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Película porno vista por una mujer

Por: Aspasia Segunda

A los diez minutos de haber conocido a Mauricio Quintero me fui a la cama con él. “Quítate la medias”, fue lo primero que me dijo.

A los diez minutos de haber conocido a Mauricio Quintero me fui a la cama con él.

“Quítate la medias”, fue lo primero que me dijo, “es que el toque de la piel es sensual”, entonces accedí porque no le vi problema a su fetiche, y las tiré lejos. Después de su exigencia, empezó el teatro; Esperanza Gómez, pelo recogido, gafas de secretaria y una ajustadísima camisa blanca de la que desbordaban sus jugosas tetas.

¿Qué hacía yo en una cama con un desconocido viendo a Esperanza Gómez? Pues eso precisamente, viendo, por invitación de SoHo, una película porno en catre ajeno, y ¡completa!, que es aún más aburridor, porque este tipo de producciones uno no se las aguanta de principio a fin; poca creatividad ahí, no hay diálogos entretenidos, ni humor negro, ni ingenio, mejor dicho, no hay un culo, o bueno, eso: solo culos y sexo. Y el sexo siempre será mejor hacerlo que verlo en pantalla.

Esperanza era una vendedora de finca raíz fastidiada porque no tenía cliente, hasta que aparece Karlo Karrera (con todas esas K), un moreno de dos metros de altura, kabeza rapada, jean, kamisa de rayas y gestos de orangután. Con su voz de latino radicado en Miami dice estar buscando casa, a lo que Esperanza, con su spanglish arrastrado, le responde que la siga, que ella le muestra el inmueble. Y hasta ahí, prácticamente, no vuelve a haber una trama más en la historia.

La Reina del Porno, como es conocida y de la que jamás había visto ni un polvo, le mostró a su kliente la cocina, la habitación y el colchón, al que se tiró en cuatro como una gata sobre su tapete favorito moviéndole el culo de arriba abajo: “Mirá qué sólido, superreshisteeente”. En ese momento, Mauricio soltó una risa y se mordió el labio, mientras yo pensaba que la cama en la que estábamos también resistía.

Esperanza y Karlo pasaron a la sala, donde el guion no dio para más y empezó la restregadera. El hombre le succionó la boca a la mujer y, acto seguido, adivinen… claro, directo a las tetas. “Una clave para las mujeres: nunca se quiten los tacones, esa vaina sí que nos gusta, y la ropa de encaje, como transparente, eso gusta”, dijo Mauricio, mientras yo pensaba que un beso de Karlo debía ser peor que el Fenómeno de la Niña. Nada más aburridor que un baboso.

“¡Uy, jueputa, qué rico!”, dijo Esperanza semidesnuda y la lengua de Karlo en su vagina. Y entonces descubrí que esa frase grotesca me sonó excitante. “Eso me gusta, Mauricio”, dije, mientras él describía detalles de la escena: “Ese man solo se quitó una media, está culeando con la otra puesta, eso no se hace”. Estuve de acuerdo, lo que no sabía era que para ver porno también tocaba quitárselas.

Los próximos 45 minutos fueron de Esperanza penetrada de todas las formas y posiciones por Karlo y sus onomatopeyas salvajes, y ella, como una cándida pereirana en paseo turístico le comentaba de los beneficios de la casa: “Vas a poder hacer fiestas, mira este sofá tan lindo, quítame la moña, ¿cierto que me vas a comprar la casa?”. Nada menos arrechante que hacer charla de otras cosas mientras se lo están clavando a uno. ¡Carajo, Esperanza, cállese!, diga lo suyo: “Jueputa, qué rico, perro, malparido”, que eso salva la libido. Pero no, ella siguió con sus anotaciones, y Mauricio indignado porque le estaba escupiendo el pene a Karlo: “No lo escupa, él también siente, respete, perra”, gritaba.

Para rematar, las tomas y planos siempre estuvieron centrados en Esperanza; en su culo, mientras le practicaba sexo oral a Karlo, en la visión de Karlo mientras la penetraba en cuatro. Casi le meten la cámara por donde Karlo metía su gigantesca verga, que de lo grande jamás estuvo erecta, era chueca, flácida y descomunal, casi desagradable, no daban ganas de ver. ¿Y para nosotras qué?, todo estaba centrado en darles placer a ellos y nada para nosotras; planos detallados del cuerpo tonificado de Karlo, su cara en primer plano mientras practica sexo oral, de su culo en movimiento, de él sobre la cámara mientras penetra, de su espalda. Nada. Puro machismo pornográfico.

A la mitad de la película, Karlo estaba cansado. Esperanza, tengo que decirlo, se ganó mi admiración, porque meterse en la boca todo ese monstruo de pene, ¡todo!, al punto del vómito, chuparse ella misma las tetas y galopar esa verga como una jockey profesional no debe ser fácil. ¿Con cuántos manes hay que acostarse para tener ese abdomen?

“Una de las razones por las que es la Reina del Porno es porque no finge, ella no finge”, me comenta Mauricio. ¡Ay, por favor, pero por favor! Si esto no es un documental. Ella es la Reina del Porno porque es la que mejor finge, eso es de ahí.

Karlo finalmente se vino, y fue muy triste; su leche no alcanzaba ni a dejar el vaso medio vacío, Esperanza hizo lo que pudo para untársela en su torso como toda una guaricha experta: “¿Firmamos ya?”, preguntó. “Déjame voy al carro por una pluma especial con la que firmo los contratos. Ya vuelvo”, le contestó Karlo y salió de escena para siempre. “¿Viste que nunca se quitó los tacones?”, me dijo Mauricio. En ese momento, ¡por fin!, la película acabó y no tuve más que decir sino “Uy, jueputa, qué rico”.

@AspasiaSegunda

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