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¿Puede este hombre ser el próximo presidente de Colombia?

Por: JORGE QUINTERO Fotografías: Alejandra Quintero Sinisterra

Aunque apenas tiene 40 años, este senador es uno de los precandidatos del Centro Democrático para las elecciones de 2018. Algunos creen que es la carta del expresidente Álvaro Uribe para recuperar el poder. Para eso tendrá que derrotar a dos pesos pesados de su partido.

Iván Duque, senador del Centro Democrático desde 2014, es hoy una de las caras más visibles y amables del uribismo. A pesar de que aún no es muy conocido a nivel nacional, se perfila ya como la figura del futuro en ese partido. Paradójicamente, el hecho de ser relativamente desconocido es una virtud en la Colombia de hoy. La gente está saturada de los políticos tradicionales y quiere algo diferente. Duque pertenece a un partido como cualquiera de los otros, pero proyecta algo nuevo. Su presencia trae una bocanada de aire fresco.

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Aunque su hoja de vida es corta comparada con la de sus dos rivales, Óscar Iván Zuluaga y Carlos Holmes Trujillo, a sus 40 años el joven senador se ha ganado ya un prestigio como un hombre serio, inteligente y muy preparado. Esas tres condiciones empacadas en una figura moderna, tecnócrata y mediática transmiten un aire de renovación en un país hastiado de los políticos de siempre.

La revista Semana lo premió como uno de los líderes de 2016 y El País de España lo llamó “el nuevo líder de la derecha”, aunque él considera que sus ideas políticas se encuentran más hacia el centro del espectro ideológico. Además, opinadores como Alberto Casas Santamaría lo han declarado el político de moda, “por pilo, por joven, por nuevo, por estudioso y por buen senador”, como escribió en la revista Bocas de noviembre.

El amor por la política lo trae en la sangre. Su padre, Iván Duque Escobar, quien falleció a mitad de año, fue gobernador de Antioquia y ministro. Abogado e intelectual, tenía una biblioteca de 17.000 volúmenes y cultivó en su hijo el amor por la lectura, el arte y el debate de las ideas. “Mi papá siempre nos decía: ‘Nunca se sienta más que nadie, pero tampoco menos que nadie’”, cuenta el senador. También asegura que siempre los motivó a tender sus propias camas y a embolar sus propios zapatos, cosa que él aún hace en su casa hasta el día de hoy. Es más, asegura que limpiar zapatos lo relaja.

Pero la vena política no le viene solo de su progenitor. Su abuela materna, la cartagenera Stella Tono, le regaló los acetatos con los discursos del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán. A los 7 años, el pequeño Iván ya declamaba de memoria las palabras del líder asesinado. Eso lo inspiró a postularse en procesos electorales desde su más tierna infancia.

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Este padre de tres hijos (Luciana, de 9 años; Matías, de 6, y Eloísa, de 4) siempre ha buscado mostrarse como una persona común y corriente que disfruta de las cosas simples de la vida. “Vivo una vida feliz y me encanta la vida familiar. Me gusta hacer lo que hago con pasión”, dice. Y entre las cosas que más disfruta está escribir, sobre todo las columnas que publica en Portafolio desde hace 14 años. Aunque estudió Derecho, su real especialidad es la Economía. No solo es autor de libros sobre el tema, como Efecto naranja, La economía naranja y Pecados monetarios, sino que su primer trabajo importante fue en el Ministerio de Hacienda y luego estuvo varios años en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Primero, como segundo representante de Colombia y, después, como jefe de la división de cultura, creatividad y solidaridad. Además tiene dos maestrías, una en Derecho Económico de la American University y otra en Gerencia de Políticas Públicas de Georgetown University. Ese bagaje le ha permitido destacarse precisamente ahora, cuando uno de los debates nacionales es la reforma tributaria.

Como dato curioso, el primero que lo descubrió y que lo promovió fue Juan Manuel Santos, quien lo llevó como su colaborador al Ministerio de Hacienda durante el gobierno de Andrés Pastrana. De ahí lo envió al BID, y tanto Santos como su entonces pupilo pensaban que este podría llegar a jugar un papel en el actual gobierno.

Pero la vida trae sorpresas y antes de que eso sucediera, cuando estaba trabajando en el BID, conoció al expresidente Álvaro Uribe. La química fue inmediata. “Me impresionó su talante, su liderazgo, su claridad”, asegura Duque. Él se considera discípulo de Uribe y cree que el expresidente ha sido un gran mentor y consejero en su vida. “De él he recibido el mejor ejemplo y lo admiro profundamente”, agrega.

Cuando Uribe terminó su mandato lo llamó para que fuera su asesor en la ONU. En ese tiempo, Duque también trabajó con él en el proyecto de sus memorias, No hay causa perdida, y fue su profesor asistente en la Universidad de Georgetown. Después, el expresidente lo invitó a ser parte de su bancada en el Senado. Aunque no se considera parecido a su jefe, pues cree que Uribe es un ser humano irrepetible, confiesa que le fascina madrugar y que es muy perfeccionista con el trabajo. También le encanta viajar por el país y hablar con la ciudadanía, esa es de las cosas que más le emocionan de su trabajo.

