El beso me dice qué tan apasionado es, qué tan rápido quiere que vaya la cosa, qué tanto le gusto yo.
Eso soy exactamente. Una vampiresa de primeros besos y de primeras veces. Nada me parece más rico que ese momento exacto en el que el tipo se acerca, abre la boca un poquito, cierra los ojos y puedo sentir su aliento sobre mis labios. Ese primer beso, en el que empieza a asomarse su lengua húmeda y se encuentra con la mía, es el momento más perfecto de cualquier relación.
Ahí tengo los sentidos alerta, siempre tratando de sentir dónde están sus manos, que pasan por mi espalda, suben a mi cuello, me tocan la cara, bajan a las tetas y vuelven a la espalda, con un pudor que solo puede dar la timidez de las primeras veces.
Colecciono los primeros besos como si fueran reliquias de mis muertos y los busco con una sed que solo puede tener un vampiro. Los recuerdo todos, absolutamente todos.
Empezando por el primer beso de mi vida, con un tipo de ojos verdes que se llamaba Andrés y que luego le dio por ser cantante (sin ningún éxito). Estábamos en vacaciones, él había perdido el año y sus papás aún no sabían. El castigo de dos meses nos separó para siempre porque le prohibieron el teléfono y tampoco lo dejaron salir de su casa.
Para cuando comenzó el colegio de nuevo, yo ya había besado otra boca más experimentada y lo había olvidado.
Siguieron tantos que me resulta imposible contarlos todos en una columna. Me besé con un primo alguna vez, con el hermano de una amiga, con mi mejor amigo, con el mejor amigo de mi mejor amigo, con noviecitos ocasionales que no quería ver después de aquel primer beso porque ya había tenido suficiente con eso…
Sedienta de labios y lenguas y alientos ajenos, me he lanzado a la calle en busca de aquel momento. Pero no basta con conocer a alguien en un bar, besarse y cada uno seguir con lo suyo. Mi obsesión por los besos es más compleja que eso. Necesito sentir el ritual del cortejo, que me llamen, que me busquen, que me coqueteen. Necesito coquetear yo también, mirar, buscar. Ese juego excitante de dudas tiene su final perfecto en un beso. Ahí ya sabemos lo que pasa. Nos gustamos.
Y depende de ese beso saber para dónde va la relación. El beso me dice qué tan apasionado es, qué tan rápido quiere que vaya la cosa, qué tanto le gusto yo.
También actúo con una completa sinceridad frente a las bocas que beso por primera vez. Si el tipo me gusta mucho, me abandono en un beso desenfrenado y erótico, siempre teniendo cuidado de que no sea tan sexual para que no piense que solo busco una cama.
Si no me gusta tanto, dejo los ojos abiertos, soy menos dulce y simplemente le pongo una mano sobre el pecho que, depende de cómo vaya el asunto, puede subir al cuello o quedarse como policía.
Si la cosa va bien, mi sed aumenta. Ahora necesito sentir todo lo que viene después de un primer beso. Me gusta que la exploración se demore varios días. Que vaya conociendo mi cuerpo bajo mi ropa. Mis tetas, mi culo, mi cintura, mi cuca. Que vaya quitándola despacio, como quien pela una cebolla. Ya los besos en la boca no son lo más excitante sino los que me da en el cuello, cómo me chupa las tetas, cómo me lame en la entrepierna.
Y luego, cuando me lo mete, ese último momento de "primeras veces", es simplemente la culminación del coqueteo.
Sin embargo, hay que reconocerlo, no atesoro tanto el momento del polvo como aquel en el que todo empieza. El instante perfecto en que se cierran sus ojos. El momento más hermoso de cualquier relación. Donde todo puede ser posible, hasta, por qué no, la felicidad.