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Lo que nunca entendí de la capoeira

Por: Camilo Jaramillo S.

No estoy en contra de las artes marciales, ni mucho menos de los bailes. Para ambas soy pésimo, aunque aclaro que no me molesta ver gente practicando karate, ni parejas bailando salsa. Mis reparos es cuando se juntan las dos cosas.

No estoy en contra de las artes marciales, ni mucho menos de los bailes. Para ambas soy pésimo, aunque aclaro que no me molesta ver gente practicando karate, ni parejas bailando salsa. Mis reparos es cuando se juntan las dos cosas.

 Se supone que, entre los siglos XIV y XVI, un grupo de esclavos tuvo la brillante idea de crear este baile/arte marcial/deporte, para simular una lucha contra sus dueños. Hasta ahí me parece bien. Estoy de acuerdo con esa clase de protesta simbólica aunque fundamental. Pero resulta algo grotesco que, ya sin ese contexto, subsista esta especie de deporte bailable, esta suerte de lucha increíble que consiste en no tocar al rival. Para que lo entiendan lo diré así: bailan y pelean, y además gana el que no toque al contrincante. Pues, para eso, que se limiten a discutir verbalmente, ¿no? A ventilar amablemente sus diferencias.
A veces se me viene la visión de que practico capoiera y que camino por un callejón de la Caracas. Dos atracadores aparecen repentinamente, armados con cuchillos. A mi cabeza acude, entonces, lo que he aprendido en años de práctica. Pido que alguien me haga un ritmo. Que alguno de los atracadores toque una pandereta —un pandeiro, un reco-reco, un agogô, que así se llaman los instrumentos de la capoeira— para que sea capaz de reaccionar. 
—Toquen algo más movido, que estoy que me peleo —los animo. Empiezo a hacer la guinga, el movimiento fundamental de esta disciplina, seguido de grandes amagues al mejor ritmo, hasta que los atracadores aplaudan y me feliciten y se vayan callejón abajo a conseguir otras víctimas. En una misma cuadra de la séptima conté más de tres academias de capoeira. En el Parque El Virrey se reúnen grupos multitudinarios a practicar capoeira. No quiero ofender a nadie, pero los invito a que bailen o peleen. Hacer las dos cosas a la vez es algo inútil. La pareja de baile puede terminar espantada; los atracadores, con ataque de risa.

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