Viaje al pueblo masacrado por los paramilitares

Zona Crónica Izquierda

Viaje al pueblo masacrado por los paramilitares

Por: Alfredo Molano Bravo / Fotografias: Federico Pardo

¿Cómo vive hoy Macayepo, un pueblo que padeció una de las masacres más crueles de la historia de Colombia? El periodista Alfredo Molano viajó hasta allá para averiguarlo.


Para llegar a Macayepo, primero hay que llegar a El Carmen de Bolívar y de ahí subir por una carretera con pretensión de autopista cruzada por zanjas que ha hecho el agua. La construyó el Ejército Nacional. Pero también se puede llegar por Sincelejo, pasando por Tolú Viejo y Chinulito. Es una trocha a medio construir que hasta hace poco tiempo solo era transitable en bestia. Son caminos diferentes que llevan a la misma parte y a otras, porque los Montes de María están cruzados por mil caminos. Son una formación que en realidad pertenece a la serranía de San Jerónimo, que vuelve a surgir en las sabanas de Sucre y Bolívar, donde desde siempre se ha criado ganado. Es una isla en medio de un mar de latifundios.

En Montes de María también había grandes latifundios donde las reses se alimentaban con hierba fresca en los veranos que asolaban las zonas bajas. Dos casos concretos, los hatos del famoso Gordo García y del no menos conocido de autos Miguel Nule Amín. En aquella época, los campesinos eran terrajeros a quienes los patrones permitían cultivar un par de cosechas de maíz o de yuca a cambio de sembrar pasto para el ganado de la hacienda que, por lo demás, crecían sin cesar.



Tanto crecieron los latifundios y tanto abusaron los ganaderos de los campesinos que un día se levantaron e invadieron las propiedades. Fueron días de lucha. La Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc), creada por Lleras Restrepo, organizó numerosas tomas de tierra en toda la costa, pero especialmente en aquellas regiones donde los campesinos eran atropellados y sus derechos no eran reconocidos. En Montes de María la consigna de la Anuc fue simple: la tierra es de quien la trabaja. El Incora reconoció a medias ese derecho y compró algunas haciendas para distribuir entre terrajeros.

El descontento no cedió y fue entonces cuando las guerrillas del EPL, ELN, PRT y Farc echaron raíces. Durante los años ochenta y noventa fueron el poder local. Impusieron sus reglamentos y sus formas de organización. La gente se fue cansando poco a poco de sus arbitrariedades, de los tributos que imponían y de los ataques de bandas armadas apoyadas por la fuerza pública y, en particular, por la Infantería de Marina. La gente cuenta que los paramilitares, financiados por los ganaderos, llegaron al mismo tiempo por las vías de Sincelejo, El Carmen y María La Baja, y formaron una tenaza sobre la Montaña Alta, cuyo centro es Macayepo.
Ahí nació Rodrigo Mercado Pelufo, alias Cadena, en el año 65. Era hijo de campesinos pobres, como casi todos los habitantes del caserío. Ingresó a las guerrillas y adquirió fama de hombre duro. Un día mataron a su cuñada, y Cadena se volvió informante de la Infantería, primero, y luego, su guía. Conocía a los campesinos, a los comerciantes, a los choferes y, especialmente, a quienes ayudaban a las guerrillas. Se hizo caratapada. Cuando la lucha contra las guerrillas cambió de estrategia y permitió, con la ayuda de ganaderos y gamonales, el fortalecimiento de grupos paramilitares, Cadena se destapó la cara y se convirtió en una ficha militar indispensable por el conocimiento de la región, pero sobre todo por su crueldad. Al contrario de lo que se cree, en Macayepo no hubo una masacre al estilo de la de El Salado o la de Chengue, ejecutadas en la plaza principal y al son de tamboras y vallenatos. Fue una matazón que dejaba cuerpos destrozados con motosierra en los caminos a medida que Cadena amasaba su capital con ganado robado. Todo amparado. Todo desfigurado.

