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14 de enero de 2009

Trabajando como prostituta virtual

La cronista Gabriela Wiener trabajó en el Fisgónclub, uno de los portales de internet más visitados en España por aquellos que buscan sexo a través de una simple cámara. Historia de una mujer que se desnudó para otros hombres y que también estuvo del otro lado, como un fisgón más dentro del mundo del cibersexo.

Por: Gabriela Wiener
Fisgónclub es una web de sexo amateur español donde los clientes buscan sexo virtual. Hay mujeres entre los 18 y los 50 años. | Foto: Gabriela Wiener

Todo el día de hoy no he hecho más que portarme bien. Soy una chica normal, voy en metro, trabajo todos los días en una oficina, me llevo bien con mis vecinos. Pero, aunque es difícil de creer, la ilusión de normalidad, todo aquello que me une con la cajera del súper o la camarera del bar de abajo, es un disparador para las fantasías de la legión de morbosos que hoy se conectarán a Fisgónclub. La normalidad te hará sexy.

Fisgónclub es la web de sexo amateur, directo e interactivo, en la que me he instalado para dejarme ver desnuda por la mirilla de la puerta del siglo: mi webcam. Es cierto que no soy precisamente virgen en esto del cibersexo, pero una cosa es hacerlo alguna noche por el msn y otra muy distinta es ser parte de un club en línea de chicas que se exhiben y se tocan a gusto del cliente y a cambio de dinero.

Pese a que hay sexo y una transacción económica de por medio, no se trata precisamente de prostitución virtual. Para la empresa que nos reúne y programa —de aquí en adelante Mátrix, porque aquí también estamos conectadas en calidad de fuentes de energía humana— somos "artistas" o, por lo general, "modelos", aunque el término exacto para definirnos es "webcamers". Una webcamer es a una puta lo que una stripper es a una actriz porno. La webcam es una especialidad como cualquier otra dentro del mundo del entretenimiento. La mía es meterme en la cama para prestar servicios sexuales sin derecho a roce. Aunque ellos pagan, yo tengo el poder. En realidad soy mucho peor que una puta. Las putas entregan su cuerpo pero no su alma. Yo ni siquiera el cuerpo. Moraleja: ser objeto sexual es divertido cuando no te pueden echar el guante.

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Si algo está claro es que yo soy mejor que cualquier peli porno. Soy una película que te saluda y te responde, que te llama de manera cariñosa y si quieres hasta puede charlar contigo el tiempo que quieras. Mejor para mí si solo quieres hablar.

Algunas actuamos con antifaz o peluca, otras muestran la cara sin saber si el que se masturba al otro lado es un conocido, incluso un familiar. Allá ellos. A algunas les da morbo que un hombre las reconozca en el ascensor. Pero lo nuestro es la interpretación, la puesta en escena de fantasías de gente que ni siquiera es gente, de avatares, de espectros dueños de nicks ridículos que nos piden introducirnos los dedos en la vagina, introducirnos vibradores, cualquier cosa que puedan imaginar como sus penes. Los pocos fisgones que tienen encendidas sus webcams, las dejan fijas enfocando sus discretos miembros erectos mientras imaginan que la mano que los coge no es su propia mano sino nuestra mano. Pegan sus glandes a nuestras bocas hechas de píxeles y expulsan sus lluvias digitales sobre nuestros cuerpos de pantalla plana. ¿Qué nos diferencia de un personaje de videojuego? No somos Lara Croft, sino la perra de la vecina. Por eso nos aman.

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La imagen tarda un poco en cargar, pero allí estoy. Este es mi espejo. Sola y lista para transmitir. Mierda, mierda, mierda, digo como en el teatro. Yo soy: "Sexógrafa. 25 añitos. Dependienta. Pechos grandes, lengua larga". Así me he publicitado durante toda la semana, con una serie de mentiritas piadosas (para mí misma). Pero la mentira está a punto de acabar. Me verán en directo. Me dirán quién soy. Una imagen congelada de mi escote anuncia lo que está más allá de un clic.

Me he situado en mi habitación, el lugar más privado de casa, sobre mi cama matrimonial he desplegado una sábana blanca y posado sobre ella la portátil color labios-rojos-de-Lolita. La he abierto como si abriera una persiana y mis vecinos de decenas de edificios virtuales pudieran asomarse a ver cómo hago el amor conmigo misma.

Aunque todavía no estoy al aire puedo ver mi reflejo, puedo ver lo que verán. Me preparo como si fuera a tener sexo real. Sigo obedientemente la liturgia del aseo, de la depilación, del vestuario sexy. Lencería negra, medias de rejilla y maxigafas en la ilusión de no ser reconocida: mi disfraz. Pongo a mi alcance dos vibradores, uno negro y el otro groseramente grande. Me preparo para un puñado de internautas que están ahora mismo en sus casas, tan solitarios como yo y esperando que los acompañe, los abrace con mi cercanía sin olor, con mi suavidad sin tacto, con mi desnudez sin cuerpo. Tercera llamada. Debo admitir que ahora mismo atravieso un repentino ataque de pánico escénico. ?

