12 de diciembre de 2007

El derecho a ser lobo (Una defensa con mucha garra)

Por: Isabella Santo Domingo
| Foto: Isabella Santo Domingo

Aunque podría sonar a despropósito, soy precisamente yo, y no Laisa Reyes, la encargada, en esta edición, de liderar la defensa del popularmente conocido y frecuentemente malinterpretado lobo. Incluso, voy a llegar al extremo de aceptar que alguna vez salí con uno de ellos. Bueno, lo de salir es un decir, porque, realmente nunca salimos de mi apartamento. Sí, Ferney, a pesar de su diente de oro, la cadena con el dije conmemorativo de su equipo favorito, el Cúcuta Deportivo, y sus pantalones "Bersachy", era muy bueno en la cama. Y en el carro, en el ascensor, en el clóset, en el baño del portero, sobre la mesa Rimax del salón comunal y la pelota inflable de Pilates del gimnasio… Pero del edificio, como tal, aclaro, NUNCA salimos. Salvo esa única ocasión en la que fuimos juntos a una fiesta, que le dije que era de Halloween —a pesar de que estábamos en pleno abril— para convencerlo de usar la máscara que le compré. Era mil veces mejor hacerlo pasar por ‘El Zorro‘ que por el lobo que realmente era. Y que conste que solo me atreví a llevarlo, presionada ante su insistencia de que le presentara a mis amigos. O, por lo menos a alguien distinto a Dayanaris, mi "muy" discreta empleada. Única testigo y cómplice de mis andanzas clandestinas. Porque sabía de antemano que lo aprobaría. Eventualmente, también lo "probaría". La muy traidora. La última vez que supe de ellos estaban viviendo en una mansión de siete habitaciones y piscina climatizada en Anapoima. De cuidanderos.

Y a pesar de que mi primera y única experiencia hasta la fecha con un ñero no fue muy memorable que digamos, juro que de no haber sido por Dayanaris es posible que aún siguiera con él. Por eso, defiendo nuestro derecho a salir con lobos. Igual que lo hacen los hombres. Que salen abiertamente con lobas a los mejores sitios y hasta las presentan a la familia sin que nadie los censure. Mientras que nosotras, por cobardes, nos dejamos presionar por los demás y por eso tenemos que conformarnos con comer pizza, solo a domicilio. Ir a cine, pero en horario matiné. Por ende, en el tipo de películas que nos toca ver a esa hora, la escena de cama más candente es entre Shrek y Fiona. Todo con tal de que no nos vean porque, eso sí, primero muertas que humilladas. Pero ante la posibilidad de que alguna vez nos quitáramos los complejos de encima, tal vez aceptaríamos que salir con un lobo tiene sus beneficios.

1. A pesar de la sudadera verde menta de tela de toalla que tenemos puesta, ellos siempre creerán que es el último "aullido" de la moda.

2. Entran gratis a todos los bares, porque fijo tienen un primo, un amigo del colegio o un vecino del barrio que trabaja allí.

3. Sin grandes esfuerzos pasaríamos por chefs consumadas, —así no sepamos hacer ni hielo— con un soufflé de salmón que en realidad está hecho con dos latas de atún y full color. Nunca notará la diferencia.

4. En su cumpleaños no habrá que gastar una fortuna en una billetera Louis Vuitton. Bien podría apreciar igualmente una de cuerina marca "Luis Pinzón"

5. Ahorramos en mercado. Ninguno sabe diferenciar entre un queso Emmental de un paipa. Un lomo fino de una carne murillo. Un vino de un jugo de uvas o un kiwi de un zapote.

Pero la máxima ventaja de salir con un ñuco es que, como nunca pueden creer que una mujer con clase pueda fijarse en ellos, sí creerán todo lo demás que les digamos. Dentro de mi defensa, aclaro, quedan excluidos los guisos. Hasta lobo, llego, pero es que salir con un guiso ya es revolcarse en el fango. Pero como no es fácil diferenciarlos a simple vista, aquí van algunos ejemplos:

El lobo es el que no se pierde un solo capítulo de Padres e hijos. El guiso "sale" en Padres e hijos. El lobo nos saca a comer sushi, solo porque está de moda. El guiso, en cambio, te "convida" a jartar "suchi" y le pregunta al mesero que si con esa morcilla de colores de principio también dan sopa. Encima de todo, si es costeño, la pide con suero. Con hogao o guacamole si es cachaco. El lobo es el que anda con guardaespaldas porque dizque es un ejecutivo de "alto riesgo" a pesar de que es dueño de un puesto de chance en la Caracas. El guiso "es" el guardaespaldas del lobo. Como dice Sanz: "No es lo mismo".

Seamos honestas, la mujer que nunca en su vida ha tenido un romance con un "boleta", no sabe de lo que se está perdiendo. Y tampoco tiene nada de malo admitir si lo han tenido. Ojo que, en nuestro gremio, negar un descache es casi tan grave como negar a la mamá. Aclaro que el lobo no siempre es el vaciado de baja calaña. También los hay de alcurnia y en las más altas esferas. Mañé, aparte de burdo, ordinario, de mal gusto y estrafalario, que no toma sino que "boga", no le toca sino que "le figura", no se molesta sino que se "emberrionda", para quien usted no será nunca una dama distinguida sino una "vieja de la jai" ni considerada una buena amante sino "un buen catre", también es un estilo de vida, una actitud fuera de lo común (y en ocasiones de lo aburrido) que desentona entre los demás, y entre tanta falta de originalidad. Pero, en su defensa, porque su atractivo tienen, la prueba está en que la mayoría de nosotras ha caído, alguna vez, en las garras de alguno. Lo más sexy del "brocha" es que generalmente se tiene tanta confianza que con orgullo se exhibe en público y hace el ridículo con la personalidad que le hace falta a tanto yuppie morrongo capitalino que cree que no ser mañé es uniformarse igual a los demás: de camisa azul cielo con el caballito pegado, las medias de rombos, el sweater del cocodrilo, el entero de paño gris y burlarse de los que por lo menos se atreven a ser diferentes. Pensándolo bien, creo que titularé mi próximo libro: Las damas los preferimos lobos.