortal para un niño.

En otra ocasión, saqué del jardín de la casa una serpiente coral, también conocida como rabo de ají, que figura dentro de las más venenosas del mundo. Mi papá, que fue arriero antioqueño y conocía muy bien de serpientes venenosas, me regañó y fue algo chistoso porque me dijo: "Si quieres jugar, juega con esas arañas que no hacen nada, pero no con esa serpiente, que es muy venenosa". Y resulta que esas arañas me hubieran podido matar y la culebra no, porque no tenía veneno.

Seguí jugando con estos animales y llegué a conseguir arañas muy grandes en el cafetal. Las hacía subir sobre mi cabeza, pero era un lío porque tenían unos garfios en las puntas de las patas que se agarraban de mi pelo y eso era peor que un chicle. Mi mamá me veía y se asustaba muchísimo. De tanto observarlas y jugar con ellas y con los alacranes, a los 10 años saqué mi propia conclusión sobre los animales ponzoñosos: "Ningún animal muerde el suelo sobre el que camina a menos que se alimente de ese suelo".

Mis arañas son tan grandes que a veces las suelto y no se pierden en mi habitación. Lo contrario sucede con los escorpiones, los guardo en cajitas para evitar pisarlos porque si eso pasara me picarían y eso duele muchísimo. El problema es alimentarlos, porque comen insectos casi todos los días y acá en Bogotá, por ser tierra fría, encontrarlos no es fácil. Además, la cocina de mi casa es bastante limpia y no hay cucarachas como en todas las cocinas decentes del mundo. Así que un amigo que tiene una finca en tierra caliente me trae cucarachas, grillos y arañitas. En cambio las arañas no son un problema, porque estas que tengo, que son grandes, en cautiverio aprenden a comer carne, son como los colombianos: matan y comen del muerto. Entonces les doy carne de res bien roja, sanguinolenta, fresca y sin sal, pues esto las podría matar. A veces soy muy generoso y les doy pollitos, y es muy divertido ver cómo los cazan.

Cuando mis arañas procrean es terrible. Tienen hasta 800 arañitas, son muy chiquitas y se salen de las cajas y se esparcen por toda la habitación. Por fortuna, la inmensa mayoría muere y es normal. De todas las que nacen en el mundo libre apenas sobreviven 10 o 15; si eso no pasara, el mundo estaría inundado de arañas.

Es tanta mi fascinación por estos animalitos que Gustavo Álvarez Gardeazábal, en su novela El bazar de los idiotas, en el capítulo principal narra cómo una araña me mordió en el cuello y aclaro que eso es falso. La realidad es que en un Congreso Nacional de la Ciencia en Medellín una escorpión preñada y muy gorda me picó en el codo accidentalmente y de ahí salió la historia. Ese día sufrí mucho, me dio fiebre de 41 grados en el brazo y sentía el resto del cuerpo como si fuera hielo, se me inflamaron los ganglios. Recuerdo que una señora me dio una aspirina, se la recibí pero no aguanté la risa porque sabía que eso no me serviría para nada. Lo que hice fue recoger todo e irme para el hospital donde me pusieron una inyección de gluconato de calcio. Al otro día ya estaba bien.

Podría contar miles de historias sobre arañas y escorpiones, pues así como la gente que tiene animales comunes y corrientes cuenta historias comunes y corrientes, yo también tengo mis anécdotas que son bien raras y divertidas. Lo que sí puedo afirmar es que he aprendido que el peor de los animales es el hombre, la gente que me oye se asusta y, por eso, pido que no me insulten. El hombre mata por el gusto de matar y las arañas matan para comer. Por eso, a mí no me dan miedo estos animalitos, no hacen nada, son muy buena gente y no van al Congreso de la República.

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