22 de abril de 2010

Testimonios

Mi striptease en Apolo`s Men

El cronista Simón Posada se le midió a planear su propia coreografía y bailar en vivo en el lugar insignia del striptease masculino en Colombia: Apolo's Men.

Por: Simón Posada. Fotografía Juan Camilo Palacio
Simón Posada. Fotografía Juan Camilo Palacio | Foto: Simón Posada. Fotografía Juan Camilo Palacio

Una de las pesadillas más recurrentes del ser humano es verse desnudo frente a muchas personas. Algunos dicen que es inseguridad o temor a que la gente se entere de un secreto. No recuerdo haber soñado esto alguna vez, ni siquiera la noche antes ni la noche después de haber bailado en Apolo`s Men, el sitio insignia del striptease masculino en Colombia por 17 años.

Mis pesadillas han sido otras. A los 12 años me empezó a crecer pelo por todo el cuerpo. Llevo 14 años de pelos colgando de mis piernas, pecho, axilas, estómago, nalgas e ingle, pelos que han ido ocultando mis cicatrices y que se han erizado con el frío y el miedo de toda mi vida. Y Almir arrancó en una hora las casi 120.000 horas de crecimiento capilar, ese traje de ovejita que descubrió al lobo que habita en mí: un stripper.

Ella trabaja en H&B y Sun World, un sitio de depilación y bronceo. Pasaba su mano varias veces por el lienzo con cera para adherirla a mis poros, como caricias que iban a distraerme del dolor que se avecinaba. Era tanto pelo que algunas veces necesitaba parar a la mitad y luego terminar de jalar la cera por completo, produciendo un sonido como de latigazo, y luego mis gritos. Las otras pacientes se reían de mí. Cada tanto se asomaba Johana, una colega de Almir.

- Pero si él va a bailar en tanga se tiene que depilar la nalga- dijo Johana.
Yo estaba de espaldas y no puedo decir que lo haya dicho con maldad. Aunque juraría que fue así.
- Ayyy sí, claro- dijo Almir, como si hubiera descubierto algo tan obvio como que el agua moja.
- Yo creo que no es necesario - dije, con dolor de cabeza por el sufrimiento, pero Johana ya me había bajado los calzoncillos. Me volteé para gritar, y me encontré con el lente de la cámara del fotógrafo, un cíclope sonriente con mi tortura. Ellas encontraron en mis nalgas el objeto para purgar su rabia por ser mujeres y tenerse que depilar cada dos semanas. Al final, me pintaron con un aerógrafo y entré en una cámara de bronceo. Me pusieron unas gafas diminutas como de nadador y me encerraron en una cápsula llena de tubos de neón. Al salir de ahí, de esa especie de nave espacial, todo liso y bronceado como una garota, me sentí convertido en una máquina del sexo y el baile.


***
Creo que las dos preguntas más importantes que debo responder son: ¿qué se siente? y ¿por qué lo hice? Dejemos el show para el final. Bailé en Apolo`s Men por la misma razón que hizo que me metiera lombrices en la boca en el jardín infantil para espantar a las niñas, comerme una bola de wasabi del tamaño de una nuez por 5000 pesos y nadar en el Báltico con el agua a 1 °C.

A mis 26 años, no sé bailar y no me gusta hacerlo. Mis tías ya se cansaron de enseñarme, y la venganza perfecta contra ellas por haberme obligado a hacerlo en las fiestas navideñas de mi vida sería la de hacer un striptease.

Ahí tienen, se lo dedico.
¿Qué me dijo mi mamá? "Hágale, hijo, se va a ver muy lindo". No podría decir más. A los seis años me explicó cómo se hacían los bebés con unas revistas porno de mi papá. ¿Mi novia? No dijo nada, unas veces arrugaba el mentón de la angustia y otras se reía sin parar, cuando practicábamos juntos mis pasos en el espejo de su baño. ¿Mis amigos? "Tenga cuidado, se trata de la tanga o la vida", dijo uno.