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Es distinto cuando se está del otro lado. Ayer no era sexógrafa sino un onanista en piyama y con la mano dentro del pantalón llamado Feliciano. Estuve chateando con las chicas. Tienen entre 18 y 50 años y, muchas de ellas, ni siquiera son guapas. Solo necesitan tener ADSL, algo de desvergüenza y querer ganar dinero desde casa de una manera autónoma y, digamos, lúdica. Hasta se les hace seguimiento psicológico para comprobar que no les afecta tratar con gente como yo (Feliciano). Virginia Crener es la rubia psicóloga y vocera de Mátrix. ¿Una web porno con terapista?

—Sí, es política de la empresa —me dijo por teléfono. Tener una página divertida no quiere decir que aquí vale todo. Al final se trata de sexo y el sexo tiene una parte juguetona y otra muy seria. Es muy fácil cruzar la línea y las cosas se empiezan a desmadrar.

Si algo así ocurre, Mátrix tiene un servicio de moderación las 24 horas. El chico que se encarga es un testigo silencioso. Está presente en todas las conversaciones, atento a las vicisitudes de las webcamers y tiene la potestad de expulsar a las personas que recurran al insulto o intenten humillarlas.

—La gente se conecta para masturbarse, para tener su rato de morbo, pero detrás están unas chicas que son seres humanos y necesitan sentirse atendidas.

A Virginia le toca cumplir el papel de madre y guía espiritual. Las chicas la llaman para contarle que tienen una infección vaginal y preguntarle qué contestar en esos casos si alguien les pide que se metan algo. O para consultarle cómo pueden trabajar con la menstruación.

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En la Home están todas como en un lujoso escaparate, pinchando sobre ellas puedo entrar a cada una de sus habitaciones. Para llegar aquí, todas pasaron por una entrevista y un casting en el que tuvieron que desnudarse. No buscaban cuerpos perfectos, operados y sin gramos de grasa, sino personalidades morbosas. Los criterios nunca son estéticos. Según Crener, el usuario no quiere ver porno profesional. "Esto es casero, estamos acercándonos a la realidad, buscamos excitación".

Fuera de la realidad virtual las webcamers son vendedoras, camareras, hay algunas amas de casa, estudiantes de intercambio, monitoras de aeróbic, peluqueras, redactoras, varias administrativas, una de Recursos Humanos, una dietista, una publicista y una masajista. "Lo principal es que aquí la mayoría lo hace porque le divierte". Pueden montarse el horario que les dé la gana, por la mañana o por la tarde, pero no pueden permitirse conocer al usuario ni dar datos personales. Está absolutamente prohibido. Para muchas es el trabajo ideal, si hoy no pueden lo dejan para el día siguiente. El pago va en función de las horas emitidas, del tráfico y de los usuarios que logren atraer. Pueden llegar a ganar 2.000 euros al mes por ocho horas diarias de emisión. Pero lo habitual son 900 euros por seis horas. (Nada que envidiarle a un periodista estándar).

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¿En serio se divierten?

Feliciano (o sea yo) me encontré excitándome un poco viendo y chateando con Alicia: 800 euros al mes por cinco horas emitiendo. Es la estrella de nuestra web, y está claro no por sus medidas. Es pequeña, delgada, ojos achinados, tiene el cabello oscuro y piercings en los labios. Lo que pasa con ella es que, precisamente, se divierte. Ahora por ejemplo junta sus delicados y blancos pechos y saca la lengua como si fuera a saborearlos. Hace cinco años se dedicaba a clavar agujas en las partes tensas de la gente. Se tituló de acupunturista, pero como con lo que ganaba no llegaba a fin de mes empezó a trabajar como telefonista en la línea erótica de Mátrix. Al poco tiempo ya estaba trabajando con la webcam desde su casa.

Mátrix la tiene como una de sus hijas predilectas y cuando a algún canal de televisión se le ocurre hacer un reportaje sobre webcamers ella va al plató con una peluca a contar sus experiencias. Porque lo suyo es verdadera pasión por las cámaras. En sus ratos libres es autora y protagonista de pelis amateurs que no solo tienen el componente pornográfico, también se diría que en ellas hay intención y ciertas ideas que entusiasman. A veces la filma su novio, como en el cortometraje en que aparece bebiendo de una caja de vino y orinando a la vez en los muros de un parque madrileño. Tiene otra en la que da clases de cocina japonesa con ingredientes corporales y aquella en la que se coloca cual estatua viviente en una plaza con un cartelito en el que se lee: "Me desnudo por dinero". Mi preferida: una parodia pornográfica de Alfred Hitchcock, en riguroso blanco y negro con todas las legendarias tomas calcadas, y en la que el clásico puñal asesino es reemplazado por un vibrador anal que deja a la protagonista literalmente muerta.

