Ese Cristo que hace dos mil años agravió a los representantes de la antigua ley porque traía una ‘buena nueva’, también fue condenado por los jueces municipales de su tiempo
De no sé cuál patricio del Olimpo Radical del siglo XIX, excomulgado por el pecado de liberalismo, se cuenta que no lo tomó a mal. Afectuosamente burlón con la fe católica de su infancia, hizo imprimir unas estampitas con ángel de la guarda y otras viñetas piadosas y un texto: “Recuerdo de mi primera excomunión”. Los prelados de la Iglesia no cabían en sí de la rabia, pero no consiguieron que el insolente excolmulgado fuera a dar a la cárcel, porque en virtud de la separación de la Iglesia y el Estado, la Iglesia ya no tenía cárceles en Colombia.
Yo creía que eso seguía siendo así. Que aquí nadie podía ir preso por razones religiosas. Que la Inquisición (abolida) ya no disponía del “brazo secular” de la justicia ordinaria. Creía que, como en todo el Occidente civilizado y laico, heredero de las revoluciones norteamericana de 1776 y francesa de 1789, aquí se había logrado la separación de lo civil y de lo religioso; y que en consecuencia no sólo existía la libertad de practicar cualquier culto, sino también la libertad concomitante y complementaria de no tomar en serio ninguno, como hizo el excomulgado que mencioné más arriba. Creía que, por ejemplo, el Presidente de la República estaba en su derecho al hacerse fotografiar para el comienzo de la Cuaresma con una descomunal cruz de ceniza pintada como con brocha en la frente; y que también estaba yo en mi derecho al burlarme de ese gesto oportunista e histriónico. Pero no. Parece ser que existe un artículo del Código Penal, el 203, que tipifica como delito el “daño o agravio a las personas o cosas dedicadas al culto”. Y que ese artículo tiene uñas.
Así, ante la denuncia de un grupo de católicos ofendidos en sus sentimientos piadosos, el juez tercero penal municipal, doctor Édgar Castellanos, ha resuelto, a tenor de dicho artículo, llevar a juicio al escritor Fernando Vallejo; al director de la revista SoHo, Daniel Samper Ospina, y a los participantes en una fotografía publicada por la revista hace unos cuantos números. Se trata de una parodia del famoso fresco de Leonardo que representa la Última Cena de Cristo con sus apóstoles. Y consideran los demandantes, y el juez Castellanos, que con su publicación se agravia un símbolo sagrado del cristianismo; y que por añadidura el vitriólico texto de Vallejo que acompaña la foto es injurioso y calumnioso contra los miembros de la religión católica. De ser hallados culpables, Samper y Vallejo pueden recibir penas de cárcel de entre uno y tres años, y multas de entre diez y mil salarios mínimos (según los agravantes o atenuantes). Los demás participantes –la modelo desnuda que representó a Cristo, los que aparecieron en la foto vestidos de apóstoles– tendrían que pagar una multa fijada por el juez según sus posibilidades. El juicio (si la huelga judicial en curso no obliga a postergarlo) debe celebrarse este miércoles 31 de mayo.
Parece una tontería. Pero lo que está en juego es nada menos que la libertad de expresión y de opinión: es decir, la más alta conquista de la civilización de Occidente. Una libertad que incluye, por supuesto, el derecho a burlarse de lo que se considere más sagrado; o que, más que incluirlo, empieza justamente por ahí. La libertad es la libertad de burlarse de toda autoridad: la del sacerdote, la del monarca, la del juez, la de la tradición, la del pueblo.