“A veces siento que estoy encadenado. voy caminando y siento que me estorba algo en el tobillo, volteo a ver y hasta paro... siento que me jala la cadena”.

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Pablo Emilio Moncayo cinco años después de su liberación

Por: Andrés Grillo / Fotografías: Alejandra Quintero

Fue el secuestrado con más tiempo de cautiverio del mundo: doce años en la selva en manos de las Farc. Hace cinco años lo liberaron y en abril colgó el uniforme. SoHo lo buscó y nos habló de las amenazas que no cesan contra él y su familia, del libro que está escribiendo y de sus planes para el futuro.

El acento pastuso se le siente, pero muy suave, aunque no nació en Pasto sino en un pueblo cercano, Sandoná, a dos horas de la capital de Nariño. “¿Dónde está?”, me pregunta por el celular. Le respondo que en el lugar donde acordamos, en el centro comercial. “Pero dónde”, dice, se voltea y en ese momento me ve. No está uniformado y va tomado de la mano de una joven. Sigue siendo delgado, pero está un poco más repuesto de lo que se veía en las últimas fotos que existen de él en internet. Su pelo sí se ve diferente, no tiene corte militar. Su cara es calcada a la de su papá, en una versión más joven. Se acerca, extiende la mano y se presenta: “Pablo Emilio Moncayo”.

Hace cinco años, su nombre fue noticia y le dio la vuelta al mundo. El 30 de marzo de 2010, después de poco más de doce años de cautiverio en manos de las Farc, el suboficial Moncayo fue liberado. Fue el final feliz del que en su momento fue el secuestro más largo de la historia. El militar, cuando fue capturado, tras el ataque guerrillero a la base de Patascoy, tenía el grado de cabo primero del Ejército. Al salir, había sido ascendido a sargento viceprimero. Su caso siempre estuvo en los titulares de los medios gracias al esfuerzo de su padre, el profesor Gustavo Moncayo, que caminó más de 5000 kilómetros para exigir la liberación de su hijo.

Mucha gente pensó que al recuperar la libertad, Pablo Emilio abandonaría de inmediato la carrera militar. No lo hizo. Siguió la vida en los cuarteles y durante un lustro guardó prudente silencio. En abril de este año se retiró sin alharaca. Dice que por seguridad prefiere seguir manteniendo un bajo perfil. Vive entre Bogotá y Villavicencio. En la capital del Meta habló con SoHo, en un territorio neutral e impersonal, un centro comercial. Ahí respondió todas las preguntas de manera franca y directa, pero sopesando cada palabra como si caminara sobre huevos, con un estruendo de reguetón como telón de fondo.

Después de permanecer secuestrado doce años en la selva, ¿por qué siguió en el Ejército tras ser liberado?

Nosotros escuchamos que habían hecho una nueva ley de pensión para el personal de fuerza pública, que el tiempo medio de pensión era de 18 años y el de pensión completa, 25. Teniendo ese panorama, dije no, aquí no me quedo. Salí con la intención de retirarme. Cuando les presenté mi inquietud a mis superiores, me dijeron que yo hacía parte de otra ley, que el tiempo de pensión mío era de 20 años. Como me faltaban prácticamente cuatro para pensionarme, dije yo espero.

Pero justo después de quedar libre viajó a Europa…

Estuve en Italia, tres meses. En Cosenza, al sur, realizando estudios políticos.

¿Cómo terminó allá?

Con una beca que me facilitó la Summer Peace University con el instituto Iscapi (Istituto Superiore Calabrese di Politiche Internazionali) y la Fundación Íngrid Betancourt.

¿La consiguió usted por su cuenta o se la dio el gobierno?

Fue un regalo que me hicieron. Los que me la dieron se contactaron con mi familia y me dieron la beca, costearon los viáticos, la estadía, absolutamente todo. Después de los tres meses conseguí el título de tutor de la paz y regresé a Colombia a trabajar.

¿Cómo fue el salto de la selva a Italia?

Impactante. El choque cultural fue drástico. En la selva me tocaba guardar silencio. Si hablaba con usted, lo mataban. Hablábamos escasamente cosas básicas. Y salir y encontrarme con gente que quiere hablar, escucharlo a uno, me impactó. Después de doce años, uno está programado para ser prudente con lo que dice y hace. Y allá era distinto porque la gente es muy amable, abierta, cordial.

