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9 de mayo de 2003

Playa, ron y Aurelio

Por: Ana Ïs

Cuando terminé con César, me llamó una noche borracho y me dijo, con todas las ganas de ofender, que aunque yo escribía de sexo y me burlaba de los hombres, tenía un par de inhibiciones. Me reclamó que nunca hubiera aceptado incursionar en el maravilloso mundo del sexo anal y que me hubiera desgarrado al hacer la catapulta invertida. Yo no me ofendí, porque como buen borracho, estaba diciendo la pura verdad.

Pero la ruptura me enseñó que las inhibiciones pueden olvidarse muy fácilmente con unas vacaciones. Estaba despechada así que decidí tomarme unos días en la paradisiaca isla de Providencia. Quería hacer un curso de buceo y me pareció el lugar apropiado para las inmersiones. Ah, me imagino que las mujeres que han ido a bucear a Providencia saben para dónde va esta historia? Sí, señoras, yo también tuve el placer de conocer al negro Aurelio.

Aurelio, famoso instructor de buceo y otras actividades extremas, de dos metros diecisiete, que toca la guitarra en un grupo de reggae y se dedica a conquistar turistas de los cinco continentes. Yo estaba advertida. Doña Nibis, la dueña de las cabañas, me había dado unas recomendaciones: que no comiera vegetales crudos en la calle, que no echara papeles al inodoro y que me cuidara de Aurelio ?tú eres flaquita como le gustan, pero no le creas nada, que él les dice lo mismo a todas? que se dedicaba a hacer suspirar (y gemir) a más de una ‘niña bien‘ de la capital, que las providencianas les prohibían a sus hijas que salieran a las fogatas donde sabían que iba a tocar, y que tenía varios hijos por los que no respondía. Pero tantas advertencias solo aumentaron mi ansiedad por conocerlo.

Antes del viaje me enorgullecía de no acostarme con: 1. banqueros, 2. artistas conceptuales, 3. artistas no conceptuales de pelo rosado, 4. bogotanos de clase alta que se refieren a los pobres como ‘esa gente‘, 5. bogotanos clase media o baja que utilizan indiscriminadamente la palabra ‘colocar‘ o que toman ‘petsi‘. Tenía una ética sexual: nada de bichos en la cama. Pero llegaron la playa, el ron y Aurelio, y toda ética se fue a la basura.

Eran las ocho de la mañana y él ayudaba a salir de una lancha a un grupo de gringos. Cuando vi sus abdominales marcados y su piel negra-azul brillante me empezaron a temblar las piernas. Se volteó. Tenía pómulos de modelo de Calvin Klein y la sonrisa de Ben, el de Felicity. ?Hola belleza, tú vas para Cayo cangrejo, ¿verdad??. Y me picó el ojo con tal descaro que me dio una risita de colegiala y durante todo el trayecto ya no pude levantar los ojos.

Él sabía que me tenía comiendo de su mano y no bien anclamos cuando hizo su primera aproximación. ?¿Sabes por qué le dicen Cayo cangrejo? Y me pellizcó el muslo. ?¿Qué?, ¿ya te mordió uno?, cuidado que pueden dejarte un morado en alguna parte?, y señaló mi busto con el índice. Entonces creí que el corazón se me iba a salir. El se botó primero y me hizo un gesto para que yo saltara. Sabía que no debía hiperventilar o me iba a acabar todo el oxígeno, pero no pude evitarlo.

La inmersión fue corta. Cuando regresamos me preguntó: ?¿No te picó ningún otro cangrejo?, mientras pasaba una toalla por una enorme erección que se insinuaba bajo su tanga. Yo no pude aguantarme y le dije con una sonrisa pícara que ya tengo dominada: ?Sí, sentí un mordisco en la nalga, ¿crees que sea grave??, y me agaché dándole la espalda. Es cierto que el sexo anal nunca me atrajo, pero en ese momento deseaba con todas las fuerzas que me zarandeara por la cadera como poseído. El prefirió enloquecerme lentamente, me acarició la supuesta nalga herida y jugó a las ‘olimpiadas de ratoncitos‘ en mi espalda. Después me dio un beso cinematográfico. Su secreto de playboy era el juego previo. Podía durar horas acariciando un pie y se hacía rogar horas antes de pasar a la penetración. Yo enloquecí por una semana, pero al final supe que el sexo era un pegante demasiado débil para dos personas tan distintas.

La noche de mi partida Aurelio me dijo que había estado pensando irse a Bogotá, que podía tocar en bares y quedarse en mi casa un tiempo. Yo me asusté mucho. Mi idea no era mantener a un vividor ignorante. Me lo imaginé contándole a mis amigos que su amiga sueca Inge le había regalado un Rolex Scuba o no sé qué cuentos, o cómo estaba buscando a alguien que conociera a Emilio Estefan para pasarle un demo. No fui capaz de decirle que no de frente, pero por si acaso, le di una dirección y un teléfono falsos.

Creo que de algún modo, las vacaciones desdibujan brevemente todos los prejuicios que tenemos en la cama. Tanto es así que hay hombres que han hecho de esta verdad un modo de subsistencia, pero esto no quiere decir que podamos seguir vacacionando toda la vida.