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22 de abril de 2010

La hermana

La hermana

Por: June
| Foto: June

¿Cómo fue mi primera vez? Como la de todos, solo que con más nervios. A improvisar, a ver qué se hace porque en el colegio no nos enseñaron cómo era esa vuelta.

Corría el verano del 2001 y una June de 16 años estaba aparentemente enamorada por primera vez. Roberto, también conocido como R., era mi chico. Estaba un año debajo de mí en el colegio pero por vago, de hecho, él era un año mayor que yo. Llevábamos un mesecito enromanzados cuando salimos a vacaciones. R. tenía una finca en La Calera, que era el lugar donde me llevaba a darme besitos. Una noche muy a mediados de junio R. me invitó allá, pero esta vez era para una reunión familiar; llegaba Alejandra (su hermana mayor que venía de Brasil). Me alisté para salir y avisé en mi casa que seguro no volvería sino hasta el otro día; tenía la férrea intención de pasar la noche con mi chico.

Llegamos a la finca, Alejandra ya estaba allá con los tíos y los primos. La familia en pleno tomando ron, llegó grupo vallenato y toda la cosa; nunca me imaginé que fueran tan costeños, al menos R. lo ocultaba muy bien. Ron va, ron viene y todo el repertorio vallenatero de música de fondo. Entre tanto jolgorio y despelote R. se maluquió y lo acosté, y quedamos Alejandra y yo tomando ron.

Creo que esa fue la primera vez que bebí bien: no hice el oso, no hablé estupideces, sencillamente estaba absolutamente feliz y con una admiración absurda por la recién llegada. Me llevaba tres años y era muy parecida a Roberto pero con unos ojazos verdes, el pelo ondulado largo y una sonrisa que me quemaba. Para mis adentros, pensé que podía ser la rasca lo que me tenía así como tan interesada en Alejandra, cuando llegó la hora de ir a dormir y me fui a meter al cuarto de R., Alejandra me dijo que durmiera con ella porque los papás estaban en la finca, y bueno, qué dirán si la noviecita duerme con el noviecito.

Qué hubieran dicho si tan solo se hubieran imaginado que la noviecita y la cuñada estaban dándole inicio a un romance que iba a durar casi siete meses, en ese mismo instante. Pero todo se dio de una manera muy natural y más que natural; muy familiar, valga la redundancia. Alejandra me pasó una piyamita más bien desabrigada, ese fue el primer indicio. Nos acostamos, Alejandra me hizo cucharita, me quitó el pelo del cuello y me tiró una frase paralizante: "Usted si es muy mamacita y huele delicioso". Tan pronto terminé de procesar el contenido de la frase se me quitó la parálisis, me volteé y estaba ella esperándome con esa sonrisa perversa para darme un beso de verdad. Ha sido de los momentos más sensuales de mi vida, y de ahí, el resto. Qué suavidad de mujer: sabía muy bien lo que estaba haciendo y entre tanta calentura y culpabilidad se me fueron yendo los ojos, se me fue el aire, se me nubló todo. Sexo culpable y como bien decía Buñuel, "el amor sin pecado es como el huevo sin sal". Y es que es la densidad de las sensaciones cuando somos adolescentes lo que nos lleva al descontrol absoluto. Desde ahí empezó a gustarme más que nada el vértigo que trae lo prohibido porque nada sabe más rico que aquello que en teoría la vida nos negó de entrada. Es acariciar un sueño y sentirlo como si verdaderamente no hubiera mañana y cerrar los ojos y volver a él.

Abandonar el camino de los hombres se dio de un modo muy natural… muy familiar. Evidentemente, todo cambió después de esa noche, ¡y cómo no! Le terminé a R., pero R. nunca me dejó de ver, ahí estaba siempre yo con la hermana. Fue implícito, fue un acuerdo no verbal. Nunca supe a los cuántos días o meses R. se habrá dado cuenta del calibre de mi idilio con Alejandra y es que como dicen por ahí, nadie sabe para quién se viste.

Hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos que nos comemos a la hermana de nuestro novio. Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos que nos enamoramos de ella.