***
Thompson, el propietario de Apolo`s Men, me recibió a las 7:00 p. m. Es de poca estatura y tiene el carácter de una abuela regañona, tierno y amable, pero disciplinado e inflexible. Comimos arepa con Coca-Cola. Yo no quise nada más porque un stripper me había contado que la primera vez que salió a bailar le dieron ganas de cagar y orinar varias veces. Ni siquiera me tomé una cerveza, me emborracho con muy poco y podría resbalarme.

‹¿Qué son esos garabatos tan feos? No va a entender nada, deme esa libreta a ver ‹dijo y empezó a escribir con una letra cuidadosa su trayectoria profesional: creador de Apolo`s Men hace 17 años, fundador del Ballet de Thompson, que se presentaba en los hoteles Intercontinental; coreógrafo de El show de las estrellas y otros programas de televisión. Perder la libreta de apuntes para un periodista es como perder la tanga para un stripper.

Menos mal mi letra es ilegible hasta para mí mismo.
- Ustedes dos son muy charlatanes y creen que me pueden hacer creer que yo estoy equivocado- les dijo Thompson a dos strippers una semana antes durante un ensayo. Ellos podrían molerlo a golpes, pero los regaños de ese hombre diminuto les acaba su ego de machos de gimnasio. Él estaba preparando durante una semana a un grupo de bailarines para llevárselos de viaje a un par de discotecas en Ibagué y El Espinal, y Thompson aprovechó esos ensayos para enseñarme algunos pasos.
"¡Baje los hombros!", "¡no se agache!", "¡hágalo con fuerza!", "¡sienta la música!", "¿cómo va a seducir a una mujer si se para de esa manera?", "no se mire el cuerpo cuando baila, eso lo hacen las mujeres", me decía mientras yo intentaba moverme entre las moles de carne de los demás strippers. Un anatomista podría descubrir nuevos músculos en ellos si los llevara a un laboratorio. Son hombres que desayunan seis huevos, van al gimnasio dos veces al día, levantan pesas de hasta 220 kg, toman malteadas de Herbalife y otras pócimas después de cada comida, se depilan con crema o cuchilla y aprovechan cualquier rayo de sol para broncearse. La mayoría se han inyectado esteroides solo una vez.

-Imagínese siempre que baile que está haciendo el amor con una nena- me dice Bryan. Él lleva cuatro años como stripper. Empezó a hacerlo por dinero -tiene un sueldo fijo cercano al salario mínimo, y en sus tangas ha llegado a reunir desde 2000 hasta 280.000 pesos en una noche-, pero ahora se considera un artista consumado y se toma muy en serio su trabajo. A veces sueña que sale a bailar y que cada uno lo hace por su lado, sin coordinación. Él hace el show de Neo, el protagonista de The Matrix, con capa y gafas, hasta quedar en tanga. Además de bailar los fines de semana, es dueño de un almacén de videojuegos en Soacha. Tiene dos hijas y vive con la mamá de ellas, pero ya no son novios. Dice que han tenido varios problemas, y que ella le echa la culpa en parte a su trabajo. Sus vecinos saben que es stripper y algunos le han gritado "puto", a pesar de que, a diferencia de un lugar de striptease femenino, relacionarse con las clientas de Apolo`s Men es prohibido. La relación queda en el baile y punto, aunque algunas los esperan afuera en sus carros, enrollan el número de teléfono dentro del billete que meten en la tanga o se ven por casualidad en la calle o en una discoteca cercana después del cierre.

- Hay una cosa que nadie puede evitar, y es cuando dos personas se gustan -me dice uno de los bailarines. No digo el nombre porque Thompson podría echarlo a la calle si se entera-. Pero esas relaciones no tienen proyección, ellas lo usan a uno como un objeto, para salir y nada más.

