Testimonios

Mi primera borrachera

Por: Santiago Roncagliolo

Mi primera borrachera por Santiago Roncagliolo qué se siente emborracharse

Yo tenía catorce años y no sabía nada de la vida. Pero comprendía que estaba a punto de entrar en un territorio de leyenda, en un lugar del que no se salía indemne, en la meca de la vida social: me habían invitado a una fiesta de quince años. Por entonces, entre los colegios de varones de Lima, el ranking femenino se establecía por colegios: una fiesta del San Silvestre era lo mejor que te podía ocurrir: significaba que tu futuro social estaba garantizado. No muy atrás quedaban las del Santa Úrsula y el Villa María, que implicaban que eras aceptado en la pequeña aristocracia limeña. Aún resultaban respetables los colegios Belén y Sophianum. Y en el último lugar, casi en segunda división del atractivo femenino, estaba el colegio Nuestra Señora del Desamparo. Mi primera fiesta de quince años fue de ese colegio.
Había que ir elegante a esas cosas. Yo llevaba una corbata mal anudada y un traje que mi papá había mandado a reducir para no comprarme uno nuevo. Papá insistía en que era un traje muy bonito de casimir. Es verdad que había sido bonito muchos años antes, antes incluso de mi nacimiento.
Lo bueno es que ir vestido como un espantajo de los años sesenta no se veía especialmente mal en esa fiesta, cuyo sentido estético era muchísimo peor que el mío: las paredes estaban decoradas con rosas pegadas con cinta adhesiva, las chicas llevaban medias de bobitos, la quinceañera bailaba con su padre una versión pop del Danubio azul, y yo me sentía solo como una cucaracha con la corbata mal anudada.
No conocía a nadie, porque la fiesta era de una amiga de mi enamorada. Y mi enamorada se había retrasado en la peluquería. Así que me dediqué a hacer lo que un hombre de verdad haría en esas circunstancias: beber.
Tenía catorce años y no sabía nada de la vida. No distinguía la cerveza del champán, el vino del whisky, el licor bueno del malo. Para cuando mi novia llegó de la peluquería, ella llevaba en la cabeza una especie de pastel de bodas negro e iba enjoyada como un árbol de Navidad. Y yo llevaba una borrachera de campeonato. Pero además, no sabía que estaba borracho, porque nunca lo había estado. Entonces empezó lo peor.
Después del Danubio azul, se dio paso a la tradición de que la quinceañera arrojase de espaldas un ramo de flores hacia los chicos. El que cogiese el ramo, debía bailar con ella. Ese era el momento en que todos los hombres se arrastraban por las paredes y se ocultaban entre los arbustos para huir del temido ramo. Todos menos el borracho, claro.
Mi memoria de ese momento no es muy nítida, pero recuerdo que algo me cayó en la cabeza, que en el auditorio se oyó un suspiro de alivio y que, súbitamente, sentí que me arrastraban hasta topar con una figura blanca, delgaducha y sonriente: era la quinceañera.
Imagino que ella estaba demasiado emocionada con la ocasión para prever lo que ocurriría. Y yo. bueno, yo no estaba en mis mejores días. La pieza que nos tocaba bailar era un vals, y a mí me costaba mucho coordinar mis movimientos, de modo que empecé a dejar que ella me llevase. Pero realmente, ella se movía demasiado rápido, describía gráciles piruetas sobre la pista de baile, y las sacudidas empezaron a perturbar mi delicado estómago. Intenté retirarme mientras estaba a tiempo, pero ella me apretó más fuerte y me recordó que la canción no había terminado, y de todos modos daba igual, porque ya era tarde, y entonces los compases del vals y las medias de bobitos y la sonrisa orgullosa del papá ya se me mezclaban con los tallarines del almuerzo, y la leche del desayuno, y con alguno que otro de los canapés de la fiesta, que francamente no estaban tan malos, pero que de todos modos devolví en su integridad a su verdadera propietaria, y precisamente sobre su blanco velo, símbolo de su pureza, de su inocencia y su virtud.
Mi siguiente recuerdo es el de mi cabeza sumergida en el water. De vez en cuando, alguien la levanta y me larga un par de bofetadas. Bajo la pelea de gatos que parece su peinado, reconozco a mi novia, o más bien, ya en este momento, mi ex. Pero yo tengo catorce años, aún no sé nada de la vida, y de todos modos, las chicas de su colegio no figuran en el ranking femenino escolar.

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