16 de julio de 2002

EVOLUCIÓN SEXUAL

Debo confesar que yo, como muchas otras amigas y conocidas, no puedo tener sexo con alguien que me atrae y seguir como si nada.

Por: Ana Ïs

Estuve repasando la lista de perdedores con los que me he acostado y en un arranque de neodarwinismo empecé a preguntarme lo siguiente: ¿cómo no ha entrado en el Libro Rojo de las especies en vía de extinción una especie tan llena de adefesios como la nuestra? Después de leer alguna literatura sobre biología e historia natural desarrollé una hipótesis propia: la evolución natural ha encontrado un mecanismo para asegurar la reproducción de personajes como mi teatrero peludo, Flash (el hombre más rápido del universo), o Amiba, el músico con órganos sexuales de protozoario. Las mujeres somos tan tontas que terminamos enamorándonos de ellos. Debo confesar que yo, como muchas otras amigas y conocidas, no puedo tener sexo con alguien que me atrae y seguir como si nada o, por mucho, comentar al día siguiente: “sí, el tipo estaba bueno pero no creo que lo llame, es que me pareció demasiado intenso y no quiero nada serio”. No, yo empiezo a oír campanitas y a pensar en el color de los ojos que tendrían unos bebés míos y de mi amante de turno. Esto me pasa incluso cuando no están “como buenos” sino que huelen mal, son unos patanes, son eyaculadores precoces con un ego descomunal, son feos e inmaduros, drogadictos, o unos yuppies asquientos y pudorosos que contestan el celular en la mitad del coito y solo piensan en plata y carros.

Debe ser un gen (una mutación) que nos nubla la visión y convierte al teatrero con pelos de lija en un Ewok todo tiernito, a la amiba inmadura en un pequeño incomprendido al que tenemos que proteger, al eyaculador precoz –demasiado orgulloso para ir al médico– en un tipo decidido que va directo al grano y a los mujeriegos en sujetos encantadores a los que las otras mujeres no dejan en paz. Creo que en algún momento de la historia natural debieron existir hembras homo erectus que preferían copular con los machos más fuertes, grandes, sagaces y de color más vistoso y saludable. Pero estas hembras se enfrentaban al problema (que aún hoy persiste) de que la población de machos con estas características era muy reducida. Por eso muchas de ellas no terminaban dejando descendencia. En cambio, las hembras que tenían el gen que nos impulsa a enamorarnos de perdedores, malos polvos, borrachines y mujeriegos, terminamos primando. Sucede que nos adaptamos mejor a las condiciones medioambientales.

Pero muchachos, no se duerman en sus laureles por mucho tiempo, que la evolución natural no es inexorablemente machista. Ya empieza a existir un porcentaje importante de hombres comprensivos, sinceros, fieles, considerados y, en consecuencia, mejores amantes. El macho dominante empieza a tener menores oportunidades de reproducirse y las mujeres que no tienen el gen de la selección natural de débiles (mentales y emocionales), también empiezan a tener con quién reproducirse. Nuestra especie en conjunto no entrará al Libro Rojo por un buen tiempo, pero la subespecie de machos perdedores cada vez tendrá más problemas para copular.