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14 de octubre de 2009

Gastronomía neurótica

Por: Daniel Pardo



Pues claro que Boris Yellnikoff, protagonista de la última de Woody Allen, Whatever Works, interpretado por Larry David, es judío. Pues claro. Porque David es judío, Allen también, y Yellnikoff resulta ser un cincuentón amargado que no se resiste a los demás y se preocupa a diario por la falta de sentido que tiene esta vida y el oscuro futuro que le espera a esta humanida. Es un auténtico personaje de Allen, que vuelve a Nueva York, esta vez a Chinatown, con una película clásica en su lenguaje, estilo e hilarante humor. Ahora bien, si uno es judío y vive en Chinatown, va, caminando, a Yonah Shimmel Knish, la panadería semita que está montada en Houston Street, en el Lower East Side, desde 1890.

The Underground Gourmet, una compilación de reseñas de restaurantes neoyorquinos que salió hace unos años y se convertió en una biblia más completa que la Zagat, no solo elogió el sitio con devoción. También dijo que "en los últimos 50 años ningún político de la ciudad ha sido elegido sin haberse tomado una foto en Yonah Shimmel". En el XIX el señor Shimmel, hijo de familia polaca, puso un carro rodante para vender especialidades en el barrio judío de Manhattan. A saber, humus, Borscht con crema agria, Gefilte fish y bolas matzah. En 1910, Shimmel convirtió el carrito en el local que hoy sigue ahí, siendo uno de los pocos símbolos judíos que quedan en el LES.

La especialidad del sitio es el Knish, un relleno cubierto de una masa cocinada al horno o frita, tradicionalmente rellena de puré de papa, carne picada, sauerkraut, cebollas, kasha, batata, frijoles negros, frutas, brocoli, tofu, espinaca o queso. Grandes o pequeños, los hay para comérselos de un bocado o a manera de sánduche. Lo importante, sobre todo, es que sean encontrados en un lugar informal, donde las servilletas estén arrugadas, el salero esté grasoso y la lata de Coca-Cola que venden tenga que ser meticulosamente limpiada en su parte superior. Admás, es importante que el sitio esté repleto de rabinos, que gritan lo que hablan y huelen feo, que tienen todos la misma pinta y su piel parece congelarse de la resequedad. La idea, en otras palabras, es que el sitio donde uno coma Knish sea lo más judío posible. Y Yonah Shimmel es el corazón de esto y mucho más. Por eso Boris Yellnikoff lo frecuenta, aunque no sepa "de qué carajos está hecho el Knish".