Crónicas

¿Qué miran las mujeres en los hombres?

Por: Marianne Ponsford

Yo miro, ante todo, una presencia. Y no me atrevo a hablar por otras mujeres, no me atrevo a hablar en nombre de ninguna otra mujer, porque creo que las miradas femeninas están cambiando.

¿Qué es una presencia? Por supuesto, un invento. Un concepto. La manera que tienen de unirse una voz, una gestualidad, una corporeidad. Yo miro una manera que tiene ese otro cuerpo de estar en el mundo. De ocupar un lugar. La fascinación la produce el conjunto.

En el extraño y a veces tan absurdo proceso de liberación de la mujer, al carecer de modelos, hemos caído muchas veces en la trampa de creer que para liberarnos, debemos copiar los modelos masculinos. Y se nos ha dicho tanto y tantas veces que la mirada masculina trocea y fragmenta el cuerpo femenino, que creemos que debemos hacer lo mismo. Pero la verdad, yo nunca he mirado pedazos de cuerpo en un hombre. Puedo admirar unos ojos, una boca, unos brazos hermosos. Pero ese no es el camino del deseo. Los admiro como se admira un mueble bien hecho. Con un placer meridiano que complace el ojo pero deja a la emoción completamente indiferente. Me da igual.

 Si un timbre de voz extraordinario emite palabras estúpidas, la belleza de ese timbre se evapora casi de inmediato. Si una gestualidad interesante acompaña solo tonterías, el gesto se convierte en mueca. Yo miro el resultado.

Uno nunca se come un bloque de mantequilla. Ni una cucharada de harina cruda. Ni se traga diez pastillas de cocoa amarga. Pero uno sí se come feliz un pastel de chocolate. Es lo mismo. A uno le gusta una mirada, no por el color exacto de unos ojos, sino por esa exacta forma de mirar. Por lo que uno cree que dice esa mirada. Por lo que dice esa mirada mientras por la boca se dibuja una mente, una vida, una postura ante el mundo, un talante, mientas ese cuerpo mueve las manos de cierta manera, mientas hace café.

Uno mira individuos: la particularidad de ese otro, lo que lo hace único. Y es una suerte enorme. Porque así la belleza es una e infinita y se descubre y se construye cada vez. Se reinventa cada vez. Es nueva cada vez. Uno mira la camisa que elige ponerse. Uno mira las palabras que elige decir. Uno mira los gestos, los del cuerpo y los del carácter. Uno mira esas cosas. Uno mira una red de vasos comunicantes. 

Y es mucho más divertido e interesante que mirar un pedazo de un cuerpo. Qué cosa más insípida y pueril, más elemental, eso de que un torso, un trasero, un par de piernas, un omoplato, sea el disparo del deseo. No lo entiendo. Y en el fondo, fondo de las cosas, sospecho que muchos hombres no son así. Y se parecen más a esa clásica mirada femenina que une en vez de dividir, más de lo que los hombres mismos quisieran admitir.

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