Opinión

Una diatriba contra los influenciadores: ridículos con <<smartphone>>

Por: Ricardo González Duque

El episodio de un tipo llamado Carlos Feria que maltrata a su hija para ganar ‘likes’ es solo un caso más del contenido basura que producen muchos de los mal llamados “influenciadores”. Abundan en Internet los casos donde el exceso del “yo” termina siendo una pesadilla.

Es larga la lista de los inventores arrepentidos de sus creaciones. Está Nobel, el de la dinamita, que paradójicamente inspiró el premio de paz más prestigioso del mundo, o quienes desarrollaron la primera ametralladora y la bomba atómica, que solo han significado muerte y dolor humano. Aseguraron ellos en mensajes que hicieron públicos, que nunca pensaron en el daño que le harían a la humanidad con sus ideas hechas realidad, como seguramente -guardadas las proporciones- le puede estar pasando a Frank Canova, el ingeniero electrónico considerado el inventor del primer teléfono inteligente.

Los smartphones no se han traducido en los genocidios que han causado las armas, pero es seguro que el ingeniero Canova no se imaginó el uso anodino que principalmente los jóvenes le darían a un teléfono con internet para publicar no solo contenido estúpido, sino que atenta contra los derechos de los otros en busca de una esclavitud llamada likes.

El último de estos episodios es el que protagonizó un tipo llamado Carlos Feria, al que por fortuna no conocía y a quien por desgracia tuve que empezar a ver en TikTok cuando se reveló la recopilación de los videos en los que maltrata a su pequeña hija Salomé de cuatro años. A paso de tortuga el Bienestar Familiar entró a analizar el caso, sin que aún se produzcan decisiones, cuando ya el maltrato físico y mental había sido reproducido millones de veces en las redes sociales, al tiempo que había generado rechazo en los sensatos y risas en los irracionales que veían allí “solo una broma”.

Pero Feria, el maltratador neurótico, no es el único que produce material propenso a delitos o violación de derechos con su smartphone, a él lo antecedieron otros como la tristemente célebre ‘Epa Colombia’ cuando destruyó una estación de TransMilenio en 2019; un hombre en Cali que se hace llamar ‘Hablame menor’, a quien se le ocurrió pedir una camioneta prestada para acercarse a mujeres en la calle e intimidarlas; o Elizabeth Loaiza y Natalia París, quienes se aprovecharon de la pandemia para vender pruebas de covid ‘chimbas’ o el peligroso dióxido de cloro, que era contraproducente para enfrentar el coronavirus.

Además de las bromas y las estafas, las estupideces también han estado sobre la mesa: como cuando a uno de estos “creadores de contenido” llamado Yeferson Cossio, se le ocurrió ponerse un implante de senos, seguido de las escenas clasistas y arribistas de una joven conocida como ‘La Segura’, quien emuló los casos de “usted no sabe quién soy yo” ahora contra un vendedor de zapatos colombiano en Miami a quien quería hacer echar, sumado a una fulana llamada Daniela Ardila, quien dijo en su Instagram que odiaba a Colombia pero, sobre todo, que aquí a diferencia de otros países, le daba “asco” coger un bus.

No sé a quién o para qué puedan influenciar en algo estos personajes con el contenido basura que producen.

Pero para ser justos, no todo lo que hay en Internet es basura: hay gente que enseña a reciclar, unos que muestran los mejores restaurantes para comer o lugares para viajar, otros que revelan secretos de las aplicaciones de celular, los que leen libros en voz alta y hasta hay bonitas mujeres que dan consejos de cómo conquistarlas.

Se podría decir que algo aportan. Sin embargo, esa obsesión por ser el centro de atención en la red lo que está confirmando es que hay en esta época una pandemia peor que la del covid, que es la del “yoísmo”. Decía con mucha razón el escritor Mario Mendoza en su entrevista con Juan Roberto Vargas en Noticias Caracol, que en el mundo de las redes sociales todo es yo: “las redes sociales obligan a un exceso de yo. Yo en Instagram, yo en Fb, yo en Twitter (…) tengo que estar todo el tiempo presente, tengo que mirar quién me hizo like, quién me hizo un comentario (…) me tomo una selfie, yo en el restaurante, yo paseando. Ese exceso del pronombre personal de la primera persona del singular es asfixiante”, dijo. Quizá a estos malísimos representantes de la juventud les ha faltado muchos libros por leer para entender que hay otros personajes diferentes a ellos.

Con mucha franqueza debo decir que no me importa lo que haga Aida Merlano con su novio, ni a quién besó Lina Tejeiro, ni lo que dicen ‘La Liendra’ y otros excéntricos -por ser muy solidario en los adjetivos- que han hecho fama de la forma más inútil posible. Pero el problema de seguro no está en ellos, sino en quienes los consumen, y sí, incluso en caer en la trampa en estos párrafos de escribir sobre esa cosa pomposa llamada influencers.

Pero no hay de otra, sin duda el mejor castigo que pueden recibir Feria -el agresor de niñas y mujeres- y otros parecidos a él, es no mencionarlos, no darles visualizaciones, ni likes, ni seguirlos en ningún lado. A ver si en este país donde el ostracismo es tristemente tan común, lo hacemos de forma digital y se lo aplicamos a estos personajitos para no seguir haciendo famoso a cualquier ridículo peligroso.

CONTENIDO RELACIONADO

Opinión

Esta Navidad no es mía: ninguna lo ha sido

Opinión

‘Merlina’ y el mercado de las personalidades desechables

Opinión

¡Obvio que nos encanta la Navidad!, y a los que no, que se aguanten

Opinión

El ABC del orgasmo femenino