16 de diciembre de 2005

Marianela Sinisterra

No tengo una hora ni un lugar preferidos para sentir un orgasmo. Que me coja en cualquier momento y en donde sea, porque no me gusta frenar mis ansias ni acallar mi apetito. Claro que me parece muy rico al amanecer, con ese juego de luces que se produce. Todo está oscuro, va saliendo el sol, hay sombras que se van retirando mientras uno avanza en el camino hacia el orgasmo y, justo cuando llega ese momento final de felicidad infinita, entra un rayo de luz fuerte directo a los ojos por entre las cortinas. Cuando estoy con alguien y es de noche, lo hacemos con la luz prendida, con música, con atuendos sexys y con dulces como leche condensada y fresas sobre el cuerpo, pero si estoy sola no hay elección. Solo recorro mi cuerpo con mis manos y dejo que la imaginación se encargue del resto. Me conozco tanto que disfruto sentirme y siempre termino satisfecha. A veces imagino ser una electricista o una mujer policía que llega a la casa de un extraño a realizar una labor de rutina y termina teniendo una relación íntima con él por casualidad. Nunca he calculado el tiempo que me dura un orgasmo, pero pienso que las cosas buenas simplemente se disfrutan y que el placer no tiene medidas. Mi orgasmo ideal es uno con expresiones en las que el cuerpo hable por sí solo, sin actuaciones y con toda la frescura del mundo. Sin represiones. Lo represento con una serpiente por todo eso, porque soy amante del riesgo, me excitan las cosas diferentes, me encanta sentir las curvas y formas de mi cuerpo, probar los frutos prohibidos y qué más original que esto para sentir placer.