El presidente Uribe recibe diariamente 5.000 correos, de los cuales 1.500 son amenazas contra su vida, insultos o críticas a su gestión. La investigación de los casos más complicados puede durar hasta un año.
El Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, está cerca de la plaza de Paloquemao, junto a la Secretaría de Tránsito y la Fiscalía General de la Nación. Se trata del mismo edificio que sobrevivió hace 18 años a un bus lleno de explosivos, cuando Pablo Escobar libraba una guerra sin cuartel contra el Estado y, en particular, contra el general Maza Márquez. Quizá el único vestigio de aquella bomba sea que ahora todas las calles aledañas estén cerradas al tránsito vehicular, salvo la que permite el ingreso diario de 4.000 colombianos que vienen a reclamar su pasado judicial. Es un edificio gris de once pisos, con nervaduras verticales y las tres siglas negras en orden descendente sobre su fachada. A cada lado hay sendas moles de dos pisos, color caca de vegetariano, con arcadas de columnas raquíticas y ventanas en la segunda planta que permiten ver los tubos de neón que alumbran dentro. La puerta de entrada es de vidrios polarizados. Abre un portero armado, de enterizo azul oscuro, botas negras y cachucha con el escudo de la institución. Junto al ventanal hay tres plantas en macetas, cinco sillas cafés y un teléfono público pegado a una pared sin afiches. Esperamos junto a dos funcionarias de la Fiscalía que andan en alguna diligencia y una señora despistada que vino a preguntar por un pariente suyo apresado en un portal de TransMilenio. Luego de atravesar un arco de detención y la requisa de nuestros maletines (la máquina de rayos equis está apagada o quizá descompuesta), dejamos nuestros celulares en el mostrador y aguardamos un poco más hasta que llega Néstor, un efectivo del Área de Investigaciones Informáticas y Electrónicas (AIIE) que tiene gafas cuadradas sin marco, pelo negro corto, jeans y buzo de capucha, zapatos cafés de amarrar con suela de goma y un reloj amplio de grandes números romanos, como hecho para gente con problemas de vista. Tiene un aire al actor Daniel Rocha, el que hacía de Richardo en Vuelo secreto. Néstor nos conduce por un pasillo amplio hasta el AIIE, que está resguardado por una puerta de vidrio con el logo del DAS esmerilado en ella. Se ve como una oficina promedio, común y corriente, que bien podría funcionar de escenario para una agencia de publicidad, de asesorías comerciales o de arquitectura. Los efectivos del AIIE son bastante sport. Nada de gabanes negros y gafas aerodinámicas, ni nenas seudogóticas forradas de neopreno, ni trajes negros de corbata a lo Tarantino. Ni Neo ni el agente Smith que vimos en Matrix. Uno de ellos podría pasar por estudiante gomoso, trekkie o fan de Expedientes X y juegos de rol; otro podría suplantar a un mensajero de comidas rápidas, un dependiente de droguería o un bartender; un tercero podría ser bouncer o profesor de educación física. Ese, quizá, es su mayor mérito: por eso son agentes, pues a James Bond con su frac y su carota de inglés solo le faltaría un letrero que dijera "Soy un espía". Esta, en cambio, es la vida real y hay que saber mimetizarse.
Todos los agentes salen de la academia siendo nivel 6. El director del AIIE, que debe estar muy por encima de ese nivel, nos cuenta que esta dependencia se creó en 1998 porque en los casos empezó a intervenir cada vez más la tecnología, como ya había empezado a suceder a partir de la década del 70 en los países desarrollados. Se incautaban computadores, celulares, elementos informáticos, y pronto se hizo necesario combatir el crimen por internet. El Área de Investigaciones Informáticas tiene equipos de alta tecnología, computadores y programas que han adquirido a agencias de seguridad de otros países. Así mismo han recibido capacitación dentro y fuera de Colombia. Aunque han trabajado esclareciendo estafas bancarias, clonaciones de tarjetas débito y crédito, piratería y derechos de autor, suplantaciones de identidad, difamaciones y hasta la típica historia del novio despechado que publica las fotos de su ex en internet, ahora han dejado de lado estos flancos para que sean cubiertos por la Dijín, la Fiscalía, la Sijín, los departamentos de seguridad informática, etcétera. Sus prioridades actuales son capturar o neutralizar cabecillas de organizaciones al margen de la ley, prevenir ataques terroristas, desmantelar infraestructuras terroristas y redes de apoyo y, por último, preservar el proceso electoral. Sin embargo, y como siempre falla algo en el Tercer Mundo, la legislación colombiana no ha progresado a la par que la AIIE, cuyos miembros acaso están en desventaja con la CIA, el FBI o la Interpol en cuanto a los equipos, pues con respecto a conocimientos y técnicas de computación forense están entre los más avanzados del continente. La evolución paquidérmica de las leyes ha posibilitado que haya mucha impunidad, pues los detectives tienen que estudiar qué delitos tipifican en el viejo código las conductas criminales cibernéticas con las que se encuentran. En casi diez años de funcionamiento, la AIIE ha crecido a razón de más de un miembro por año, la empezaron tres personas y ahora son diecisiete (aunque no todos son investigadores). Eso indica que la carga de trabajo es cada vez mayor y también da cuenta del reconocimiento que el DAS le ha dado a su labor.