¿Cómo era su rutina?

La universidad tenía un programa muy especial, en el que se realizan estudios que están enfocados precisamente a buscar la paz en zonas o países en conflicto. Muchas veces los profesores iban a la universidad y en otras ocasiones íbamos a otras universidades y asistíamos a conferencias. A mí me tocó vivir con dos egipcios y fue una convivencia muy bonita. Aparte de eso, me tocó prácticamente ser guía de uno de los muchachos egipcios que no sabía inglés, recorrer la ciudad, ayudarlo a comprar ropa. Me tocaba hacer las veces de traductor. Fue muy bonita la experiencia.

¿Por qué sabía inglés?

Yo había estudiado inglés en el cautiverio, tenía un soldado que hablaba inglés y con él practicábamos. Varios soldados que se habían interesado en aprender inglés armaron un salón de clases y aprendieron mucho.

¿Había estudiado antes o aprendió con este soldado?

Lo que sucede es que uno de mis planes, antes de ser secuestrado, era estudiar Ingeniería Electrónica, y una de las universidades que la ofrecía en esa época era la Santo Tomás, le estoy hablando de 1996, y uno de los requisitos para estudiar era dominar el inglés. Entonces yo había comprado un curso y lo estaba estudiando en la base de Patascoy en la época de la toma.

¿Tenía tiempo libre?, ¿conoció algo más de Italia?

Sí había tiempo libre, pero nosotros preferíamos dedicarnos a estudiar. En Italia, debido a las migraciones y todo eso, la policía está muy pendiente de los inmigrantes ilegales, y en una ocasión a uno de los compañeros, que era morenito, lo detuvieron, lo metieron a la cárcel y lo tuvimos que ir a sacar. A mí también, en Milán, me detuvieron como cerca de hora y media. Ya a lo último, aburrido, me tocó decirles: busquen mi nombre en Google. Y esa fue la salvación. Ellos fueron, yo veía que se hablaban entre ellos y al rato vinieron y en un medio español me dijeron: “Colega, nosotros también luchamos contra el narcotráfico”, porque la imagen de Colombia en el exterior es eso, narcotráfico, nada más.

¿Y ahí sí lo dejaron salir?

Sí, nos tomamos fotos y todo lo de rigor y ya faltaban como cinco minutos para que el avión despegara y ellos llamaron a la aerolínea. El avión me esperó.

Ah, ¿usted ya venía de vuelta a Colombia?


No, había ido a París, estuve siete días y de regreso pasaba por Milán. Y haciendo la escala me cogió la policía.

¿Y París qué tal le pareció? ¿Por qué fue allá?

Bonito. Es una sola pasarela de modas. Lo que sucede es que para esa época, en octubre, se conmemoraban como diez o doce años del secuestro de unos policías en el Caquetá, que fueron compañeros míos. La esposa de un señor coronel, que en paz descanse, vivía en París porque también había salido por amenazas de Colombia, y me invitó a una manifestación a favor de los secuestrados que quedaban y para exigir su liberación. Estuve paseando, conociendo, fue otro cambio drástico, otra experiencia.

¿En algún momento pudo verse con Íngrid?

Precisamente en mi viaje a París. En la escala en Milán, yo estaba solo en el aeropuerto y tenía que pasar por la zona donde están las tiendas. A lo lejos vi que venía una señora, acompañada de otra, conversando, y cuando giró la cabeza me di cuenta de que era Íngrid. Como yo iba con gafas, con chaqueta, me había dejado crecer la barba, iba disfrazado, dije la voy a asustar. Cuando la tuve de frente, abrí los brazos y le dije: “Usted de aquí no pasa”, así, todo serio. Se puso a llorar, la asusté. Claro, me imagino. Me tocó quitarme las gafas, identificarme, ahí nos abrazamos, conversamos un rato. Ese día la conocí. Tuvimos la oportunidad de intercambiar unos minutos antes de abordar el avión. No la he vuelto a ver.

Después de tres meses en Europa volvió a Colombia, ¿qué llegó a hacer?


