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10 de abril de 2006

El que no llora no mama

Por: Conchita

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Quiero que me coma todo el tiempo,
a todas horas. Si estamos en una fiesta me provoca irme con él al baño y montarme en el lavamanos ajeno para que se venga dentro de mí en un polvo desaforado y rápido, y que luego salgamos tratando de jadear más pasito para esconder lo evidente. No me importa si los demás se dan cuenta. Al contrario, me enloquece echarle una mirada cómplice, mientras él discute sobre el TLC con un economista que en cambio no ha mirado a su esposa en toda la noche. El otro día estábamos en su oficina y cerré la puerta repentinamente para bajarle la cremallera del pantalón y hacerle lo que nadie sabe hacerle como yo. Cuando su secretaria entró y se quedó mirándome ese "raro peinado nuevo" que resultó de mi pequeña venia de cortesía, solo me nació reírme. Hace mucho no me sentía así y me encanta, pero tengo claro que puede durar poco si no lo hacemos perdurar los dos.
Sí. Los dos, señores, los dos. Si creen que de la ninfómana que fuimos los primeros meses no queda ni el rastro después, y que de un día para otro nos convertimos en supernumerarias del Opus Dei, es porque algo están haciendo mal o, mejor, algo están dejando de hacer. Yo, por ejemplo, estoy dispuesta a llevarme a Juan hasta el baño de la fiesta unas tres veces, pero a la cuarta estaré esperando que él supere mis propuestas y me lleve al cuarto de ropas. Y si el otro día le bajé el pantalón en plena oficina, ahora espero que él se arriesgue a poner su mano entre mis piernas en la mitad de una sala de cine. Amor con amor se paga, queridos.
Para algunos hombres, el hecho de que uno tenga iniciativa, se porte bien mal y haga cosas que sus ex novias jamás harían es prácticamente un letrero de "aquí está hecha la vuelta". Se quedan medio varados, no aportan, están convencidos de que nuestra necedad es como un paz y salvo para navegar por nosotras sin siquiera saber subir bien las velas. Creen que con eso tienen un cupón de promoción: "Venga y reclame su buen polvo aquí, gratis". Hasta que uno se cansa y les sale con el consabido "tengo dolor de cabeza", "me siento cansada" o "estoy por esos días". Son excusas tontas, eso no lo discutimos. Pero ni siquiera la mejor de las excusas vale si un hombre nos desarma y nos seduce.
Muchos saltarán para defenderse y seguramente algunos tienen razón -el sexo femenino cuenta con unos ejemplares francamente asexuados. Sin embargo, puedo decir por experiencia propia que hay otros casos en los que el hombre no ha aprendido a tantear el terreno o no insiste lo suficiente. En mi caso, hasta aceptaría un juego psicológico en el que Juan me haga creer que me quiere violar. Claro, ese es mi límite y no el del común denominador de las mujeres, pero seguro que para las demás hay otra llave que se ajusta perfecto y abre las puertas del paraíso. No es sino tener paciencia y probar.
Juanita me dice que todo va bien con su novio, excepto el sexo -lo que quiere decir que todo va mal. "Es que Pedro quiere siempre, y a veces yo llego cansada o no me provoca y entonces se duerme como bravo conmigo. Me siento acosada, la verdad". Conociendo la libido de Juana como la conozco, estoy segura de que el problema no es el qué sino el cómo. Ustedes a veces piden sexo como si fuera una obligación y no un placer. No conocen de preámbulos ni de palabras sucias. No entienden que muchas veces, cuando una mujer dice no, quiere decir que sí, pero un sí cadencioso, lento, que solo se logra sacar con esfuerzo y a través de un cortejo apremiante que requiere de perseverancia por parte del hombre. Si se exigen un poquito más, si tratan de llevar su límite de paciencia un tris más allá, si dejan de pensar que se merecen que uno abra las piernas porque sí y se ponen en la tarea de recordarnos que abrir las piernas es el verdadero camino al Nirvana, estoy segura de que no habrá mujer en el mundo que se les niegue, por más dolor de cabeza, cólico o cansancio. Mejor dicho, vuelvo a apelar a esto que me enseñaron para ser mejor persona: Ayúdate, que mi Dios te ayudará.