yo estuve con el agua al cuello

Por: Christopher Henegar



Soy infante de Marina en Estados Unidos, y cuando el huracán Katrina azotó la costa del golfo, me enviaron a Nueva Orleáns con mi destacamento. La misión: rescatar a cuanta gente pudiéramos. Yo simplemente no estaba preparado para la clase de devastación que encontré. Casi toda la zona estaba inundada y cuando se rompieron los diques que protegían a Nueva Orleáns del mar y nuestro grupo no estaba muy lejos de allí, la ciudad literalmente comenzó a desaparecer bajo el agua. Entonces sí que nos vimos en aprietos.

Habíamos bajado de nuestro vehículo anfibio y caminábamos por una calle con el agua a los tobillos. Era un paisaje destrozado pero sereno, en un día de mucho sol. De pronto, el nivel del agua comenzó a subir vertiginosamente, tomándonos completamente por sorpresa. Era como si alguien hubiera abierto un grifo inmenso. En menos de diez minutos teníamos el agua a la cintura y sentíamos que una corriente nos empujaba hacia adelante. Pasaron otros cinco minutos y ya nos llegaba al cuello, y era casi imposible caminar con los equipos y las armas encima. Pronto estábamos nadando y buscando algo a qué agarrarnos mientras nuestro comandante llamaba por radio a los pilotos de los vehículos anfibios.

Tardaron casi media hora en llegar. Mientras tanto teníamos a varias personas desesperadas que habían sido igualmente sorprendidas en la calle por el agua, pidiendo socorro. Otras más se habían subido a los techos de sus casas, que de pronto se habían convertido en el primer piso. Subimos a bordo a cuantas personas pudimos, sobre todo si tenían niños en los brazos o si se veían especialmente agotadas y nos fuimos, pero todos se querían montar en los tanques anfibios, sin querer escucharnos cuando les decíamos que pronto vendrían más tanques y helicópteros a rescatarlos.

Después vimos en las noticias que Katrina fue el huracán más mortífero y costoso en la historia de Estados Unidos, y el sexto más fuerte en la historia de huracanes en el Atlántico. Inundó el ochenta por ciento de Nueva Orleáns, mató a casi dos mil personas y ocasionó pérdidas por unos 80 mil millones de dólares. Fue algo absolutamente horrendo.

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