Uno de los primeros trabajos que enfrentaron tuvo que ver con una extorsión a Gerber, compañía dedicada a fabricar artículos y alimentos para bebé. Mandaron un mail a las oficinas principales pidiéndoles cinco millones de dólares para no envenenar lotes enteros de compota, y como prueba de la seriedad de las amenazas les decían que revisaran unos productos específicos que, en efecto, contenían veneno. Los rastreos de FBI indicaban que el correo había sido enviado desde Colombia. La Unidad de Delitos Informáticos colaboró en la investigación. Descubrieron que los correos provenían de una universidad en Medellín y un café internet de Pereira. Los extorsionistas se olieron que los estaban persiguiendo y se esfumaron. No hubo detenidos, pero la experiencia sirvió para establecer vínculos entre agencias e intercambiar técnicas de investigación.
A finales de mayo de 1999, cuando la Unidad de Delitos Informáticos era apenas una incipiente dependencia arrumada en tres metros cuadrados, un mail anónimo que cuestionaba la solvencia económica de Davivienda, y anticipaba una intervención por parte de la Superintendencia Bancaria, fue enviado a diferentes ahorradores y empleados de la institución. La noticia se regó como pólvora y en un par de días los retiros ascendieron a once millones de dólares. Álex, uno de los miembros fundadores de la AIIE, participó en ese caso. Durante meses estuvieron rastreando un segundo correo enviado a Davivienda desde una cuenta de Hotmail. Con apoyo del FBI llegaron hasta un nodo en la Universidad de Kentucky y desde allí lograron ubicar una casa en Buenaventura, donde capturaron a José Omar Olaya, de 24 años. El proceso, que se había seguido en Bogotá, fue trasladado a Buenaventura y se embrolló en los huecos legales de la jurisprudencia nacional. En las noticias decían que Olaya podía pagar hasta ocho años de prisión, pero al poco tiempo estaba libre.
Después vino el mail que amenazaba a Pastrana con ponerle una bomba en el avión presidencial. Ocho días antes se había encontrado una carga explosiva en un aeropuerto de la Costa donde el presidente había aterrizado. Los organismos de seguridad se tomaron en serio la amenaza y rastrearon el mensaje hasta una casa en Cartagena que allanaron mediante un inmenso operativo. El mensaje había sido enviado por un joven de 14 años. Su padre estuvo una semana preso. No es el único, pues este año llegó al mail de presidencia un correo que decía "Uribe, te voy a matar". El grupo de Delitos Informáticos descubrió que había sido enviado desde un colegio de Bucaramanga por un niño de tercero de primaria que acostumbraba a amenazar a sus compañeritos vía e-mail. El presidente Uribe recibe diariamente 5.000 correos, de los cuales 1.500 son amenazas contra su vida, insultos o críticas a su gestión. La investigación de los casos más complicados puede durar hasta un año.
Orlando tiene ojos hundidos y juntos, nariz afilada, cara angulosa y boca pequeña. Se ha especializado en rastrear redes de pornografía infantil y pedofilia. No es un trabajo fácil, pues estos tipos se esconden en los intersticios de MySpace, los pliegues de Hi5, los rizos de Kazaa, los albañales de Google, las cloacas de eMule y los espacios suburbanos de internet. Orlando se mete en los chats, foros y páginas donde se intercambian archivos, busca, esculca, husmea, hace contactos y espera. Si se pone ansioso y pregunta más de la cuenta, van a sospechar y se van a escabullir. Algunas veces le ha sucedido. Pero sabe que debe actuar rápido porque no permanecen mucho tiempo en el mismo sitio de la red, constantemente se están moviendo para evitar ser detectados. En horarios de oficina es más difícil encontrarlos y por eso a veces ha tenido que quedarse hasta la madrugada o pasar derecho. Son investigaciones transnacionales que han involucrado a países de Europa y varias agencias internacionales. Pero lo peor de su trabajo es el tipo de gente y materiales con los que debe lidiar. "Le juro que hay veces en que he querido llegar a mi casa y dejar todo tirado", me dice, con ojos atónitos y pesadumbre en la voz, "es que esa gente anda muy enferma de la cabeza".
