Por Javier Uribe

Columna

Sentir un fresco

Por: Javier Uribe

Aún hoy me pregunto por qué Nicolás Gaviria dijo ser sobrino de un presidente retirado hace 21 años. ¿Por qué no dijo que era sobrino de José Obdulio, o de Pascual, o de Simón? Incluso, si quería despertar conmiseración, del Carepa Gaviria. Y también me pregunto por qué hemos sido tan laxos con estas empresas que nos engañaron.

Sí, todos queremos un castigo para Gaviria —el “usted no sabe quién soy yo”— por su estupidez. Sin embargo, bien mirado, si se trata de una multa, girará un cheque. Si es cárcel, pagará la pena desde su casa. En conclusión, nunca sentiremos que se ha hecho justicia. Sentiremos la misma desazón de aquel que tiene una novia modelo… pero de tallas grandes.

Propongo que acudamos a nuestra multiculturalidad y así como los indígenas muchas veces acogen nuestras leyes y nuestras penas, nosotros acojamos las de ellos. En ciertos casos. Como este. ¡Purifiquemos a Gaviria! Así lo llaman. Condenémoslo a que camine 3 kilómetros, desnudo, por un páramo de Colombia, que se sumerja en un río de temperaturas bajo cero y luego, propinémosle 20 golpes con una rama de ortiga con pelos y espinas. Y sanseacabó. Por malcriado. Esa sí es pena reparatoria y deja un fresco. Lo mismo para los 60.000 colados diarios en el TransMilenio. Que los policías cambien el bolillo por la ortiga. Volvamos a esas prácticas indígenas. Descongestionamos la justicia y el sistema carcelario.

Ahora bien, si ya entramos todos en ese bullying organizado y masivo en que se han convertido las redes sociales, propongo que además de acabar con Gaviria o Pretelt, iniciemos una persecución contra Winny de Tecnoquímicas; Pequeñín de Familia; Huggies de Kinberly; Baby Sec de Drypers, y los cuadernos de Kimberly, Carvajal y Scribe. Estas empresas, según la SIC, cobraron durante años pañales a los bebés y cuadernos a los estudiantes a precios mayores a los que el libre mercado habría arrojado. Propongo para estos ejecutivos, por no dejar los precios al son de la mano invisible, una mano visible de ortiga. Y renunciemos a sus productos. Yo, por mi parte, no compraré producto alguno de estas compañías en adelante. Me comprometo con el país a nunca comprar sus toallas higiénicas. A no —así muera de ganas— comprar sus pañales para adulto. Y nunca verán bajo mi brazo un Jean Book, cuaderno al que le fui fiel en mi juventud. Volveré al pañuelo de tela antes de comprarles un solo kleenex más. Como deberíamos hacer todos. Y esperaré paciente a que durante diez años esas empresas dejen sus productos a mitad del precio a manera de reparación. Para que sintamos un fresco. Para que tengamos al fin un país en el que no recorten las servilletas en los restaurantes ejecutivos. Un país donde en los baños de las oficinas estatales se cumpla el sueño de un papel higiénico doble hoja.

Me dirán que sin video de celular no hay escándalo y sin escándalo no hay noticia. Pero la escena de estos brillantes ejecutivos es fácil de recrear:

—¡Aumentemos utilidades! ¿O es que en vez de bono quieren pandebono?

—Doctor, pero es que si acordamos los precios vamos a afectar a dos millones de niños en su primera infancia.

—Acá somos de resultados ¡Results oriented! Es nuestra cultura organizacional. Hay que tener contentos a los headquarters, ¿quién quita un cargo directivo regional?

—Pero, si subimos artificialmente los precios, las familias más pobres se quedan sin acceso a pañales.

—Haga de la crisis una oportunidad. Del círculo vicioso uno virtuoso. ¿No sabe usted que el popito de las criaturas es abono para la tierra? ¿Y de dónde viene el papel, mijo? Pues de los árboles…

—Entiendo ¡Lo manejamos como una política de responsabilidad social medioambiental! Eso les gusta a los inversionistas.

—¡Eso! ¡Que se note ese MBA que le pagamos! Lo mismo con los cuadernos: ¡Subámosles el precio!

—¿A los cuadernos? Pero, doctor, hay once millones de estudiantes en Colombia. Afectaría su permanencia en el colegio, y la deserción escolar es un determinante de pobreza…

—Que el MinTic les dé una tableta, para eso pagamos impuestos. ¿O es que la empresa es responsable de que haya pobres? Destine unos pesitos a programas de emprendimiento y salimos de eso. No se enrede, mijo.

Aún hoy me pregunto por qué Nicolás Gaviria dijo ser sobrino de un presidente retirado hace 21 años. ¿Por qué no dijo que era sobrino de José Obdulio, o de Pascual, o de Simón? Incluso, si quería despertar conmiseración, del Carepa Gaviria. Y también me pregunto por qué hemos sido tan laxos con estas empresas que nos engañaron. Me culpo. Y tendré que darme unos golpes de ortiga, para ver si siento un fresco.


@ElNegroUribe

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