Testimonios

Contra las santandereanas

Por: Gloria Esquivel

En un país en donde las abuelas se sonrojan por la palabra 'cucos', las mamás por la palabra 'pene' y las hijas por la palabra 'vulva', las santandereanas con su franqueza nos dejan a las demás como unas pobres mojigatas.

* Publicado en 2010

Pareciera que fueran una especie extraña de colombianas que no andan con rodeos y que dicen las cosas como son.

Es como si pertenecieran a una raza alienígena que se asentó al lado del cañón del Chicamocha. Beben como hombres, hablan como hombres, frentean al que sea. Como si no entendieran que acá se nos educó para ser señoritas y que cada vez que hablan de su "arrechera", así se estén refiriendo al mal genio, nos dan ganas de taparnos los oídos y acabar esa conversación rápido.

Creo que se podría abrir un ‘Expediente X‘ en donde se evidencie que las santandereanas son, en efecto, extraterrestres. Solo ellas se deleitan con su gastronomía, que más parece un recetario de cine gore y en la que los platos principales se arman a partir de las vísceras masacradas de los amiguitos de Bambi. Mientras el resto de colombianas nos hemos esforzado por aprender a diferenciar la lechuga batavia de la lechuga romana para alejar la carne de nuestra dieta; la santísima trinidad de la cocina santandereana está compuesta por la carne oreada —cocinada a la intemperie bajo las mismas normas higiénicas de un carro de hamburguesas de 1500 pesos—, el cabrito —que mientras más gordo, más tierno y más inocente, más degollable les resulta— y la pepitoria —cuyos ingredientes son sangre de cabro, tripas de cabro y menudencias de cabro—. Mejor dicho, todo lo que no debería comerse de un pobre animalito se lo engullen con disfrute.

La única forma de explicar todas las generaciones de muchachitos santandereanos que sostienen que las hormigas culonas son un manjar es pensando que estas mujeres son una especie de amazonas galácticas cuyo objetivo era alimentar a sus crías con insectos y licuados extraños. Esta es la única lógica que yo le encuentro al mute. Una sopa que trasciende el estado líquido para volverse coloidal, y cuyos principales ingredientes son pata de res y maíz. Callos y ahuyama. Una combinación que se sale de toda lógica humana y que solo responde a la necesidad de cebar una raza superior que eventualmente nos dominará a todos.

En su lenguaje también debe estar cifrado un mensaje para iniciados. No entiendo cómo "eso es una nimiedad" se convierte en un "¡qué jijuepuercas, mano!" o "me parece que caíste en un error" se transforma en un "¡no sea pingo!". El problema acá no es de uso de eufemismos, ni de querer maquillar las cosas. Es un problema de cacofonía y de un gusto particular por combinar los sonidos más horrorosos del español para crear palabras que solo se usan en su tierrita y que, unidos a su peculiar acento, forman un sonido ininteligible. ¿No es muy extraño que la expresión "qué vergajo tan arrecho" no encierre en lo más mínimo un doble sentido?

Sin embargo, creo que mi teoría flaquea cuando uno descubre que en Bucaramanga hay un fervor casi costeño por el vallenato romántico. Ese gusto desaforado por Los Diablitos y El Binomio de Oro revela que detrás de esa imagen dura, de esos "usted es una boleta, mano" que dicen en cada frase, se esconden seres de amor y de gran ternura, similares a los cabritos que tanto gozan despellejar. Conozco a varias santandereanas que, en el momento del cortejo, se derriten cuando les regalan un peluche y que, en el momento de formar una familia, se transforman en dulces matronas.

Yo sí sospechaba que detrás de ese gusto por la menudencia tenía que esconderse un corazón gigante.

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