El primer gran operativo del Bloque Héroes de Montes de María, al mando de Cadena y dirigido por Edward Cobos Téllez, alias Diego Vecino, un mayordomo de haciendas en Córdoba y Sucre, fue llevado a cabo contra los conductores de camperos que subían a un pequeño poblado llamado Caracolí, uno de los lugares más bellos de la región. Gigantescos árboles de caracolí y verdaderos bosques de palma amarga enmarcan la plaza donde los muchachos juegan fútbol por las tardes y los domingos se venden el ñame, la yuca y el aguacate que sacan los campesinos. Los camperos suben las lomas con dificultad, cargados de remesa, es decir, de mercado. Muchos se veían obligados o seducidos por las guerrillas a colaborar subiéndoles vituallas. Un día de mercado —para ser exactos el 10 de marzo de 1994—, entre oscuro y claro se oía el ruido de los camperos subiendo la cuesta por un camino que era una trocha. Los carros iban llegando y los paramilitares que habían llegado la noche anterior ordenaban a los choferes estacionar y bajar toda la carga. La gente tembló cuando Cadena pidió un machete y ordenó afilarlo como para cortar un pelo en pedacitos.
Había no menos de 50 camperos detenidos en el momento en que se oyó llegar un helicóptero. Dio varias vueltas sobre la explanada antes de que uno de los ocupantes por un megáfono diera los nombres de los choferes acusados de colaborar con los terroristas de las Farc. Fueron varios. Los mandos en tierra humillaron a los nombrados y decapitaron a uno; se llevaron a dos, que fueron asesinados a la salida del pueblito “sin gastarles siquiera un tiro”. Los ejecutaron de afán porque los paramilitares estaban sitiados por la guerrilla, que los persiguió y mató a uno de los mandos, un “negro alto con los ojos del mismo diablo”. De todos modos, el operativo de los Héroes de Montes de María dio resultado: el abastecimiento de la guerrilla fue cada vez más difícil y costoso. Pero también los campesinos fueros sitiados por hambre. Solo subían los camperos autorizados por Cadena, y al subir, tenían que pagarle peaje.
No obstante, aún no había comenzado la matanza. Cadena andaba con sus hombres limpiando de terroristas las veredas. Una madrugada mandó asesinar al pastor de la Iglesia adventista porque predicaba la resistencia e impedía que la gente huyera hacia El Carmen o hacia Sincelejo. Lo mataron con una maza de moler maíz y prohibieron llorarlo y enterrarlo. El cuerpo quedó tirado al lado del templo. Ese día mataron también, y de la misma manera, a dos campesinos. La gente recuerda el terror que esos cadáveres “criaban” en todo el mundo. Una mujer de una tienda cuenta que cuando el grupo pasaba, nadie era capaz de levantar la mirada del suelo por miedo a reconocer a alguno de sus miembros y convertirse así en “dueño del secreto de identidad”. Un miedo mortal a ser testigo siquiera de verlos pasar. El cura párroco, que daba misa un domingo sí y otro no, nunca volvió. La iglesia todavía está en ruinas.
La masacre fue ejecutada por Cadena, que ya había instalado su puesto de mando en la hacienda El Palmar, vecina de San Onofre. El grupo paramilitar, protegido por la Infantería de Marina que impedía subir o bajar de la Montaña, recorrió en una semana los caminos que enlazan a Macayepo, Lázaro, Ojito Seco, La Cansona, Las Nubes, La Sierra, caseríos situados “al otro lado del puente sobre la quebrada”, y dejó 17 cadáveres, asesinados a macana y destrozados con motosierra. La quebrada divide la carretera en dos zonas: en una, vía a Sincelejo, mandaban las Auc, y en la otra, vía a El Carmen de Bolívar, las Farc. Una profesora cuenta que los niños llegaban “con los tobillos ensangrentados por tener que atravesar esos caminos llenos de muertos”. El segundo desplazamiento de población tuvo lugar en el año 2000. El pueblo de Macayepo quedó en físicas ruinas y la región, toda dominada por doña Enilse López, alias la Gata.

Después, en busca de Fernando Araújo, secuestrado por las Farc, la región fue bombardeada durante 15 días por la Fuerza Aérea Colombiana. El excanciller logró evadirse y ser recuperado cadavérico por la fuerza pública. Las guerrillas fueron reducidas y Martín Caballero, comandante del Frente 37, muerto. El gobierno de Uribe creó las Zonas de Consolidación, mientras varias poderosas empresas compraban tierras a campesinos desplazados y, sobre todo, a campesinos endeudados con los bancos cuyas fincas estaban a punto de ser rematadas. Los registros de deudores fueron feriados entre negociantes inmobiliarios que redimían la deuda y se quedaban con el predio. Hoy, la gran mayoría han sido agregados para formar haciendas dedicadas a cultivos de palma, teca o pastos. El programa de Consolidación, dirigido por la Infantería de Marina, otorgó a los batallones de ingeniería militar General Francisco Javier Vergara y Velasco y General Manuel Alberto Murillo González la construcción y el mejoramiento de la carretera que atraviesa los Montes de María. En realidad es una vía que une Bosconia, en Cesar, con el golfo de Morrosquillo, y que la gente llama la “autopista de los contenedores”. No son pocas las quejas de la población sobre un mercado negro de combustible, cemento y varillas originado en esta obra, inaugurada en 2008. Para rematar la obra, Uribe mandó construir en la región reconquistada casas de 2,70 por 3,50 en cemento, una caja de fósforos caliente y despedidora que la gente no usa ni como depósito. 
El círculo de esta historia de recuperación territorial se cierra con una severa plaga de Phytophthora cinnamoni —nadie sabe cómo se llama en español— que ha matado miles de árboles de aguacate en pocos años. En 1990 se sacaban al mercado 35 millones de pepas; en 2000, 28 millones, y el año pasado apenas se llegó a ocho millones. El aguacate fue sembrado por campesinos hacia los años setenta como sombrío del café, pero los árboles resultaron mejor negocio que el grano y, por tanto, se fue abandonando desde los años noventa, cuando se rompió el Pacto Mundial del Café. La región está en ruinas. Muchos campesinos que retornaron a sus tierras han vuelto a dejarlas por causa de esta nueva plaga. Más aún, los bancos están haciendo su agosto con el remate de las fincas, mientras muchas empresas compran los títulos para beneficiarse del desarrollo que han traído la consolidación de la paz y la apertura de la transversal de Montes de María.