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La película El club de la pelea, basada en la novela de Chuck Palahniuk, marcó su vida. “Cuando llegué al Congreso, encontré que las tres reglas de esa película son muy propias de la política —cuenta Duque—. Primera: solamente se puede estar en una pelea a la vez. Y cuando me refiero a esa pelea es a luchar por lo que uno cree hasta el final. Y ahí viene la segunda regla: uno no puede darse por derrotado; la pelea es hasta el final. La tercera regla: las reglas tienen que estar claras para poder enfrentar las batallas”. Por eso, la primera imagen que se ve al entrar a su oficina en el Congreso es el afiche de El club de la pelea.

Confiesa que es un aficionado al fútbol y a la música cubana. Es hincha del América de Cali, asegura que su amor por ese deporte le fue heredado también por su padre, quien durante un periodo muy corto fue futbolista profesional en Antioquia en un equipo que se llamó Incas y que no existió por mucho tiempo. Y en cuanto a la música, sus favoritos son Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Compay Segundo. Por cuenta de esto, sus compañeros de partido lo molestan por “castrochavista”. Pero él asegura que sus gustos musicales son amplios y aclara que también es fanático de Led Zeppelin, Dire Straits, Metallica, Iron Maiden y Megadeth. También le jala al canto. Cuando estaba en el colegio fue vocalista de un grupo que conformó con sus amigos, al que bautizaron Pig Nose. Tampoco se achicopala frente a un micrófono cuando hay mariachis y si está entonado se les mide a las rancheras.

Pero así como es de alegre es de serio. En el Senado se caracteriza por hacer la tarea y dominar los temas. ¿Qué es lo que no le gusta del acuerdo con las Farc y por qué le dijo no al plebiscito? “Creo que se puede construir un acuerdo negociado, sí, pero la negociación tiene que partir del triunfo de la legalidad y del Estado de derecho sobre la criminalidad, y me parece que en el proceso de La Habana hemos visto graves concesiones que ponen a la criminalidad por encima del Estado de derecho —contesta Duque—. Porque los máximos responsables de crímenes de lesa humanidad no van a pagar un día de cárcel y van a tener el camino en tapete rojo para participar en política”.

Su respuesta corresponde plenamente con el discurso que ha manejado el Centro Democrático respecto a los acuerdos. A pesar de que el gobierno consiguió revisarlos, corregirlos y volverlos a firmar el 24 de noviembre, no logró el beneplácito de este partido.

El Centro Democrático apunta sus baterías a las elecciones presidenciales de 2018, y el nombre de Duque está sobre el tapete. Claro que al joven senador bogotano no le tocará fácil. Sus contrincantes dentro del partido son veteranos de la política y del uribismo. Óscar Iván Zuluaga y Carlos Holmes Trujillo le llevan 17 y 25 años de diferencia en edad respectivamente. Los dos tienen más experiencia y más bagaje que él, pero ambos cargan con la imagen de la política tradicional, con el costo que eso hoy entraña.

Su precandidatura enfrenta una circunstancia que es simultáneamente su mayor ventaja y su talón de Aquiles: él es el favorito del expresidente Álvaro Uribe. Eso significa que carga con todos los amigos del exmandatario pero también con todos sus enemigos. La relación entre ambos es en alguna forma parecida a la que existía entre Uribe y Andrés Felipe Arias en la elección presidencial de 2010. En esa ocasión, el pupilo fue derrotado por Noemí Sanín. Ahora tendrá que medir fuerzas con Zuluaga y Holmes Trujillo. Asegura que siente gran respeto y admiración por ellos, con quienes ha compartido la vocería del no en los diálogos con el gobierno. Para la campaña que se avecina ya tiene un proyecto de gobierno. Los pilares de este serían la recuperación económica, la lucha frontal contra la corrupción y la delincuencia, y una mejora estructural a la salud y la educación.

Aunque el expresidente nunca lo ha confesado, sus allegados aseguran que quiere jugarse la carta de 2018 con Iván Duque. Sin embargo, para él es difícil imponerlo a dedo pues tiene gran respeto y amistad por todos los aspirantes. De ahí que para que Duque sea candidato se requiere algún mecanismo neutral mediante el cual él les gane a sus rivales en franca lid. Eso no es fácil; aunque él es más popular que ellos por fuera del Centro Democrático, dentro del partido algunos le tienen reservas. El nivel de aceptación que tiene entre los otros partidos, y en un sector de los que votaron por el sí, le quita puntos entre los furibistas más radicales. Es por eso que él prefiere que la selección del candidato sea por consulta abierta y no por convención cerrada donde solo haya representación del Centro Democrático.

En todo caso, si llega a ser el candidato del partido sería el presidenciable más joven de la historia reciente. Hoy tiene 40 años y en 2018 tendrá 42. César Gaviria y Andrés Pastrana llegaron al poder a los 44. Ese es el récord hasta el momento en los últimos 100 años. Un presidente tan joven sería algo diferente a lo que los colombianos están acostumbrados. Pero esos colombianos definitivamente, en este momento, quieren algo diferente.

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