A Bryan no le importan los chismes de sus vecinos, y su cara con el ceño fruncido de manera permanente los mantiene alejados.
-Yo nunca sonrío en los shows. No me gusta verme como un tonto- dice Bryan.
Yo tengo una conclusión: la experiencia del stripper se ve en su boca, en que nunca haga pucheros de bebé o se le dibuje en ella una risa tonta que pueda delatar que el bailarín se burla de sí mismo, que se siente ridículo-.

Un día me dio mucha rabia porque fui corriendo con mi cara de malo al escenario y la pista estaba mojada. Quizá alguna clienta derramó su trago, y yo salí volando y me caí durísimo. Todas se rieron y yo regresé al camerino muy enfadado.
Menos mal Michael está trapeando muy bien el lugar en la noche de mi show.
Él empezó como mesero, pero estuvo en los ensayos conmigo y se fue de viaje al Tolima a hacer su debut. En los tiempos libres es instructor en un gimnasio de Soacha. Esa noche no iba a ver mi show porque tenía que ir a un apartamento a una despedida de soltera. Allá, en el territorio de las mujeres, las cosas son más rudas: los aruñan, les echan licor por el cuerpo y se lo toman chupándoles el torso. Incluso, algunas los abrazan por detrás, inmovilizándolos para que otra les baje la tanga. A un stripper una vez le apagaron un cigarrillo en la nalga, y a otro el amigo gay de la novia se la pellizcó y de la rabia dejó el apartamento de inmediato.


***
Michael se viste de obrero como yo para ayudarme a ensayar un par de veces antes de mi debut. Parado en el centro del escenario, bajo las luces fucsia, amarillas y verdes, entiendo por fin qué estaba haciendo en las últimas semanas. Me siento desamparado por completo y brota de mí un sentimiento infantil: quiero a mi mamá, como cuando iba a verme en las presentaciones del preescolar. Hice muchas, porque me gustaba disfrazarme y tenía buena memoria para los libretos. Todavía veo a mi mamá inclinada en la máquina de coser un domingo en la noche haciéndome los disfraces a última hora. Pero estaba de viaje y no pudo ir.

A las 10:00 p. m. llegó la primera mesa de mujeres y me sentí aliviado de manera extraña: eran feas. "Ojalá no llegue ninguna bonita, debe ser más fácil con feas", pensé, pero a los diez minutos llegó una mesa de ocho mujeres, donde había dos polacas, una rubia escuálida y otra pelinegra de ojos azules, que me amargaron el rato.

-¡Vaya vístase que ya vamos a empezar! -me dijo Thompson, palmoteando.

Cuando entré al camerino había ocho hombres en tanga brasileña. Unos se echaban aceite de almendras entre sí, otro gritaba si alguien había visto sus medias negras, otro se pintaba las cejas, otro se ponía lentes de contacto verdes, otro levantaba dos pesas de 10 kg para tonificarse un poco antes de salir y hacían flexiones de brazo en el piso. Recordé la angustia que me daba a los 12 años en mis clases de natación cuando tenía que quitarme la ropa al lado de 20 tipos.

- Estoy muy asustado por él - dijo Kevin, y todos se rieron de forma nerviosa.
En verdad les preocupaba. "Usted es un verraco", "échese agua en el pelo para que se vea mejor", "mire a las mujeres a los ojos, no les quite la mirada y nunca baje la cabeza". De un momento a otro todos estaban vestidos de gitanos, chocaron sus puños entre sí, algunos se echaron la bendición, apagaron la luz del camerino de 4 m de largo por 4 m de ancho, abrieron la puerta y desaparecieron como paracaidistas que se lanzan al vacío. Me quedé ahí solo, con mis gafas y casco de obrero, oyendo el zapateo del baile y los gritos de las mujeres, una mezcla de euforia y terror, como si en un segundo les gustara ver hombres desnudándose y al siguiente quisieran salir corriendo de ahí. Entraron unos y se quedaron otros en escena, prendieron la luz, se quitaron la ropa con velocidad, se vistieron de piratas y cuando llegaron los demás salieron a hacer el show. Otra vez me quedé solo y a oscuras. Regresaron unos, entre ellos Bryan, que debía salir vestido de Neo.
Después iba yo.

