19 de agosto de 2009

Contra las reuniones de copropietarios

Por: Marcelo Birmajer
| Foto: Marcelo Birmajer

Las reuniones de copropietarios son la prueba irrefutable de que en el hombre el conflicto es una pulsión aún más poderosa que la necesidad de paz. Es una comunidad habitacional pequeñísima, los problemas son ínfimos y los factores de poder inexistentes: sin embargo, las personas gritan hasta bien entrada la madrugada. Se amenazan con juicios e incluso con puñetazos.

¿Culpa de qué sistema es esta propensión al caos violento? ¿Del capitalismo, del neoliberalismo, del socialismo edilicio? ¿A quién le echaremos la culpa esta vez por desear matarnos a causa de una pérdida de agua en el sótano?

Por lo pronto, la primera reflexión que arriesgo es: ¿a quién se le ocurrió que vivamos unos arriba de otros? ¿Por qué no permanecimos en aldeas horizontales? De todos modos hubiéramos terminado gritándonos, ya lo sé. Las personas, simplemente, no deberían vivir juntas. Gracias a Dios ya no debo participar de reuniones de copropietarios, las considero la metáfora más adecuada para imaginar el Infierno. La única diferencia entre el Infierno y una reunión de estas es que al menos en el Infierno al Diablo le hacen caso; mientras que en las reuniones de copropietarios las personas no aceptan aguardar su turno para hablar ni aunque la asamblea la presida Winston Churchill.

En las reuniones de copropietarios, el deseo de hablar es inversamente proporcional a lo interesante que tenga el sujeto para decir.

Desafortunadamente, a diferencia de las fiestas, en las reuniones de copropietarios los más sensatos permanecen callados, intentando sustraerse al debate. Es que saben que nada en limpio saldrá de la discusión a muerte de la vecina del quinto, que quiere utilizar la mitad de la cuota de administración para construir una réplica de la Torre de Pisa en la terraza, y el anciano del noveno, que prefiere construir un trampolín en el mismo sitio, aunque el edificio no cuenta con piscina.

A menudo, en situaciones banales, le deseamos la muerte a alguien: si fuera posible matar con el pensamiento, las reuniones de copropietarios acabarían siempre en catástrofe. Yo me alegro de que durante las reuniones de copropietarios no haya un realista que proponga el suicidio masivo, pues no sería difícil transformar a los habitantes del edificio, mientras dura la reunión, en miembros de una secta similar a las lideradas por el reverendo Jim Jones o David Koresh; esas sectas integradas por sujetos que un día se van a dormir con una sonrisa en los labios y al día siguiente aparecen todos muertos.

"No podemos decidir si hay que arreglar la caldera o comprar una nueva, no podemos decidir si hay que arreglar primero la fuga de agua del sexto piso, o arreglar la tubería principal, no podemos decidir si el portero debe abrirles la puerta a los ciegos u obligarlos a que encuentren solos el botón del portero eléctrico, no podemos decidir si debemos solucionar la pérdida de agua del hall central o comprar botas para todos; entonces: ¡suicidémonos! ¡Miren esta reunión, qué horrible es la vida! ¡Miren cómo se contorsiona la cara de la vecina del séptimo, miren cómo llora el travesti del octavo, sientan cómo huele el gnomo del cuarto piso, casado con una mujer que le lleva dos cabezas! ¡Esto es la vida: suicidémonos!" .

¿Quién se negaría? Por suerte nadie lo propone.

Las reuniones de copropietarios nunca terminan por acuerdo, sino por cansancio. Nunca ocurre que alguien diga, cinco horas después de iniciada la reunión: "Perfecto, esto es lo que vamos a hacer". No. Siempre terminan con un: "Bueno, son las cinco de la mañana, y esto empezó ayer a las seis de la tarde. Sugiero que nos vayamos a descansar".

—Usted quiere que nos vayamos a descansar porque ya hemos votado para arreglar su techo.

—Señora, quiero que nos vayamos a descansar porque el presidente de la asamblea, su señor esposo, se acaba de dormir sobre su hombro, y me da asco ver cómo le mancha con saliva el vestido. También se ha dormido el señor Biniagli, del quinto piso, pero me temo que debido a su avanzada edad, y a que hace como media hora que no lo escucho roncar, está algo más que dormido.

Casi todo el mundo considera poético "ver el amanecer". Pero ver el amanecer desde una reunión de copropietarios es faltarle el respeto al sol.

Desde fines de los ochenta, uno de los temas favoritos de los inquilinos de apartamentos es la seguridad. Primero comenzamos por cerrar con llave a toda hora la puerta de entrada, lo que motivó que el portero eléctrico perdiera el 90% de su función. Es uno de los pocos casos en que la tecnología ha retrocedido frente a la decisión de los individuos. Como todos saben, los porteros eléctricos se instalaron básicamente para poder abrirle la puerta al visitante sin tener que bajar a hacerlo uno mismo, de ahí el nombre del artefacto: portero eléctrico. ¿Pero ahora por qué se llama "portero eléctrico", si no le abre la puerta a nadie? Acaso debiéramos llamarlo "anunciador eléctrico", o no llamarlo de ninguna manera.

En un edificio en el que tuve ocasión de vivir (es un decir) llegamos aún más lejos en los controles de seguridad y nos prohibimos entrar unos a otros si no decíamos la contraseña correcta. Lo triste en estos casos es que generalmente impiden entrar al edificio a tu pobre abuela o al mensajero que te trae un contrato por cinco mil dólares; pero los ladrones nunca tienen problemas. Un ladrón que robó diez departamentos en un mismo edificio les dejó una nota indignante: "No se priven de usar el portero eléctrico, no sean tontos, que los ladrones, justamente, entramos aunque esté cerrado con llave".

Convivir con otra persona siempre es un disparate, pero los matrimonios lo soportan utilizando el sexo como drenaje. En los edificios, la convivencia no solo es insoportable, sino que el sexo incluso la empeora. Cualquier relación sentimental iniciada entre vecinos merece el comentario desaprobatorio del resto de inquilinos. Y ni hablar de si los encuentran llevándola a cabo en el ascensor. Creced y multiplicaos, nos sugiere la Biblia; sí, pero no dice nada de vivir todos juntos.