17 de noviembre de 2009

Por creernos lo que no somos

¿Por qué tenemos ideas tan equivocadas sobre nosotros mismos? Ese es un misterio que no he logrado resolver.

Por: Marianne Ponsford
Por qué tenemos ideas tan equivocadas sobre nosotros mismos? Ese es un misterio que no he logrado resolver. | Foto: Marianne Ponsford

¿Por qué tenemos ideas tan equivocadas sobre nosotros mismos? Ese es un misterio que no he logrado resolver.

Les voy a poner un ejemplo: creemos que somos unos anfitriones estupendos, adorados, que a los extranjeros les encanta Colombia, y que los atendemos muy bien… Y resulta que Colombia es el país con las leyes antiinmigración más estrictas de toda América. Sí. Por supuesto: leyes muchísimo más estrictas que las de Estados Unidos.

La tradición y la historia colombiana han sido acérrimas enemigas de la llegada de extranjeros al país. Y las cosas solo han comenzado a cambiar hace muy poco tiempo.

Hace 150 años, se temía que pudieran llegar oleadas de sindicalistas y obreros con ideas peligrosamente liberales, demasiado modernas, y se cerraron las puertas a los europeos. Hace 100, se temía que llegara gente físicamente distinta y se prohibió la entrada a Colombia de turcos o de chinos… Y hace menos de 100, no se recibían por razones ideológicas: los españoles republicanos que huían de la España de Franco, los judíos que huían de la Alemania nazi… Colombia nunca tuvo una política de brazos abiertos. No pasó lo mismo en Argentina, ni en Venezuela, ni en Perú, ni en México, ni en Brasil, por solo citar unos pocos países cercanos.

Otro ejemplo curioso: crecimos con la idea de que Venezuela era un país de nuevos ricos ignorantes, casi analfabetos. Gente sin educación que nadaba en el dinero sin glamour del oro negro. Hablábamos de las "lanchas venezolanas" para referirnos a los enormes carros que usaban, y nos burlábamos porque tomaban whisky con Coca-Cola.

Mientras tanto, estábamos convencidos de que nosotros los colombianos éramos gente de buena estirpe: más culta, más educada, gente galante que de cuando en cuando caía presa de un súbito arresto lírico y se entregaba a los versos de José Eusebio Caro…

Ay, pero la realidad es dura: incluso hoy, a pesar de las terribles leyes cambiarias que han disminuido dramáticamente la importación de libros en Venezuela, incluso en esta patética coyuntura chavista, por cada libro que se vende en Colombia, en Venezuela se venden dos. Antes, la brecha era mayor, y solo ha disminuido por circunstancias ajenas al viejo y solitario hábito de leer. Es una pastillita dura de tragar: los venezolanos siempre han leído más.

Y sigo con las cuentas del rosario. En el interior del país, los paisas y los cachacos están convencidos de que la costa solo sirve para rumbear y tostarse al sol. En el imaginario del interior se dibuja un Caribe en el que crecen silvestres la pereza y el vallenato, la marimba, los paracos y el fastidioso hábito de desangrar al Estado. Pero ese no es el mapa real. ¿Dónde se lee más en Colombia? En el departamento de Córdoba. ¿Qué ciudad de Colombia tuvo hace casi 100 años cobertura total de servicios públicos para sus habitantes? Barranquilla. Colombia le ha dado la espalda a ese Caribe intelectual y laico, literario y cosmopolita, donde en vez de procesiones se inventaron festivales y donde los suplementos literarios de la prensa les dan tres vueltas a los del interior.

Colombia sería viable si se mirara al espejo sin maquillaje. Si no se creyera tan blanca y en vez, se reconociera mestiza. Y claro, si el libro más vendido fuera alguna novela de Evelio José Rosero y no 300 direcciones de Internet.