El dilema al regresar de Italia fue que como yo no había recibido capacitación para nivelarme con el resto de suboficiales, a mí me ascendieron por ley a sargento viceprimero, entonces dentro del Ejército dijeron: “¿Qué lo ponemos hacer?”. Y me metieron a un curso de inglés para oficiales. Yo era el único suboficial dentro de un grupo de diez o doce oficiales. Estuve casi todo el 2011, hasta diciembre, realizando el curso. Ahí logré presentar unas pruebas, en las que quedé prácticamente de primero, y me gané una beca…

Su nivel era muy bueno…

Sí, yo estaba en la misión americana, en las pruebas que se presentaron, de 100 puntos llegué a sacar 92... 30 por encima del promedio de los demás. Me gané una beca de la Alcaldía de Bogotá para estudiar inglés comercial. Entré a estudiar, pero las luchas internas dentro de Ejército, por la diferencia que hay entre oficiales y suboficiales, hicieron que empezaran a ponerme más trabajo, más trabajo, más trabajo. Comenzó entonces la presión: que si usted no viene hoy a la formación, entonces sanción. Me tocó dejar el estudio.

¿En qué batallón estaba en ese momento?

Estuve en Bogotá casi todo el tiempo. Primero, en la Escuela de Misiones Internacionales y Acción Integral, la Esmai, que queda en el Cantón Norte. Luego, en 2013, me trasladaron a la Escuela de Logística, en los cerros orientales, en San Cristóbal Sur. Ahí duré seis meses y solicité el traslado. Me mandaron al Baser 21, en Las Juanas (Batallón de Intendencia), en Puente Aranda. Cuando llevaba un mes en el batallón, hice cálculos.

¿De qué?

El tiempo de vacaciones que me debían me daba para irme y ya retirarme definitivamente. Solicité las vacaciones con retiro. Me dieron los nueve meses de vacaciones que me quedaban pendientes y llegué a presentarme y firmar lo del retiro, que fue el 21 de abril. El resumen de estos cinco años fue trabajar como profesor de inglés en el Ejército y algunas veces andar escondido. En dos ocasiones me salvé de que me ‘sicarearan’ allá en Bogotá.

¿Por qué?

No sabría decir el motivo. Lo que sí me sirvió fue hacer buena amistad con la gente del barrio y entonces las personas llamaban a comentarme: “Están preguntando por usted unas personas, así, así, asá, están armadas”. En Bogotá duré una época en la que me quedaba en la casa de amigos, me tocó hablar con ellos y pedirles prácticamente posada por una noche. Así duré aproximadamente casi dos años. Y en una ocasión en el centro de Bogotá me tocó correr como diez cuadras para escaparme.

¿Cómo así?, ¿qué le pasó?

Resulta que un día me fui a buscar unos equipos de cómputo y también una ropa que quería comprar. Alguien me sugirió ir a Sanandresito de la 38 y al de San José. Me fui en TransMilenio. En una esquina me di cuenta de dos tipos que me empezaron a seguir. De manera disimulada me devolví a ver algo en una vitrina y alcancé a oír que decían: “Aquí a dos cuadras está no sé qué zona y allá matamos a este hijuetantas”. Me di cuenta de que era conmigo. Comencé a caminar rápido, aproveché y me crucé un semáforo y ellos también, pero apenas crucé, salí a la carrera. Me tocó correr como diez cuadras… y los tipos detrás. Hasta que encontré un policía, un grupo de policías. Me les acerqué, me les presenté, y les dije que me estaban siguiendo dos tipos así, así, asá. Los manes venían como dos o tres cuadras quedados, pero apenas vieron que me acerqué a la policía se perdieron. Llegó patrulla, buscaron por ahí pero no encontraron a nadie.

¿Denunció esta situación ante sus superiores?

Sí, todo eso se denunció, pero no se ha hecho gran cosa. A mí muchas veces me toca andar disfrazado, con gafas, con gorra o ponerme chaqueta. Una anécdota: estando en la Escuela Logística me dieron una misión encubierto, disfrazado. Me dijeron: “Usted es el único que queda aquí para cumplir esa misión”. Les dije que estaba imposibilitado. “No, eso no le pasa nada. Nadie lo conoce”. Me dieron 15 días para dejarme crecer el cabello, la barba. Me compré una gorra de esas que están de moda entre los jóvenes, plana, de un solo color, una camisa de jugador de baloncesto, unos zapatos tenis rojos, con una parte brillante. Ni más ni menos me vestí como un joven reguetonero y me fui. Llegado el mediodía me dio hambre. Me metí a un restaurante, pensando que nadie me iba a identificar, y los turistas que estaban ahí almorzando: “Señor Moncayo, qué gusto tenerlo acá, una foto, por favor”, y yo con esa pinta y con la gorra. Eso fue para no creer. Y yo que pensaba que ya nadie me iba a identificar.

