Pasó hace cinco años, un 23 de diciembre. Yo estaba montando un gimnasio y habíamos esperado unos tubos todo el día, pero no llegaron hasta las seis de la tarde, ya cuando estaba anocheciendo. Como no cabían por la puerta, los empecé a subir por fuera y en una de esas uno de ellos -eran de metal- tocó un cable de alta tensión. Recibí una descarga de 11.400 voltios. Al momentico salí volando y quedé tieso mirando al cielo. En ese instante no sentí dolor, solo que no me podía mover. Estaba consciente, escuchaba todo, los gritos de mis compañeros, todo; pero estaba paralizado. Poco a poco empecé a sentir un miedo terrible, me dio un ataque de pánico. No me quería morir, era lo único que pensaba. Un amigo que se acercó y me alcanzó a tocar salió volando también. A él no le pasó nada. Sólo lo pateó la corriente.
Como tenía guantes no vi lo que me había pasado en ese instante. Fue en el centro de salud, donde recibí los primeros auxilios, donde me di cuenta de que tenía la mano izquierda como un chicharrón reventado, lo mismo que parte del muslo derecho. La corriente había entrado por esa mano y había salido por la pierna. En el centro médico me pusieron siete bolsas de suero a chorro, no por goteo, y cuando me empezó el dolor me dieron ampolletas de tramal. A eso de la una fui trasladado al Hospital Simón Bolívar. Todavía no me podía mover. Duré seis horas sin poder hacerlo.
En el Simón Bolívar duré 17 días en cuidados intensivos y en total estuve un mes y medio. Como cada vez el dolor era más fuerte, me tuvieron que poner morfina. Las curaciones eran terribles. De la pierna me fueron quitando carne poco a poco con unas tijeras curvas. El hueco empezó de cinco centímetros y terminó de quince. Era tan profundo que veía los músculos y los tendones en funcionamiento. Cuando recogía o estiraba la pierna veía cómo se contraían o alargaban. Era impresionante.
Sólo me deprimí el 31 de diciembre. De resto estuve de buen ánimo. Creo que fue por lo que me dijo el doctor apenas me internaron. Me explicó que cualquiera que recibiera una descarga de esas si le iba bien perdía por lo menos un miembro, en este caso yo hubiera perdido la mano, que fue por donde entró la descarga.
Salí del hospital pesando sesenta y dos kilos, al entrar pesaba noventa y pico. Me daba cierta cosa mirarme al espejo, sobre todo por la pierna, pero después lo superé. Duré como seis meses con miedo a conectar los electrodomésticos de la casa, la grabadora, la cafetera, la licuadora. Ahora sólo me dan a veces taquicardias y me quedó el recuerdo del susto más grande de mi vida, el susto de haber pensado que me iba a ir, que me iba a morir durante esos instantes en que quedé paralizado mirando al cielo.