16 de octubre de 2003
Catalina Aristizábal
Imagínese una finca en tierra fría. Afuera está lloviendo, usted prende la chimenea. Hay una hamaca, un sofá de cuero y un tapete de piel. Y está Catalina. No se lo imagine: véalo.

Ella está presente en todo lo que los colombianos hacemos, pero deja siempre un halo de misterio sobre su vida personal. Unos dicen que está de novia de Lucas Jaramillo, otros que de ese no, que del otro, del futbolista (cierto, muy cierto). Ella está por encima del malentendido y afirma que su corazón le pertenece a un perro que la visita en las noches y nunca duerme en su cama. Se trata de Eros, el golden retriever que la acompaña hace más de seis años y que tiene el privilegio de levantarse todos los días al lado de Catalina. Y cuenta también que de vez en cuando lee el periódico y hace un poco de yoga, para luego irse a estudiar sus libretos a Caracol. Cuando está muy contenta decide bajarle al disco de Eurolounge que tiene puesto en el carro y componer algo. Va a cine una vez a la semana, le hubiera encantado protagonizar Réquiem por un sueño y también juega polo. Nunca se excede en alcohol, aunque adora la ginebra, y no le gusta oír ninguna palabra durante el sexo. prefiere la respiración. Su fantasía erótica es un barranco de arena en una playa sin palmeras de Los Roques, en donde le dan ganas de que la dejen una semana, tendida en buena compañía. Sí tiene talento y sí es muy buenamoza. Catalina siempre ha tenido claro el límite entre la fama y el escándalo, entre lo frívolo y lo serio. Logra figurar sin rayar en lo farandulesco. Es una diva con clase y muy seguramente si el director español se la topara, sería una chica Almodóvar.