—¿Puedes mostrarme el culo? —le dijo tímidamente a Alicia mi álter ego Feliciano.

—Claro, guapo. Lo que quieras. Míralo, ahí lo tienes.

Me sentí complacida con su obediencia. Alicia suele trabajar en las mañanas. Por lo general atiende a ejecutivos, mandos medios, jefecitos con corbatas y despachitos propios que a las 11 del día ya empiezan a tener un poco de apetito y lo sacian con ella. Hay algunos que están enganchados. Ya Alicia no sabe qué inventar para entretenerlos. Son sus clientes fijos y por tanto, dinero garantizado. Puede pasarse varios meses con un tipo que se ha obsesionado y que se conecta a veces solo para conversar. Alicia es sin duda la relación más profunda en la vida de muchos de esos sujetos. Le piden de todo. Desde que haga pipí y caca en directo hasta que grite muy fuerte para que la escuchen los vecinos. Otro pedido muy común es ver su habitación. La gente ya no quiere sexo, la gente demanda intimidad, se excitan viendo los cajones donde guarda su ropa interior, les pone verla jugando dominó con su novio o acariciando a sus gatitos.

—También me piden que tenga sexo con mis perros pero están muy equivocados. Yo siempre les digo que a los animalitos se les respeta.

Dejé a Alicia con sus animales. En los últimos minutos Feliciano se había hecho una fama demoledora entre las chicas y el resto de usuarios. Con mi privilegiado acceso Vip estuve con todas y el tiempo que me dio la gana. Pude jugar con ellas a mi antojo, usarlas un momento y dejarlas en lo mejor de sus performances para irme con otra. Allí estaban Sarita Dinamita, Tetoncita Deliciosa, Desvelada, Marta Hot, LucySex, Ninfómana Motera y Desempleada Mimosa fingiendo desearme y enseñándome sin quererlo el arte de la seducción 2.0. Tuve algún intercambio sexual con cada una de ellas, menos con Carmela. Era la mujer de más edad de las que emitieron anoche. Tiene 46 años pero su voluptuoso cuerpo todavía es firme. Estaba acostada en la cama de una plaza en una habitación ridículamente estrecha. Llevaba tanga y sostén negros. No se movía, solo hablaba y hablaba y a veces bostezaba un poco. Pronto me di cuenta de que éramos diez los conectados a ella. Le decían cosas como: "Eres la mujer perfecta para pasar el rato o para casarse y encima viciosa".

—Hola, Feliciano —me dio la bienvenida, llamándome por mi nombre como lo habían hecho todas—. ¿Que te gustan mis piernas y mi corazón? ¡Muchas gracias, Sucio69! A mí también me gusta saber que os gusta lo que veis y que os hago disfrutar.

Todos parecían conocerse. Eran un grupo de amigos. Y Feliciano (o sea yo) empezó a sentirse un poco marginado. Debatían sobre si en Mátrix hay tipos operados o travestis y si se hacen "escatológicos". Carmela respondió que no sabía pero que, aunque hay que "saber entender" las fantasías de todos, ella solo hace lo que le apetece. "De popó nada, tampoco anales".

—Muéstrame el coño —le dijo Feliciano un poco desesperado, aburrido por tanto rollo y con la sensación de que esta mujer lo estaba estafando.

—Ay, Feliciano. Hace cuatro horas que estoy aquí. El chichi llega un momento que se irrita, vamos a dejarlo descansar, ¿vale? , porque como que duele.

—¿Así que solo tienes ganas de hablar? —le contesté desafiante.

—Digamos que tengo ganas de follar poco. No puedo mentir. Hay días que tengo unos calentones de cine y otros en que me duele de tanto masturbarme con juguetitos.

No había sexo real pero sí sus problemas más típicos. Ya no parecía tan divertido, así que como Mátrix también tiene una sección "latinas", Feliciano y yo no pudimos resistir la tentación de visitar a nuestras hermanas latinoamericanas. Sin darnos cuenta habíamos salido ya de España, del hemisferio norte y aparecido como por arte de magia en la habitación de un barrio pobre de una ciudad del sur y escuchábamos esa entonación, esa "voz cantadita", esos diminutivos a flor de boca que nos hicieron sentir como en casa:

—Hola Feli, mi amor, cómo estás, corazoncito. ¿Ya estás calientito? Huy, qué rico, mi vida. ¿Quieres que juguemos un ratito?