¿Qué piensa ahora del Ejército?

Es una institución muy bonita, me ha dado mucho y yo le he dado mucho también, así no me lo reconozcan.

¿Había un rumor de que estaba distanciado y peleado con su papá?

No, no, no, no, lo que sucede es que a veces nos toca alejarnos un poquito por seguridad precisamente, por amenazas y todo eso. A él le toca irse por un lado, a mí me toca, como hoy, estar aquí en Villavicencio. Nos mantenemos en contacto porque él también está trabajando en la fundación Nación Sana Internacional.

¿Cómo es la relación con su mamá, que no ha tenido tanto protagonismo como su papá?

Me la llevo muy bien. Mi mamá es muy especial, una profesora de Filosofía, una persona que escucha mucho.

¿Se habla con ella y con sus cuatro hermanas?

Sí, estamos en contacto. Hubo una época en la que llegaron a clonar mis números de teléfono para llamar a mis familiares y amigos a amenazarlos. Ellos contestaban la llamada pensando que era yo, y se largaban a insultarlos, a decirles cómo estaban vestidos y dónde les iban a pegar el tiro.

¿Quién le tiene tanta rabia para amenazarlos así a usted y a su familia?

Es extraño que haya sucedido eso. Pienso que no he dado motivos, he tratado incluso hasta de mantener un bajo perfil para que no suceda ni digan nada.

¿Cómo es la situación ahora?

En estos momentos, mi hermana tiene que irse a vivir a otro lado, la que caminó con mi papá, Yuri Tatiana, porque estamos recibiendo mucha presión, mucha amenaza.

¿Leyó el libro que ella escribió, Abran la puerta que quiero ser libre?

No lo he leído porque estoy escribiendo el mío… es más, no he leído ninguno de los que han publicado otros exsecuestrados. Quiero que mi libro no vaya a tener influencias, que sea distinto, agradable de leer, interesante, liviano y a la vez intelectual, porque hay muchas cosas que la gente desconoce.

¿Qué tan adelantado tiene el suyo?

Estoy puliendo unos capítulos. Es que recuerdo cosas por pedazos. Estoy grabándome. Me toca así, porque me siento en el computador a escribir y se me olvida todo. Lo único que hago es corregir tildes, signos de puntuación, pero me pongo a hablar con alguien y ahí sí empiezan a salir anécdotas, cositas. Quiero venirme a vivir aquí, a Villavicencio, para recordar las plantas, los animalitos.

En el cautiverio escribió mucho. ¿Qué pasó con ese material?


Escribía poemas, tenía 430 escritos y el día que iba a comenzar la marcha para ir hasta el punto de liberación, me quitaron todo, poemas, cuadernos de dibujo. He estado tentado de escribirles una carta a los jefes de la guerrilla que están negociando en La Habana para pedirles que me hagan llegar mis cuadernos.

¿Por qué le quitaron eso?

La guerrilla considera que uno ahí de pronto tiene información que va acumulando acerca de ellos, prefieren cuidarse.

Cuatro de sus cinco compañeros de secuestro fueron asesinados por las Farc después de que lo liberaron a usted: el coronel Yesid Duarte, el mayor Elkin Hernández, el sargento Libio Martínez y el cabo Álvaro Moreno. El único que sobrevivió a la masacre fue el sargento Luis Alberto Erazo, ¿ha hablado con él?

He planeado visitarlo. Creo que todavía está en la Policía, vive en Bogotá. He querido compartir con él. En una ocasión lo saludé, no lo he vuelto a ver. Es una excelente persona.

¿Y con las familias de ellos?


Lastimosamente no he vuelto a hablar con ellas. De vez en cuando hablo por chat con la esposa de mi cabo Moreno, que vive en Medellín. Pero la que más me preocupa es la mamá de Martínez, porque el drama de esa familia es triste.

