10 de enero de 2008

El fútbol americano

Por: Santiago Rodríguez Tarditi

No haga el esfuerzo. Ni lo intente. Por más que le expliquen una y otra vez este deporte junto con sus reglas, no va a entender nada. A primera vista se encontrará con un enorme campo de pasto donde 22 jugadores se rompen la madre como bestias detrás de un balón con forma de supositorio. Ambos equipos, incapaces de hacer jugadas continuas que duren más de 30 segundos, tienen cuatro oportunidades para avanzar de a diez yardas hasta llegar a la zona de anotación del equipo adversario.

Desde ya empieza la pereza de tener que revisar el sistema métrico decimal. ¿Quién diablos sabe cuánto son diez yardas? Seguramente los gringos cuellirrojos que se agolpan en los bares para tomar cerveza y chocar sus pechos, exclamando frases propias de una película porno —¡fuck, yeah! — con cada milimétrico avance de los jugadores.

El fútbol americano desciende directamente del rugby, con la diferencia de que los camajanes que lo practican protegen su físico de bisonte con uniformes propios de un escuadrón antimotines, y se forran el culo con brillantes trusas licradas. El fútbol americano es el hijo marica del rugby. Un partido de rugby se para cuando un jugador se desangra; en fútbol americano, cuando un jugador se desgarra.

Hay un dicho que lo explica todo: el fútbol americano es un juego para caballeros practicado por hampones, y el rugby es un juego para hampones practicado por caballeros: Con jugadores como O. J. Simpson, que asesinó a su ex mujer y a su mejor amigo, es fácil de entender.

Y si de americano no tiene nada, de fútbol, menos todavía: el pie se usa contadas veces, las cabezas son las grandes protagonistas, no precisamente por planear estrategias sino por bloquear adversarios tal como lo haría un carnero en celo. Las pocas veces que el pie es protagonista, es por cuenta de un pateador designado, algún resignado ex futbolista (de fútbol de verdad) que le sacó provecho a mandar el balón por encima de un arco. El dirigente de cada equipo es el llamado mariscal de campo, y al igual que en el ejército, la primera línea del equipo suele estar formada por negros carne de cañón dispuestos a sacrificarse por la gloria de aquel salvador rubio y buenmozo (como tienden a mostrarlo las innumerables películas cliché sobre el deporte), que es quien tiende a aparecer en los momentos de crisis y ganar partidos, además de ser el galán cotizado entre las porristas presentes.

En el continente solo lo juegan los norteamericanos y un par de mexicanos que quieren ser gringos; el resto del territorio simplemente no quiere entender el juego. O no puede. Incluso los mismos norteamericanos se confunden. Cada vez que se para el juego, uno de los siete árbitros uniformados de cebra se une a este safari deportivo para intentar explicar por medio de señas, como las usadas por quienes parquean aviones en los aeropuertos, qué fue lo que pasó, no sin antes dejar caer con feminidad pañuelos al suelo, muy al estilo de las cortesanas francesas.

El fútbol americano es, además de marica, bruto. En Colombia sería impensable tener nuestra propia liga. Empecemos por decir que el pigskin, nombre que se le da a ese balón porque en un principio estaba hecho de piel de marrano, daría para una bandejada de chicharrón. Nadie se imagina a los amigos de barrio echándose un picadito de fútbol americano; exclamaciones del estilo "hágame famoso" o "si me estima, si me estima" serían respondidas no con un pase de balón, sino con un cabezazo al hígado. Además, los uniformes colombianos estarían atiborrados de patrocinios, la versión criolla del videojuego Madden NFL 08´ tendría que ser protagonizada por Édgar Perea, y cada victoria se celebraría con chorros de agua embolsada en vez de baldados de Gatorade sobre las espaldas de los entrenadores.

El único partido que la gente ve es el llamado Súper Tazón, esa final que tiene nombre de recipiente plástico para conservar sopas. En ese evento los fanáticos, simios obesos con las iniciales de sus equipos pintadas en la barriga, se exhiben ante las cámaras que transmiten lo único bueno del evento, el intermedio, en el que se presentan las bandas más famosas del mundo y donde más de uno se queda esperando que vuelvan a mostrar una teta para animar el espectáculo más tedioso del universo.