12 de diciembre de 2006
Mi primera borrachera
Siempre hay una primera vez, incluso para pegarse una rasca de esas que jamás estuvo en sus planes. El periodista Carlos Mario Ríos aceptó acabar su prevención con el trago y, por una noche, nadó en licor.
Por: Carlos Mario Ríos
Uno de mis peores recuerdos de esa noche fue estar sentado, sin alientos, en el piso de un baño que no conocía, abrazando un inodoro como si fuera la mujer de mi vida a la que no quería dejar ir por nada del mundo. La vomitada de esa noche no tiene comparación con nada: en el fondo del gran pozo, una mancha amarilla y muy babosa que salía de mi pobre cuerpo, golpeado por todo el alcohol consumido esa noche de martes, mientras todo daba vueltas en mi cabeza.
La historia comenzó a las 8:00 de la noche en el restaurante Las Acacias, de la calle 94 con carrera 15. Decidí que allí sería mi primera borrachera, pues no quería cualquier lugar y prefería estar al menos en un sitio que evocara mis raíces paisas. Allí, a punta de aguardiente como en mi tierra, y en compañía de Mally, la productora de SoHo, me desboqué a tomar. Pensaron en mí porque coincidimos en varias fiestas y nunca me vieron bebiendo. Hoy en día, soy rastafari y por eso no lo hago, pero decidí acceder para saber qué se siente y cuál era mi reacción en estado de embriaguez. Cuando estaba más pelao, en mi adolescencia, me tomaba un par de cervezas, uno o dos tragos de aguardiente, pero llegar a las condiciones tan deplorables en las que me iba a encontrar unas horas más tarde, nunca. Esta es mi primera vez, la pérdida de mis 26 años de virginidad de borracho.
Ni la gente que me vio entrar al restaurante ni el portero de Las Acacias que me miró de manera indiferente, como me ha pasado desde que tengo los dreadlocks, se imaginaron que yo estaba allí con ese firme propósito. ¿Qué hace un rasta en un restaurante paisa? Al llegar, nos sentamos de una, sin esperar más, no se sabe si por la ansiedad o las ganas de terminar con esto de una vez, nos sentamos y pedimos media de guaro. Juan, el mesero, un hombre de unos 30 años que nos atendió muy amablemente, es de Manizales también, del barrio Fátima, muy cerca de donde yo viví casi toda mi vida, y eso me hizo confirmar que estaba en el sitio indicado. Luego de compartir con él un par de historias de mi anhelada tierra, a lo que vinimos, a jartar, no sin antes meterle algo de comida: unos choricitos, arepitas y morcilla, pa qué más. Eso sí, lo hice porque algunos amigos me dijeron que antes de empezar a beber le metiera mucha grasa al cuerpo y así no me iba a voltear tan rápido. Un brindis para comenzar y arrancamos. Como dice el dicho paisa: "Levanto la mano, escondo el codo, aprieto el culo y me lo tomo todo". A decir verdad, pensé que iba a entrar más duro, pero no, pasó suave. Fue un buen inicio.
Al rato, cuando ya varios tragos estaban haciendo efecto sobre mi cuerpo, apareció el primer show de la noche, un grupo de música llanera que llegó ahí para complacernos. Ni caído del cielo, pues esa música es de mis favoritas. Sí, un rasta oyendo folclor del llano y con serenata incluida, ¡Ay, Carmentea, tu corazón será mío…! Fue un buen complemento.
Mi estado hasta ese momento, creo, era normal, pero confieso que pensé que a la primera media de aguardiente iba a estar ‘jincho‘. Pasaban los minutos y los tragos y yo seguía bien. Bueno, un poco mareado, pero no como imaginé. Entonces, llegaron a la mesa la segunda media de guaro y unos amigos de Mally. Además nos acompañaba Achiras, una particular perrita que llegó en uno de los bolsos de los invitados. Sí, Achiras, me aseguré de que se llamara así y no fuera producto de mi supuesta embriaguez. El caso fue que Achiras estuvo dormida toda la noche.
Hasta que llegó el primer síntoma de borracho: la llamadera. No sé pero, sin explicación, me entraron unas ansias terribles de llamar a alguien. Por lo general, entiendo, la gente llama a la novia y esas cosas, pero como no tengo, entonces llamé a una amiga. Mis recuerdos son un poco enredados y no sé muy bien qué le dije. Supuestamente, la invité ese fin de semana a un paseo, ¿a cuál? Ni idea, pero al día siguiente el reclamo del dichoso paseo se dejó ver y yo no sabía de qué me hablaba. Me pregunto como inexperto, ¿por qué a lo borrachos les da por llamar?
Se acabó la segunda media botella y mi estado ya no era tan normal, cada vez veía más borroso, pero nada que lograba mi cometido. Entonces ya no fue media más, sino una botella entera. Cuando la vi llegar a la mesa me dije: "Ahora sí me llegó la hora". A partir de este momento, los recuerdos se hacen más difíciles de contar, solo fragmentos de esa noche llegan a mi cabeza; recuerdo que mi amiga inseparable Ibon llegó a cuidarme y que brindé y brindé en medio de un mareo cada vez más evidente. De repente, con un grito que hasta a mí me sorprendió, dije que era hora de ir a mi ambiente: "Quiero ir a bailar reggae". Y, claro, como era el consentido de la noche todo el grupo accedió. Salí tambaleando a enfrentarme con el sereno (¿qué será eso
, ¿la noche, el viento, el frío
Nos fuimos en el carro del fotógrafo, el único sobrio, en busca de mi bar reggae, pero es martes y no hay nada abierto. Entonces, decidimos irnos para una casa, como otro síntoma claro de borrachera: el remate en la casa de alguien que no se conoce. Creo que era un apartamento en un cuarto piso, pequeño, pero agradable. A esa altura ya no sentía, ni oía, ni veía igual. Era un títere a merced de lo que quisieran hacer conmigo. Y eso fue lo que sucedió: finalmente, me emborracharon. De allí solo tengo imágenes vagas como el trago que recibí y que me supo a "mierdaaaa", que me entró en reversa, y que terminé escupiendo por la ventana. Del siguiente que trataron de embutirme otra vez y que me hizo terminar en el baño.
Ahora me parece chistosa mi incapacidad para entrar en él, me sentía en una dimensión desconocida, como en una especie de rombos, no sé. El caso es que quería llegar al inodoro pronto y como un volcán que se sacude desde lo más hondo, expulsé todo lo que mi cuerpo estaba rechazando: ese maldito trago. Y yo ahí, con el inodoro, la mujer de mi vida.
Al otro día no soportaba el guayabo. No comí nada hasta las 9:00 de la noche. Tenía el estómago revuelto y la cabeza a punto de estallar. Prefiero fumar lo que fumo, que eso no da guayabo. Como borracho, ahora que lo pienso, hablé mierda, estuve mareado, hice el ridículo y no pude controlar mis acciones. Confirmé que por razones de salud mental, psicológica, emocional y espiritual no quiero ni debo tomar. Es posible que en este momento, el que esté leyendo y le guste el trago esté diciendo que la pasa más rico bebiendo, que fiesta sin trago no es fiesta y que posiblemente yo sea un estúpido escribiendo sobre estas bobadas. Pero, en serio, yo, que no tomo nada de alcohol hoy en día, siento la gran diferencia que existe entre los borrachos y los que no lo somos. Tal vez usted deba intentar lo contrario: estar sobrio. Ese sería un buen experimento para SoHo.