¿Qué le pasó?

En 2009 mataron al hermano menor de Martínez por robarle una plata. En 2011 se murió el papá de cáncer y ese mismo año mataron a Martínez. Quedan la mamá y la hermana solas y no han recibido ni una ayuda. Están allá abandonadas en un paraje, en una vereda del municipio de Ospina, en Nariño. Ese drama sí me toca, porque cuando yo iba a salir, Martínez me dijo: “Loquito —él me decía loco—, quiero que me haga un favor: gestione en Ejército que lo de vivienda se lo den a mi mamá”. No se pudo hacer nada, porque lastimosamente en la Caja Promotora hay unos genios que dicen que él tiene que venir acá personalmente. No sé cómo haya quedado eso.

Eso que cuenta parece un mal chiste…

Con decirle que se tardaron tres años, aproximadamente, en aprobarme lo del subsidio, perdí dos negocios que había cerrado porque iba allá y me decían no hay plata. Lo más triste es que yo llegaba a las oficinas y era: “Mi primero Moncayo, cómo está su papá, duro eso por allá, estar secuestrado”. Y yo sí, claro, todo es duro. Vengo a averiguar qué papeles necesito traer para acceder al subsidio. “Usted tiene que traernos un certificado de la Cruz Roja Internacional donde se diga que estuvo secuestrado, un certificado del decreto de las Naciones Unidas no sé qué, otro donde diga que usted es víctima del conflicto de Colombia”. Me pidieron cualquier cantidad de cosas, a lo último, me volaron la tapa.

¿Cómo así?

En una ocasión me tocó insultar, lo reconozco, hablar en francés, le dije hasta de qué se iba a morir a un pelado porque le mostré los documentos y me los volvió a pedir. Que no le servían porque eran de una fecha anterior. Lo insulté, le armé el escándalo en la Caja Promotora. Le dije que lo único que me faltaba es que me pidiera un certificado del ‘Mono Jojoy’, que en esa época ya estaba muerto… Lo cierto es que llegó un señor suboficial, a él le había expuesto mi caso y de una me llevó con el jefe. Allá este me dijo: “No, cómo le van a hacer esto a usted, hermano, venga ya mismo le firmo esto, mañana mismo le actualizamos lo suyo”. ¡Tres años para eso!

¿Tiene algún contacto con los soldados de Patascoy con los que estuvo secuestrado?

Con Luis Aníbal Andrade, un paisano, él está viviendo allá en Sandoná. Cada vez que nos encontramos, conversamos y recordamos una que otra cosa. Nos reímos hasta de nosotros mismos.

¿Le quedó alguna secuela de la selva por alguna enfermedad?

Unos estudios que me hicieron, particulares, porque en el Hospital Militar no han logrado determinar qué tengo. Encontraron que en el tracto intestinal tengo ocho tipos de hongos diferentes y eso me dificulta la digestión. No puedo consumir lácteos, a veces no puedo consumir arroz y así… depende del capricho de los hongos. Me toca cuidarme.

¿Y psicológica? El estrés postraumático que llaman…

A veces siento que estoy encadenado. Voy caminando y siento que me estorba algo en el tobillo, volteo a ver y hasta paro. No le digo a la gente, solo ven que me quedo tantito. Pero siento que me jala la cadena. De vez en cuando tengo una que otra pesadilla. Y a veces siento algo cuando oigo aviones y helicópteros, porque recuerdo los bombardeos y los helicópteros que aparecían en medio de la selva y soltaban el rafagazo.

¿Cuánto tiempo los tuvieron encadenados?

Duramos unos siete meses encadenados. Las cadenas me produjeron una infección que afectó el tejido adiposo y el sistema circulatorio. Quedé prácticamente paralítico, no podía mover las piernas. Pero no me dejé cargar en la hamaca ni acompañar al sanitario. Era un orgullo tonto, pero… es que yo decía, imposible, hermano, que mi papá camine por mí y yo vaya a quedar inválido, no, ni por el chiras, tengo que salir de esta. Aunque había momentos en que me provocaba morirme. Hoy, dando gracias a Dios, puedo caminar. Muchas veces me levanto, me arrodillo y les doy besos a mis piernas porque sé qué es tenerlas.

