Deberíamos empezar por el acento. Los caleños tenemos una forma particular de reemplazar las eses por jotas: en el habla coloquial bien arrastrada, que incluye mucho la pregunta “¿no cierto?”, siempre oiremos “¿no jerto?”, o “¿jerto que jí?”. Pero jamás nos comemos las eses finales, más bien las marcamos (“¿voss de dónde veníss?”) o las metemos donde no van (“¿vinistes o te fuistes?”). Además, reemplazamos las enes finales por emes: no comemos pan sino “pam” y brillamos los zapatos con “betúm marróm”.