17 de noviembre de 2005
7. Las Comedias románticas

Películas como Annie Hall (dirigida por Woody Allen), When Harry met Sally (Rob Reiner), It happened one night (Frank Capra), Perdidos en Tokio (Sofia Coppola) y Mejor imposible (James L. Brooks) son de las pocas comedias románticas que se salvan de caer en la gigantesca sopa melodramática que viene Las comedias románticas son a ellas lo que la religión a la humanidad: opio. Una droga que abre la puerta a un fabuloso mundo de relaciones perfectas, negando esa inmunda realidad de conflictos, agresiones verbales, desamores, celos, desplantes y demás realidades que tiene que enfrentar toda relación amorosa de verdad. En otras palabras, las comedias románticas son un Valium cinematográfico para solteronas, despechadas, casadas, recién enamoradas y viudas, que junto a un balde de helado de pistacho y trozos de brownie lloran su triste suerte deseando tener una vida tan afortunada como la de Meg Ryan cuando encontró el amor perfecto por medio de un programa radial (Sleepless in Seattle).
Para empezar no deberían ser llamadas comedias, pues la mayoría no tienen ni la cantidad ni la profundidad suficiente de humor como una buena cinta de los hermanos Marx o incluso una ligera comedia de Ben Stiller. Deberían categorizarse bajo comedias ligeras, light, seudocomedias o comedias taraditas. Sin embargo, no podemos negar que nos gustan. Son excelentes para ver una tarde de domingo arrunchado con la novia en el sofá, sin una media, con sudadera o piyama recalentada, con un paquete de achiras y dos cucharadas de arequipe. Este estilo de cine aparentemente inofensivo crea ideales peligrosos que entorpecen aún más las relaciones humanas, ya suficientemente complicadas. Las mujeres les dan a los temas y a las relaciones que se proyectan en estas historias un halo de verdad sacrosanta. Después de una de estas películas, su mujer le puede decir: "¿Y tú por qué no eres más como él, ah?". Si nos agarran una tarde malgeniados les podemos contestar feo: "Porque no soy Richard Gere, porque no me pagan cinco millones de dólares por actuar de esa manera, porque lo que pienso o digo no me lo escribe un guionista de cine ¡y porque tú no eres Julia Roberts!".
Las comedias románticas están maleducando a nuestras mujeres. Después de ver una, terminan convencidas de que en el mundo sí hay un hombre que Dios diseñó para ellas y que algún día las va a rescatar de ese aburridor mundo, al lado de ese marido o novio que se le aguanta todo, pero que es un mero mortal, simplón sin imaginación, sin memoria emocional, poco detallista y sin corazón aventurero.
Lo que ellas no saben es que ese hombre de esas películas sí existe, pero en la mente de una escritora de Hollywood a la que le pagan para describir el hombre que todas las mujeres del mundo quieren y necesitan: uno que las sorprenda, que les lea el pensamiento, que nunca olvide lo que llevaban puesto el día que se conocieron, que tenga los mismos gustos, que sea adivino y divino. Lo triste es que los hombres, como la vida, somos reales: a veces sonreímos y a veces olemos mal porque, al contrario de los príncipes azules, nosotros sí tenemos intestino grueso que se afecta con el paso de un brócoli. Así somos y así nos vamos a quedar, y depende de nosotros mismos aceptar a la mujer como es y de la mujer aceptarnos como somos, porque la vida se trata de exactamente eso: aceptar y aprender a vivir lo mejor posible con lo que nos da. No es mucho más. Ah, y aprendamos de una vez por todas que la vida no tiene final feliz.
No dejemos de ver películas como Notting Hill, o cualquiera del inglés guapetón y tartamudo, porque nos divierte, porque a veces nos sentimos identificados y porque aunque no son comedias, nos hacen reír. Pero veámoslas con ojos de verdad. Si no existe King Kong, mucho menos existe un hombre, una mujer, una relación perfecta o un final feliz. Hagamos un trato con las mujeres: nosotros dejamos de pensar que en la vida vamos a encontrar una que haga (naturalmente y sin esforzarse) lo que hace una actriz porno y ellas dejan de pensar que algún día nos van a transformar en un Hugh Grant. Fin (feliz)
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