Otra de las tareas que enfrenta el Área de Delitos Informáticos es el análisis de celulares incautados. Tienen la tecnología necesaria para rastrear la frecuencia y destino de llamadas que almacena la sim card, que es el disco duro de los celulares. El resultado son unos gráficos impresos en pliegos de papel que tienen en el centro el número de celular investigado; de ahí se desprenden infinitas líneas, como radios de una llanta de bicicleta, conectados a otros números. El grosor de cada línea indica la frecuencia de marcaciones. Ese gráfico determina patrones de movimiento e importancia de las relaciones que tiene el propietario del equipo incautado. Esta técnica se usó en el caso del mayor asesino serial en la historia colombiana: Luis Alfredo Garavito. Fue una herramienta muy importante para trazar su sangriento recorrido a lo largo y ancho del país. Otra de sus tareas consiste en quebrar claves, desencriptar información, crackear discos duros incautados a la mafia y organizaciones terroristas. "¿Sabe cómo le dicen los guerrilleros al portátil?", pregunta Néstor, "¡El cacorro! Por ahí es por donde más se incriminan". En este despacho hay una oficina cerrada donde se pueden apreciar, a través del ventanal, un montón de computadores incautados. "Mire nomás ese montón de cacorros que hay ahí", dice uno de ellos, y se ríe. En ocasiones se amontona el trabajo y es necesario cumplir jornadas agotadoras, trabajar hasta muy tarde, venir los domingos. "Uno entra a las 7:30 de la mañana pero no sabe a qué horas va a salir", dice Carlos, uno de los detectives. Pero todos coinciden en que el rigor del trabajo se ve compensado por la preparación y el aprendizaje que reciben. Raúl, por ejemplo, acaba de visitar la Cisco Live, feria de redes en California, y en las Vegas asistió a la DefCon, la convención de hackers más importante del mundo. Le pregunto si no es una contradicción que un agente de seguridad visite una convención de esas y Raúl me responde que los hackers no son necesariamente malos, "sería como decir que todos los cerrajeros son apartamenteros", explica, y dice que muchas veces ha tenido que recurrir a sus contactos hacker internacionales para solucionar algún problema. En Colombia no se ha procesado al primer hacker ni existe el hackeo a gran escala que se ve en otras partes del mundo. En una ocasión, un estudiante de la Universidad Distrital se metió a la página del Ministerio de Defensa, cambió la foto de un general por la de un payaso y a Marta Lucía Ramírez le puso un torso desnudo. Cuando lo apresaron, el estudiante confesó su travesura y les explicó la forma en que lo había hecho. Luego le dijeron que por qué no trabajaba con ellos, pero él se asustó de que en realidad fuera una trampa y desapareció del mapa. Mientras tanto, los efectivos del Área de Delitos Informáticos coinciden en que si se presenta un hacker a sus oficinas y pasa un examen técnico riguroso, podrán reclutarlo para que los ayude a sortear las múltiples murallas, compuertas y trincheras virtuales con las que deben enfrentarse. "No es sencillo, porque a los hackers les da miedo tener tratos con el DAS, pero si llega un pelao berraco y nos descresta, pues bienvenido", dice Carlos.
Paula es la única mujer detective de la Unidad de Delitos Informáticos. Tiene una bonita sonrisa, es seria y un poco tímida, cuenta que es publicista de profesión y se queda a la ronda de anécdotas divertidas. David, el que tiene más pinta de joven, cuenta del caso en que tuvo que investigar una suplantación de identidad. Un tipo encontró a la esposa de un amigo suyo en una página que ofrecía servicios sexuales. El tipo alertó a su amigo y este confrontó a la mujer. Ella se mostró muy sorprendida y extrañada. Cuando buscaron la foto en internet, esta no estaba por ningún lado. Pusieron el denuncio y resultó que, de hecho, la señora trabajaba de prostituta a espaldas de su marido. En una ocasión descubrieron al hijo de un senador haciendo estafas mediante ventas ficticias de celulares a través de internet. Otro día intervinieron en un caso de injurias y calumnias que llegó a las altas esferas del gobierno: no era más que un juego de cachos y celos entre dos parejas que se había desbordado. Pero la que más recuerdan fue un allanamiento en las oficinas de la DIAN, en Barranquilla: todos los computadores de los hombres tenían fotos de una mujer desnuda, en poses provocativas; al final descubrieron que se trataba de la directora, quien se había enredado con todos los hombres de su dependencia y le encantaba que la fotografiaran. "Apenitas para SoHo", dice Néstor. Los demás se ríen y, mientras recogemos nuestras cosas, empiezan a decirle a Paula que nosotros, en realidad, habíamos venido a tomarle fotos a ella. Qué más quisiéramos…