23 de octubre de 2025
Opinión
El amor en escala de grises
Reescribir el deseo es reescribir la forma en que entendemos el amor.
Por: Redacción Soho
Por María Lucía Tarazona, Autora best-seller y Experta en Intimidad Consciente.
Hay quienes viven el deseo como un incendio. Otros, en cambio, como una brisa suave que pasa y se desvanece sin drama. Y luego están los que habitan la frontera: ni fríos ni apasionados, simplemente grises.
Bienvenidos al universo greysexual: donde la atracción existe, pero no obedece las reglas del calendario ni la urgencia del cuerpo.
El término proviene del inglés gray (gris) y nació en foros de internet, cuando la comunidad asexual buscaba nombrar esa zona intermedia del deseo. No es una moda: es una realidad emocional y biológica que desafía la vieja idea de que todos deberíamos sentir “ganas” con la misma intensidad o frecuencia.
Dentro del amplio espectro asexual —el ace-spectrum—, los greysexuales son esas almas que a veces sienten deseo… y a veces no. Su atracción aparece bajo circunstancias muy específicas: un vínculo profundo, una conexión emocional intensa o, simplemente, un misterio que el cuerpo no puede explicar.
En una cultura que sobrevalora la fogosidad, esta identidad es casi una revolución. Porque nos han hecho creer que el deseo constante es sinónimo de salud, éxito o amor. Pero la sexualidad humana no es binaria: no se divide entre los que “tienen ganas” y los que no. Es un continuum, una escala infinita de matices donde cada quien vibra con su propio ritmo. Y en esa escala, el gris no es carencia; es una manera distinta de habitar el placer.
Los greysexuales no son fríos, reprimidos ni indiferentes. Simplemente, su deseo se enciende bajo otras condiciones. Pueden disfrutar del contacto físico, del erotismo, incluso del sexo… pero no lo buscan como necesidad. Para ellos, el deseo no es automático: es alquímico. Surge cuando el alma se enciende más rápido que el cuerpo.
Y ahí comienza el verdadero desafío: ¿cómo se navega el amor cuando uno quiere más y el otro quiere menos? Imagina a un hombre con libido alta y una pareja greysexual. El choque puede sentirse como un desequilibrio: él interpreta el silencio como rechazo y ella carga con la presión de no poder “entregar” lo que el otro espera.
Pero cuando ambos comprenden que el deseo no mide la capacidad de amar, algo cambia. Se abre la puerta a una nueva intimidad: más libre, más sincera, más consciente.
La clave está en la comunicación. Un greysexual necesita espacio para expresar sus tiempos; su pareja, madurez para no tomar las pausas como desinterés.
Amar a alguien greysexual es un acto de rendición: soltar la idea de “lo normal” y aprender que hay mil maneras de desear, de tocar, de amar.
Cuando dos greysexuales se encuentran, la historia se escribe en otro compás.El erotismo no desaparece: se transforma.La tensión no depende de la frecuencia, sino de la presencia.Un roce, una mirada sostenida, una conversación a medianoche pueden ser más poderosos que un orgasmo.En esas relaciones, la energía sexual no se gasta: se sublima.
Comprender el fenómeno greysexual es entender que la humanidad no cabe en etiquetas rígidas. Es reconocer que la atracción no tiene que ser constante para ser real. Que el amor no necesita del deseo como gasolina para mantenerse encendido, sino de autenticidad, empatía y libertad.
Y si te reconoces en esta escala de grises, no hay nada que “arreglar”. No estás roto, ni eres menos apasionado: simplemente, tu erotismo vibra en frecuencias más sutiles.
Si, en cambio, estás con alguien greysexual, tu tarea no es “despertarlo”, sino descubrir nuevas formas de conexión. Tal vez ahí —en ese espacio donde el sexo deja de ser obligación y se vuelve elección— comience el verdadero arte de amar.
El amor en escala de grises nos recuerda que no todos los cuerpos laten con el mismo pulso ni todos los deseos hablan el mismo idioma. Pero cuando dos seres se atreven a traducirse —sin imponer, sin apresurar—, el placer deja de ser un acto físico y se convierte en un lenguaje del alma.
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