Era Perla, una chica colombiana que me trataba como el Elegido. Así que decidí que me masturbaría con ella. Le dije que me dijera J, el nombre de mi marido, como si yo me llamara así. Usé mi vibrador y me corrí rápidamente, mientras me llamaba J, en perfecta sincronía con sus movimientos y gemidos, que fueron de menos a más hasta simular lo que podría definirse como la entrega absoluta de una webcamer: algo así como el punto culminante del servicio interactivo y que nunca sabrás si es realmente un orgasmo simultáneo. El tipo de experiencia que te deja vagamente satisfecho y te hace regresar por donde viniste. Feliciano (o sea yo) volvió a la carga, insaciable de experiencias, sobre todo porque llamó su atención una frágil y lánguida muchacha argentina, Melissa (20), que dormitaba en su cubículo. Porque las latin queens no emiten desde sus casas sino desde estudios alquilados entre varias chicas, cada una con su computadora, en cuartos separados por vigas de madera que dejan filtrar el ruido de los costados. Y Feliciano, con la mente ágil y la frescura posorgasmo, empezó a coquetear con ella, haciendo chistes y comportándose como un verdadero gaznápiro de internet, un anónimo enamorándola en su ruinosa soledad, escribiendo frases ingeniosas y haciendo reír a la chica con preguntas tan poco sutiles como: "¿Por qué una chica tan guapa como tú se dedica a estas cosas?". Y ella: "Así está la Argentina".

Finalmente Feliciano y yo nos fuimos por donde vinimos, pero primero le dijimos cobardemente a Melissa que en realidad éramos solo una chica peruana en piyama. No me despedí de Melissa sino que permanecí en silencio unos minutos viendo su cara de desconcierto y de estupor justo antes de desaparecer para siempre.

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Tercera llamada. Timbre. Salir. Ahora estoy del otro lado.

Esta noche soy la única de las webcamers de Fisgónclub que se ofrece en la opción tarifa plana: 40 euros, aunque puedes darte un paseo por mí durante 24 horas a solo dos euros. Para las Vips hay que pagar bonos que van de los 30 por media y 60 euros por una hora de voyerismo Soy accesible pero tampoco barata.

Por fin estoy en directo, alguien entra al chat. Timidillo: "Hola, estás muy buena". Compruebo que escucha mi voz: "Es mi primera vez", digo. "Relájate —dice Timidillo— lo estás haciendo bien, tienes mucho arte, tu voz me pone". Y me pide que le muestre las tetas. Como no quiero hacerlo, cojo mi vibrador en forma de pene de color marrón y me lo meto a la boca. Les gusta. El nudismo obligado me inquieta. Les muestro mi anillo de casada. Los chicos hacen bromas. "¿Por qué no traes a tu esposo y te lo follas aquí?", me dice Pollón54. Ya hay cuatro conectados. No puedo aguantar la risa. Qué me pasa. Son las pocas tablas o que todavía me queda algo de sentido del ridículo. Tengo que salir un momento de la habitación. Les digo que voy por mi marido, que no se vayan.

Salgo para reírme a carcajadas y veo a J, que también está conectado a Mátrix. Veo en la pantalla de su computadora mi cama, el lugar que acabo de dejar vacío para salir a reírme llena de inseguridad, de miedo que alguien me diga fea, de que me dejen sola, de que me traten como Feliciano trataba ayer a las chicas. ¿Cuál de todos eres tú

, le digo a J. ¿Cuál es tu nick? Dímelo. Pero J no me lo quiere decir. ¿Eres Timidillo? No consigo que me lo diga. Tampoco que me acompañe. Esto lo tengo que hacer sola. No saber cuál de todos esos es mi marido es un plus al delirio general que experimento. Regreso. Josetomás me pregunta que dónde está mi esposo. ¿Será el propio J que pide que venga J? Les digo que no quiere venir, que es un cabrón. Y como un acto simbólico me introduzco mi anillo de bodas en el ano. Mis clientes se emocionan. Al menos han podido verme el culo. Pienso en hacer algo trascendente para que sientan que no están tirando su dinero a la basura. Entonces me masturbo con otro de mis vibradores, supongo que un poco excitada por haber llamado su atención, y tengo un fuerte orgasmo en directo pero, como el audio falla, no se dan cuenta.

Pollón54 se impacienta: "Muestra las tetas". Me cojo las tetas con una mezcla de sentimiento de absurdo, cachondez y risa histérica. "Las tetas, coño", grita Miron25. "Pezón, pezón, pezón". Decido que es el momento de desnudarme por fin. Lo hago. Me pongo de pie. Pueden verme tal como soy, sin ningún filtro. Siento como si vitorearan. Estoy desnuda, a dos euros y un clic de quien me quiera. La excitación sube como una ola. Entonces apago el ordenador y me pongo a ver la tele. No soy una webcamer, soy una calientahuevos.

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