En varias ocasiones ha repetido la expresión “dando gracias a Dios”. ¿Tuvo alguna conversión religiosa después del secuestro?

Verá, le voy a explicar. Soy católico, lo que pasa es que a lo largo de los doce años pude estudiar la Biblia desde el punto de vista evangélico. Así logré comprender el otro punto de vista. Sigo siendo católico, pero estoy vinculado con iglesias cristianas precisamente regalando biblias y propagando el mensaje de la palabra. Es una amalgama medio extraña.

Este año cumplió 37, ¿celebra los cumpleaños?

Me los celebran, pero no me gusta. Me acostumbré a no celebrar. Un lunes festivo es igual que un viernes o un sábado.

Llegó con su novia tomado de la mano, ¿cuánto tiempo llevan?

No mucho, tres meses. Precisamente, Karen también hace parte de la fundación. Vamos bien, es una excelente persona.

¿Antes tuvo otras relaciones?

Sí, tuve una relación con una chica italiana. A ella la conocí allá, era la única que hablaba inglés en el curso, la única persona con la que podía hablar. Estuvimos un buen tiempo hablando como amigos a través de internet hasta que en una ocasión, en 2011, vino a Colombia. Volvió en 2012 y el año pasado, después de terminar su carrera universitaria. Habíamos quedado de convivir unos meses, de ver si se podía. No llegamos a un acuerdo, porque cada uno tiene proyectos diferentes. Dejamos las cosas quietas, quedamos como amigos.

¿Qué piensa del proceso de paz en La Habana?

Que vale la pena. No es posible que nos estemos matando entre nosotros mismos. Ahora, teniendo esta oportunidad de beneficiar a mucha gente, por qué no aprovecharla. Eso que están haciendo en La Habana es perfecto, pero que se vean los frutos. Con toda esta mano de obstáculos que se presentan al proceso de paz, ya sea porque atacan o dejan de atacar, yo digo que el gobierno y la guerrilla deberían esforzarse por alcanzar un objetivo. En Colombia, la única herramienta que muchos políticos tienen en el cerebro es un martillo y todo problema lo miran como un clavo. Quieren agarrar todo a golpes y a las malas, y así no es.

¿Iría a La Habana si lo invitan?


Con gusto voy. Antes no podía, ahora sí.

¿No le interesa lanzarse a un cargo de elección popular?

Nooo.

Como víctima, ¿qué piensa de la Ley de Víctimas?

Creo que tienen que trabajar mucho más. La han hecho personas que no son víctimas, por lo tanto, no refleja en realidad lo que una víctima necesita. Hay mucho papeleo, mucha vuelta… A eso no le veo mucho futuro. Importante sí es, pero en este momento no es necesaria, porque así como está redactada no sirve.

¿Qué planes tiene?

En este momento, estudiar. Estoy indeciso entre Ingeniería de Sistemas o Electrónica o si inclinarme por Relaciones Internacionales, una carrera que me llama mucho la atención. Con respecto a Karen, vamos a ver si duramos un tiempito y formalizamos algo más serio. Y dedicarme a lo de la fundación.

¿Cuándo crearon la fundación?

Ya lleva un tiempo, pero con otro nombre. Nosotros se lo vamos a cambiar. Aquí se llama Región Sana, pero queremos darle el nombre de Nación Sana Internacional. Lo que se pretende es crear un sistema inmunológico dentro de la sociedad que ayude a combatir todos los hechos de violencia.

En la selva memorizó países y capitales, ¿cuáles le gustaría conocer?

Quiero ir a China, me encanta esa cultura, me fascina: la comida, las artes marciales, el lado artístico… por lo menos los poemas que más me han llamado la atención son chinos, uno queda (hace cara de boquiabierto). Toca volver a leerlos para cogerles el hilo. Y lo mismo Israel, por lo que estoy metido con el tema de la Biblia, me apasiona mucho.

¿Quedó odiando la selva?

No, no hay nada más bonito que la selva, definitivamente. A mí me quedó gustando. No la experiencia del secuestro, de andar encadenado, pero estar metido en ríos cristalinos, ver unos ríos indescriptibles, unas zonas, hermano, que, si algún reflejo hay del paraíso está en esos lugares.


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