Testimonios

Reivindicación del matrimonio

Por: Eduardo Sacheri

Ya sé que vivimos en una época en la que se usa el libre albedrío, la libre determinación de los pueblos y otras conquistas de la subjetividad y los derechos más esenciales del ser humano.

Una época en la que, por añadidura, tienen éxito libros cuyos títulos emparentan el amor con los estados de la materia en los que las fuerzas de atracción y repulsión se presentan igualadas. (Reivindicación de Ricardo Arjona)

En otras palabras, no vivimos en un siglo fácil para la reivindicación de lazos más o menos permanentes como los que caracterizan al matrimonio. De manera que menuda tarea me ha asignado SoHo. Pero, en fin, a los argentinos nos gustan las tareas difíciles, no porque seamos capaces de llevarlas a cabo con éxito, sino porque nos permite vivir el fracaso sin sentimientos de culpa. Por lo tanto, manos a la obra.

Muchos hombres encuentran, hoy día, múltiples argumentos para preferir pasar de largo frente al matrimonio. ¿Cómo elegir voluntariamente atar nuestro destino al de una mujer con la que compartiremos nuestros bienes por mitades, y un número indeterminado pero abultado de años, cuando no la vida entera? Hasta el menos alfabetizado de nuestros jóvenes entiende el concepto de obsolescencia tecnológica: el teléfono móvil por el que pagamos ayer un montón de dinero valdrá mañana unos pocos pesos, porque habrán llovido sobre el mercado y sobre nuestra candidez 400 versiones posteriores con miles de servicios que habrán de convertir al nuestro en un cacharro patético ante cuya exhibición pública los demás mortales habrán de compadecernos.

Y si esos percances nos aguardan con un teléfono, ¿quién, válgame Dios, quién puede garantizarnos que en la elección de una mujer, nada menos, una mujer hecha y derecha, una mujer para que caliente nuestro lecho, nutra a nuestros hijos y acompañe nuestra senilidad, en esa elección, digo, no cometamos errores mucho más trágicos? (Reivindicación del misionero)

La mayoría de los varones, en consecuencia, piensa hoy día que es preferible no casarse con ninguna, para no cerrarnos la posibilidad de que la mujer correcta para nosotros sea otra. Otra a la que conoceremos después, cuando sea demasiado tarde, o lo suficientemente tarde como para que implique un fárrago de conflictos, lágrimas y expedientes judiciales que, dicho sea de paso, van a costarnos un montón de dinero. Por eso el varón contemporáneo se llama a sosiego y prefiere esperar a que la próxima (o la siguiente a la próxima, esa mujer inminente que desvela nuestras esperanzas) sea la correcta.

Pues bien, amigos míos. Sépase de una vez: esa mujer ideal no existe. O mejor dicho, tarde o temprano dejará de serlo. Tarde o temprano, esa mujer maravillosa, con cuerpo de escándalo y con aires de semidiosa y con virtudes de santa y con exquisitos detalles que nos recuerdan a nuestra madre, exhibirá el lado oscuro de su género. Tarde o temprano lavará su ropa interior en la ducha. Tarde o temprano se empeñará en hablar de “algo importante” cuando nuestro equipo se juega su destino y el nuestro en la televisión. Tarde o temprano nos hará una escena sobre el cercenamiento de sus derechos civiles porque no levantamos la tabla del inodoro.

Y en ese momento esa mujer inconmensurable se equiparará con el resto de las damas, nacidas y por nacer en este mundo, que no han sido creadas por el Altísimo para nuestro solaz, sino para parir con dolor y echarnos a nosotros la culpa por tamaña injusticia. Y bien que se lo cobran. (Reivindicación del palillo de dientes)

Y entonces pregunto: ¿Para qué tantas vueltas, tantos descartes previos, tantas rupturas que padecimos e hicimos padecer? ¡Si todo vínculo con una mujer termina con sus calzones hechos un guiñapo enroscado en la canilla de agua caliente!

Dejemos de defender una libertad que, al cabo, no ha de servirnos para nada. Porque puede hasta ocurrir, en el peor de los casos, que con tanto postergar, que nos deslumbremos con una de ojos particularmente soñadores, cuando más nos hubiese valido quedarnos con esa otra que, mal que mal, podía mirar un partido de fútbol con nosotros sin hacer preguntas estúpidas.

No tiene sentido esperar a la mujer ideal. Ni tiene sentido esquivar el matrimonio aguardándola. Enamórese de una y cásese. ¿Que corre riesgo de que ese amor se vuelva obsoleto? Es cierto. Pero lo mismo le sucede con los teléfonos móviles, mi amigo, y usted los compra igual. (Reivindicación de las televovelas)

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