-Vístanse ustedes para que acompañen a Simón - les dijo Thompson a dos strippers, uno de ellos idéntico a Rafael Nadal.

- ¿Sí sabe bien la coreografía? - me preguntaron, les dije que sí y la repasamos-. De todas formas le vamos diciendo con disimulo qué se va quitando.

-Simón Posada va a salir esta noche a compartir un baile con ustedes, para terminar de forma profesional un trabajo periodístico que está haciendo sobre cómo es ser un Apolo`s Men. Les aclaramos que él no es un Apolo`s Men y que hoy no es el día de los inocentes- dijo el animador- . Un aplauso por favor.

En vez de salir corriendo a buscar a mi mamá, parado al frente de las 40 mujeres que estaban ese jueves, brotó de mi interior un sentimiento de maldad que me hizo pensar en que, en vez de asustarme por las burlas, era yo el que se iba a burlar de las mujeres al mostrarles con potencia y desparpajo mi osamenta y panza de oficinista sedentario de casi treinta años. La coreografía consistía en quitarme poco a poco el traje de obrero en el centro del escenario y, entre prenda y prenda, bailar en cada uno de los cubos que están al lado de las mesas que rodean la pista. Y con mi idea de inmolarme en la pista antes que salir corriendo, al primer cubo que brinqué fue al de la polaca escuálida. Sus gritos funcionaron como la flauta de los encantadores de serpientes: de repente, mi cadera se movió con más fuerza y soltura. Incluso chocamos las manos. Su amiga, la polaca pelinegra de ojos azules, me tomaba fotos. ¿Estaré en algún lugar de Facebook, en calzoncillos y sin taguear, con comentarios en polaco?

Hubo momentos durante el baile en que me reí al hacer el ejercicio de desdoblarme y sentarme en el escenario para verme bailar, como cuando una mujer me agarró la panza, con un arañazo de iguana, o cuando una que había estado muy seria se animó de un momento a otro y me puso un billete de 1000 pesos en los calzoncillos.

Habría pagado por ver el instante preciso en que arranqué de un solo golpe el jean con bordes de velcro y quedé en tanga. Fue lo más difícil, porque debía ponérmelo un poco despegado para que se soltara fácil, pero no tanto para que no se me fuera a caer antes de tiempo. Una vez me pegué con el jean en la cara, y otras no logré despegarlo. Era una jugada peligrosa, pero se deslizó tan suave como un pantalón de seda. Los gritos de las mujeres en ese momento fueron como si yo tuviera 40 penes y les estuviera dando un orgasmo a todas a la vez.

Terminé el baile parado en dos cubos al fondo del escenario, haciendo la pose de El pensador, de Rodin. Salí corriendo hacia el camerino. Todos chocaron mis manos, me dieron palmadas en la espalda. Abracé a Thompson en calzoncillos. No puedo decir que fue una pesadilla, porque la pasé muy bien.

Al salir, el público me aclamaba para que volviera a salir. Me senté a tomar una cerveza y ver el show. La polaca escuálida se me acercó y me dijo "you`re gorgeous". La que me tomó de la panza me dijo "lo hiciste muy bien, haces reír a la gente". Al ver a los strippers bailando, haciendo sus coreografías impecables y sincronizadas como si fueran personajes de un videojuego, me sentí uno más. En un momento, Kevin, en tanga en el escenario, me miró y se rio, y ese guiño me hizo sentir privilegiado. Yo sabía cómo se sentía él, fui capaz de llegar a donde muchos nunca han llegado y no llegarán. Me sentí, en verdad, como el primer hombre en la
Luna.

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