Un chequeo de salud podría volverse candente si se lo realiza una mujer. Sería el espacio ideal para cumplir una fantasía. Pero el sexo con doctoras es una ilusión. La realidad es más flácida.
El mayor éxito que se desprendió del disco ya presagiaba las complicaciones que se presentan cuando la fantasía es aterrizada en la realidad. Se titula All the small things. Nombre que logra encarnar a cabalidad lo que de verdad sucede cuando crees que estás a punto de metérsela sin compasión a una profesional de la salud.
Las pruebas de admisión son un acontecimiento frecuente para los colombianos. Por la dinámica laboral cambiante de nuestros días, y por la llevadera perpetua de nuestro país expresada en sueldos mugrosos. Así, alrededor de cada dos años habrá un nuevo toqueteo de huevos de parte de una médica, y una nueva oportunidad para imaginar una clavada que no pasará.
A las doctoras que están medio buenas, nunca les verás ni el menor rastro de intención lasciva. Es más, te apretarán las huevas duro y rápido, ellas sí sin compasión, como cuando inflan el tensiómetro. De pronto te topes con una que te sonría desde el principio, y con la que sientas cierta química. Que empiece a preguntarte qué comes, para decirte que tienes un poquito de barriguita pero te ves muy bien. Y en mitad de la consulta te hable sobre locales de hamburguesas. Que pregunte sobre tu actividad sexual, y diga que aún no debes tener hijos. Que “huy, eres altico” y te de una palmada en las nalgas. Que sientas que va subiendo por las piernas, casi acariciando. Que agarra más de lo debido y por más tiempo, y que se sonríe y hace comentarios pícaros cuando te pida levantarte la bata y enseñarle el pene.
¿Antiético? Pfff. Ojalá todas fueran como esa prometedora minoría. Encontrarás esas actitudes en las más lánguidas, mayores, de caras brotadas. Son siempre las más dispuestas esas que, digamos, demandan más horas de Photoshop antes de subir una foto en Facebook. Quizá no sean intenciones completamente lascivas, pero a la mente morbosa le gusta recibir esa impresión. En todo caso, aún si las médicas “aguantan” y se muestran coquetas y suficientemente atractivas, de nada sirve.
A veces la vida te sonríe. Aquí la tienes. Una doctora joven y radiante. Medio sexy, con escote y piernas prometedoras. Esperando que presiones las claves precisas para tener sexo en el consultorio. Ya podrás tachar otro ítem en tu checklist de sitios para fornicar.
La ardiente fantasía nace condenada a un flácido fracaso.
El encuentro íntimo con las médicas tiene una realidad más blandengue de lo que cualquiera admitiría públicamente. Está marcada por el frío de los guantes que usan. Cae como un corrientazo. El piso es helado, como los bordes metálicos de la camilla y el colchón de plástico. Alcanzas a sentirte bien; una leve excitación, un placer incipiente.. pero de ahí no pasa. No se refleja en una rigidez que permita maniobrar y seducir. Desvestido en ese escenario de bajas temperaturas, resulta difícil demostrar una consistencia al menos decente; resulta imposible alcanzar una erección.
Los testículos se recogen al máximo, apretados hacia arriba y endurecidos. El pene se empequeñece a niveles insospechados, al grado de ser superado en tamaño por el dedo pulgar. Deja de ser la mondá, deja de ser la guasamalleta, y de pronto no es más que la pichita. Al frío se le suma el pánico escénico. La timidez y la vergüenza, que generan un circulo vicioso. Sientes pena de que la doctora la vea así de chiquita, incapaz de amenazar algún chiquito. La misma pena te la encoge más y más. Además, muy en el fondo te cohíbe un extraño miedo de que se te ponga dura, y que haya problemas porque la doctora se ofenda. Así que el órgano genital suele buscar refugio hacia atrás, como huyendo del oso que protagoniza.
El mejor amigo del hombre, su pene, lo puede decepcionar en momentos clave como estos. Incluso puedes sentir que el tacto es agradable, que el tacto es estimulante y debería parartela, y sin embargo nada. Te voltean, te levantan, te doblan, y nada. La experiencia del examen médico habría podido convertirse en un episodio sexual incomparable; cualquiera quiere vivir situaciones de película, y una toqueteada de una doctora parecía por un momento el camino más rápido. Ahí encerrados, con la excusa perfecta para tomarse su tiempo y salir arreglándose la ropa. Pero en lugar de eso, dejamos una muy pequeña impresión ante una mujer que esperamos no volver a ver jamás. Sales sintiéndote manoseado, usado y desechado como los guantes de ella, cuya sonrisa no te parece amable sino burlona.
Tarde se me ocurrió una tentativa de solución. Conveniente sería empezar a masturbarse en el vestier o el baño. Demorarse un poco después de quitarse la ropa, y darle arranque al motor para salir ante los ojos de la médica sin bata y con la verga parada. Es poco probable que se nos vaya a abalanzar encima de piernas abiertas. Quizá se asombre, o se indigne y exija que uno se cubra. Pero nuestro nombre quedará en alto, con una reputación bien erigida. Tal vez hasta se provoque y te pida que vuelvas a chequearte más seguido. Es lo máximo que puedes aspirar. A final de cuentas, solo llegaste a que diera fe de tu buena salud. Y qué mejor señal que una parola.
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