Las ex

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Por: June

Nuestra columnista lesbiana habla de lo que le dejaron sus amantes y novias del pasado.

Han sido tres las que verdaderamente me han marcado. A las tres las he amado de modos distintos, y a las tres las he ido buscando en otra gente. Ideal sería encontrar a una chica que en su interior lleve la suma de lo esencial: intelecto, alma y piel. Pero no, no y no. Siempre las encontramos divididas, parciales.

Podría decir que mi primera novia, literalmente, me comió de cuento. El arte por el arte, que yo era su musa, que vamos a teatro, que ya viste esa película inédita de Fellini que anda rondando por ahí… Que ¿ya leíste al derecho y al revés Rayuela? Bueno, se lo agradezco porque, sin duda, me aleccionó y con los cuentos de ella, cuando me aburrí de tanta erudición apliqué la misma; comerme de cuento a la que se dejara. Y funciona, pero qué aburrido.

Y claro, para primer semestre con tanto desubique mental, como no sabía qué estudiar fui a consultoría y ahí estaba. Me atendió una loca (porque loca sí estaba) que desarrolló un complejo de madre sustituta particularmente bizarro conmigo. Me aconsejó mal, terminé estudiando Fotografía, y a la larga, uno siempre termina siendo complaciente. La utilicé porque yo era su adoración y ella fue para mí un amorcito, sin mucha trascendencia pero que quise con el alma.

Siempre entre un amor y otro hay interludios, que resultan hasta más interesantes que el amor mismo. En la vida es preferible tener pocos amores y muchos amantes, porque la cotidianidad mata y matiza las cualidades de quienes tenemos al lado y las nuestras también, por supuesto. Terminamos teniendo la monstruosa habilidad de ver solamente los defectos, de adelantarnos a lo que van a decir; todo se vuelve predecible: cae el tedio. Termina uno viviendo con la criptonita en la casa.

Ahora, nada más peligroso que liarse a alguien por la piel, por lo irracional. Ahí no media ni el alma, ni el intelecto. Es un pérfido carpe diem que en vez de arrojar una luz hacia dónde vamos, nos deja completamente ciegos. Propiedad que tienen la ira y/o la pasión exaltada: enceguecimiento.

Y ahí sí, a la mierda con la poesía, cariño, porque te necesito como al pecado. Porque te metiste en mis sueños, mi lugar más íntimo y los transformaste. Me hablaste con esa lengua profana que recorrió tantas veces mi cuerpo y no, no es con el pensamiento que te invoco, es con cada poro de mi piel, desde mi centro más abismal. ¡Qué desenfreno! Fueron meses de fiebre de ti, donde recapitulando ni siquiera sé ni cuándo ni dónde empezamos. Sé que ya no te tengo y que el pensar en ti me nubla de rojo y hasta en la humedad del aire te recuerdo.

Bien lo decía el inmortal Henry Miller, "los sentimientos son antes que el intelecto". Aún así, he hecho un esfuerzo magnánimo por articular lo inarticulable, por transcribir esta pasión, por darle cuerpo. Una verdadera lástima que hasta el fuego se extinga y que vayamos dando tumbos de ciego para ir armando un rompecabezas sentimental con lo mucho que dio la una, con lo poco que dio la otra. Más que una crítica es una apología; a mis 26 años y con todo lo que me han dejado las chicas que han pasado por mi piel, puedo pasar sin trastabillar de refranes populares a Baudelaire… Y sin duda, lo que más trabajo me ha costado decir es lo que se les escapa al alma y al intelecto y le sobra a la sangre: No importa el afán, desvístete despacio que te quiero ver.

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