15 de abril de 2008

Experimento

Catando vinos de eventos

Rafael Arango asistió a cuatro eventos en Bogotá y se propuso hacer lo que pocos hacen: analizar muy bien los vinos que allí se ofrecen. Pocos pasaron la prueba.

Por: Rafael Arango

Coctel en la embajada de Canadá

Las copas llegaron primorosas, desastrozas en tamaño, y cualquier intento por oxigenar el precioso líquido hubiera terminado en un baño comunal. Sirvieron blanco y tinto, los dos a temperatura correcta y los vinos de confección decente, nada memorable pero decente. Seguimos nuestro ‘espionaje‘ y la situación se hizo insostenible luego del quinto ‘patacón pisao‘ ingerido por uno de mis compinches.

Mi única crítica real, y, más que crítica, una sugerencia respetuosa hacia esa gran embajada, es que si van a dar vino por qué dar un vino obtenido al final de la Avenida Tobalaba en Santiago y no dar un maravilloso vino canadiense, tierra de grandes y excelentes caldos y una de las cunas del mítico y místico Ice Wine, uno de los mejores del mundo. Ruego al señor embajador que perdone nuestra impertinencia y a su vez quedamos en deuda por su amabilidad y tolerancia, y ojalá pronto escribamos algo sobre los excelentes vinos de su tierra.

Homenaje a Rogelio Salmona

El evento fue en el MamBo a la memoria del maestro Salmona. El tufillo de lagarto se mezclaba con el de chorizos refritos de una venta ambulante, la seguridad era muy severa y yo entregué una invitación donde segundos antes había garabateado mi nombre sobre otro nombre tachado. Entré sin problema y me topé con una avalancha increíble de gente, claro, estaba toda la farándula política y artística del país, estaba nuestro alcalde mayor, codeándose con Gloria Zea, Juan Manuel Galán y hasta Eva Rey ya preparaba alguna nota picante. El vino no se veía por ningún lado, hasta que logré observar un pendón de un gato rampante tipo Eveready. Mi compinche me dijo "huy, yo no sabía que esto era un evento de pilas". "No sea bruto —lo increpé­—, ese es el logo de Gato Negro, un vino de la antigua viña San Pedro". Fuimos a probarlo pero un fuerte cordón de seguridad antilagartos nos impedía el paso, por lo que los miré con severidad y les dije: "Mire, yo soy el responsable de que el vino se sirva a la temperatura correcta, déjeme pasar o entiéndase con doña Gloria". El policía vaciló pero le pareció tan absurdo lo de la temperatura que optó por dejarme pasar.

Evidentemente la temperatura estaba muy mal (21°C en un vino que se debe servir a 18°C), esto disparó su alcohol y su acidez, pero en un evento que superaba las 200 personas lograr la temperatura ideal era una misión imposible. Las copas excelentes, tipo tulipán, grandes, de cristal y generosas, las mejores de mi recorrido, estoy seguro de que algún travieso se llevó una de souvenir para ponerla al lado de sus "melgareñas" de 10 cm, más conocidas como "la aguardientera con pata". El vino estuvo decoroso, de corta recordación, pero óptimo para este evento que tenía a más de un bivarital presente, y no solo político… Brindé a la memoria del inolvidable Rogelio, y cuando me disponía a explicarle a Eva Rey las virtudes de un "assamblage bordelés", la mano gigantesca del policía burlado, me puso de patitas en la calle mientras me decía orondo: "Doña Gloria dice que la temperatura del vino está bien". ?

Exposición galería Nueveochenta

La siguiente misión fue en la galería de arte Nueveochenta, del ex presidente César Gaviria. Afortunadamente mi fuerte es la crítica de vinos y no la de arte. Llegamos y el vino no se veía por ninguna parte, cuando nos disponíamos a retirarnos en silencio, alcancé a ver una puertica que comunicaba a un patio de corte siberio-kafkiano a unos 12°C a la sombra, en donde departían animadamente pseudointelectuales cuya lectura más ligera eran los silogismos de la amargura de Cioran, locutores de programas de radio adolescentes y ex militantes del Moir con pretensiones de marchand d‘art fusagasugueño.

Sobre una mesa igualmente kafkiana, al final del patio, un personaje andrógino servía una bebida en un enigmático recipiente, me acerqué para ver mejor y sorpresa: copa plástica tipo "la Gran Piñata", eso sí, alargada en forma de flauta para vino espumoso. Debo confesar que sentí cierta nostalgia frente a la copa y recordé alegres arroces con pollo servidos con gaseosa en esta ya mítica copa plástica de mi niñez. Dado el nivel intelectual de los presentes deduje que era un concepto kitsch, parte fundamental de la exposición. El vino, un espumoso francés de marca Keefer, simplemente fantástico y servido a unos correctos 6°C. La prueba fehaciente de que existen vinos fantásticos a precios realmente asequibles (le pegaron al perrito). ¡Salud, Presidente!?

Exposición La Galería

Esa misma noche salimos rápidamente de la exposición kafkiana para evitar la muerte por hipotermia y nos dirigimos a un sitio llamado La Galería (nombre bastante original como la Ventana o el Corrientazo). Y aquí sí fue Troya. En un abrir y cerrar de ojos volvimos a los años ochenta, por lo menos en materia de vinos.Un genérico francés intomable era servido en un vaso plástico del Tía, el clásico cliché de coctel colombiano: barato, maluco y mal servido. Por lo menos estaba a una temperatura correcta de 17°C. En defensa de la exposición llamada Vida salvaje hay que decir que el nombre de la exposición siempre estuvo acorde a la calidad del caldo y que además tenía una obra, una especie de mano mecánica que derramaba unas gotas del precioso néctar cada cierto tiempo. Lo curioso es que el vino derramado era de calidad superior al servido.

***
Para cerrar una crítica para todos en general, señores, por favor, el vino no, repito, no se entrega servido en la copa, en su evento, ni en ninguna parte (salvo en un torneo de tejo). Se pasan las copas vacías y se sirve el vino después en presencia del comensal o catador, en esto todos fallaron.

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