Sobre cómo no morir de desamor
Claro que es muy duro que lo dejen a uno. Todos hemos pasado por alguna
desilusión amorosa en la vida y conocemos lo doloroso que es. Hemos
tenido ese hueco en el pecho, la falta de aire al respirar, la ausencia
de sueño, la abundancia de recuerdos que persiguen y que hieren. A mi
me dejaron faltando 20 días para mi matrimonio.
El día que pasó
pensé que se trataba de un mal sueño, y a medida que se fue volviendo
realidad, empecé a tratar de enfrentar lo que eso significaba. Siete
años de noviazgo terminados abruptamente. Todas las ilusiones
derrumbadas: el nuevo apartamento donde viviríamos, la ceremonia, la
fiesta, las invitaciones entregadas, el vestido blanco, mis sueños de
construir una familia…pero sobre todo, el vacío que dejaba la ausencia
de esa persona que por tanto tiempo me había hecho feliz y que ahora me
mataba con una frase tan escueta como hiriente: “No me quiero casar,
nuestra relación es una mentira”.
Mi primera reacción para
sobrevivir fue refugiarme en un mundo donde las lágrimas brotaban como
el nacimiento de un río. Donde la vida se hacía difícil y la muerte
parecía la única salida. Supliqué, grité, imploré, recé y luego entendí,
que la única que podía sacarme de ese estado era yo misma. Hoy, 8 meses
después, reconozco que esta experiencia, aunque profundamente dolorosa,
trajo muchas bendiciones a mi vida.
Lo primero que tuve que
hacer fue entender que el dolor, no debe ser igual al sufrimiento.
Poco a poco fui conociéndolo, aceptándolo, resistiéndolo. Es normal que
con un golpe tan fuerte, el corazón se rompa en mil pedazos. Se cree que
esta es frase es metafórica, pero cuando algo así le pasa a uno,
entiende que es literal. Cuando uno se cae y se raspa la rodilla, siente
dolor. Por eso busca la manera de hacerse una curación. Se soba,
desinfecta la herida, la venda y espera a que sane. Lo mismo debe pasar
con el corazón. Hay que tomarse un tiempo para repararlo, para
curarlo, pero no aumentar el dolor con sentimientos de culpa, con
recuerdos tormentosos, con quejas, rabias y reclamos, porque son estos
los que conducen al sufrimiento y éste a las lamentaciones que acaban
con la autoestima.
Entendí que no debía seguir preguntándome por
qué me pasó esto a mi. Cambié la pregunta por unas mucho más sensatas:
¿Para qué me pasó? ¿Qué debo aprender de todo esto? Y aunque en un
principio estas palabras parecían vacías, poco a poco fueron teniendo
significado.
Después, fui dándome cuenta de que la felicidad no
se puede basar en nada ni en nadie. Para ser feliz hay que ser fiel a
uno mismo. Perseguir siempre los sueños, disfrutar de las pequeñas
cosas, aprender de lo difícil y apreciar las cosas buenas que nos pasan y
tenemos y que a veces damos por sentadas. En mi caso, tuve suerte
porque estuve siempre protegida de pilares que me sostuvieron, me
alegraron, lloraron e hicieron catarsis conmigo durante todo el proceso.
La vida me dio la oportunidad de demostrarme lo querida que soy por
muchas personas.
Es importante contarles que para mi sanación,
perdonar fue lo más importante. La traición es dolorosa, pero más dañina
es la rabia, nada más corrosivo que el rencor. Por eso decidí pensar en
los momentos más bonitos de la relación, que fueron muchos. Resolví
atesorarlos y agradecerle a la vida, que me hubiera dado la oportunidad
de vivirlos. Cada vez que aparecía un recuerdo doloroso lo cambiaba por
otro divertido, y aunque eso me hacía extrañarlo, también me ayudó a
dejarlo ir. Si te enamoras de una persona con un espíritu libre, debes
entender que en algún momento va a querer volar. Cuando te enloqueces
por un rebelde, debes aceptar que en algún momento va a romper todas las
reglas, incluyendo aquellas que te unían a él. Nadie es culpable de las
cosas que pasan, no se puede juzgar a quien te dejó de amar. El amor no
es una obligación, se construye cada día y a veces, simplemente se
muere aunque uno no encuentre explicación.
De pronto el mundo
empezó a recobrar sus colores, las canciones dejaron de arrebatarme
lágrimas, mi vida se volvió a llenar de luz. El trabajo en la W radio
llegó como mandado del cielo: un proyecto lleno de retos, de gente
maravillosa y sobre todo de una rutina de vida totalmente diferente a la
que tenía, edificante. Luego vendría un programa de televisión en
Telmex del que me siento muy orgullosa. Hoy en día mi rutina de trabajo
comienza a las ocho de la mañana y termina a las once de la noche, y lo
mejor de todo es que me divierto mucho y aprendo cada minuto.
Curiosamente
me he convertido en una muy buena consejera amorosa, y creo que esta
nueva habilidad se da porque a pesar del golpe, sigo creyendo en el
amor. Siempre he sido una romántica empedernida y por eso sé que algún
día volveré a amar. Voy despacio, las heridas a penas están empezando a
cerrar, pero tengo la certeza de que cuando eso pase, amaré mejor.
Ilustración Marcela Salazar