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Insúltame si puedes

Por: Por Andrés Hoyos

Jota Mario Valencia escribió Insúltame si puedes con el loable propósito de darles armamento a los estudiantes de Comunicación que están expuestos –o van a estarlo– a un público impredecible que de tarde en tarde se los quiere comer vivos.

Jota Mario Valencia escribió Insúltame si puedes con el loable propósito de darles armamento a los estudiantes de Comunicación que están expuestos –o van a estarlo– a un público impredecible que de tarde en tarde se los quiere comer vivos, como le pasó a él un viernes 13 cuando un invitado traído de reemplazo a última hora le hizo pasar las duras y las maduras en uno de sus programas de televisión. El tipo, un sesentón impasible, se las tiró de adivino y con esa excusa empezó a insultar a medio mundo, camarógrafos, televidentes, dedicándosela por último al propio Jota Mario. Como estaban en vivo, el experimentado presentador no pudo hacer otra cosa que mascullar su frustración y rezar para que empezaran los socorridos comerciales. Llegado el corte, Jota Mario explotó y arrojó al infractor a las tinieblas exteriores. El libro en cierto sentido es una sacada de clavo, pues el autor confiesa que tras el incidente vivió meses de inseguridad y paranoia.

La parte sustantiva de Insúltame si puedes, por así llamarla, ocupa algo más de 40 páginas y puede ser útil y necesaria, pues es corriente que los comunicadores enfrenten situaciones embarazosas. El autor va desmenuzando de forma sistemática por qué “con todo respeto” suele significar todo lo contrario, por qué un refrán incoherente puede desorientar a un agresor, cómo un latinajo o un non sequitur a veces son suficientes para salvar la tarde o por qué la socorrida pregunta “¿Y...?” es tan eficaz en las polémicas. Cabe aclarar que la parte inventario del libro no deja de resultar riesgosa, por cuanto ofrece armas muy variadas en el arte de la polémica sin explicar con claridad que usarlas bien implica un cierto adiestramiento selectivo, dado que no todas sirven en todos los momentos.
Lo malo es que las 40 páginas útiles, concentradas en el capítulo 2, no le hubieran alcanzado a Jota Mario sino para hacer un opúsculo, mientras que lo que él quería publicar era un libro. Así que del capítulo 3 en adelante pasa revista a la vertiente académica de la esgrima verbal o gestual, luego le suma al asunto otro tanto de parte “filosófica” y más adelante se pone en plan de taxonomista de las actitudes psicológicas. La acumulación de referencias eruditas en estas materias –nos enteramos, por ejemplo, de que existe una variada gama de trastornos emocionales, el vengador, el envidioso, el trepador, el hipócrita, el iracundo, el equilibrista, el inocente y otros más– es previsible. Aun más adelante, Jota Mario incursiona en los predios de la “inteligencia emocional” y ya con ganas de descrestar nos confronta con el inevitable fantasma posmoderno de la “Programación neurolingüística”. Todo eso puede tener base científica. Sin embargo, es preferible leerlo en los manuales de cada disciplina, usando como buena guía la bibliografía de Insúltame si puedes.
Unas pocas citas al azar darán una idea del tenor arriesgado que asume el libro en las materias de fondo:
“La existencia no es otra cosa que la prolongación de nuestro pensamiento”.
“Por fortuna hay una ley universal que no falla: los pensamientos buenos dan resultados buenos y los pensamientos malos dan resultados malos”.
“El ego es una especie de monstruo que habita en nuestro interior”.
“Amar a los tiburones no nos protegerá de ellos si nos encontramos sangrando dentro de un estanque lleno de ellos” (aquí cabría preguntarse qué demonios hace uno en un estanque semejante).
“Vivir es poder percibir la maravilla de la creación que nos rodea...”.
Aunque aquí y allá Jota Mario suelta anécdotas divertidas, no hay manera de sacarle el cuerpo a la conclusión de que las partes de relleno del libro tienen un alto poder somnífero. Me dirán que el lector obviamente se puede saltar esos párrafos e incluso esas secciones, a lo que respondería que una solución todavía mejor sería no comprar el libro. A mí, sobra decirlo, me lo regaló la revista SoHo.

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