Humor

No más stand up comedy criollo

Por: José A. González

Que aquí exista stand up comedy responde a las mismas taras culturales por las que tantos niños y niñas colombianos se llamen Yónatan y Leidi, se explica por la misma ramplonería causante de que en este moridero tropical exista un World Trade Center (de quince pisos), la misma rapacería que nos conduce a fabricar tenis Redbrook, camisetas Abibas y televisores Zoni.

Enhorabuena apareció la palabreja y le compuso la vida a todos los cuentachistes varados, a todos los disc jockeys guisos, a todos los ex presentadores de No me lo cambie, a Papuchis, a Don Jediondo, a Jeringa y a toda la parranda de cuenteros chancletudos que habían caído en el desprestigio. "Ya sé", habrá dicho uno de ellos, "hagamos la misma pendejada pero digamos que se llama 'estandap comedi'(sic)".

Una vez fui a uno. Me senté desprevenidamente. Pedí un vodka Acsolut. Y cuando ya estaba dispuesto a oír una inteligente disertación que me causara risa, salió Alexandra Montoya, imitó un acento paisa y otro caleño, habló como Maria Emma Mejía y contó que había una vez un gringo, un japonés y un colombiano a los que se les apareció un mago... y luego, primera escena, un tipo se saca un moco, segunda escena, el mismo tipo está llorando... ¿Ah?, entonces, según eso, toda la vida hemos visto el dichoso stand up comedy, desde el Negro Palomino hasta la Nena Jiménez, desde Los Tolimenses hasta los Hermanos Monroy.

Es importante establecer una diferencia entre los verdaderos comediantes y los de acá. Los señores Jerry Seinfeld, Woody Allen, Andy Kaufman y John Leguizamo (made in USA, digámoslo de una vez por todas) son más inteligentes, más talentosos y, sobre todo, más cultos que los humoristas de pacotilla locales. Parafraseando la campaña de Jaime Garzón (este sí, verdadero comediante que nunca quiso hacer stand up comedy), "señor humorista, hágase bachiller".

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