16 de septiembre de 2003

El ideal clásico

Por: Eduardo Arias

Una de las razones por las cuales es tan común encontrar en las casas aparatos de gimnasia arrumados en un clóset o transformados en percheros es el ideal de belleza que promueven en los anuncios que invitan a la gente a comprarlos. Al cabo de un tiempo se hace evidente que esos aparatos no sirven para sacar la media docena de panelas en el abdomen y tampoco moldean cinturas de avispa ni nada por el estilo. Esos ideales tan ficticios, que como se sabe son el fruto de intervenciones quirúrgicas, esteroides anabólicos, milagros de la genética o una vida dedicada al gimnasio y a dietas rigurosas, suelen sacar corriendo a la gente normal del sano mundo del ejercicio. Con lo fácil que sería decir: “Haga diez minutos diarios de abdominales con este maravilloso aparato y olvídese del dolor de espalda”.

1. David, de Miguel Ánge

2. Venus de Urbino, Tiziano

Lo más divertido del asunto es que cuando uno observa competencias deportivas de primer nivel jamás se encuentra con esos cuerpos. Los futbolistas que al celebrar un gol se suben la camiseta para besarla dejan al descubierto un abdomen normal. Abdómenes planos, sí. Pero las tales panelas. esas siguen siendo de uso privativo de fisicoculturistas aceitados, Tarzán, Batman y otro par de superamigos. El ideal clásico, es decir, la perfección griega que revivieron los grandes maestros del Renacimiento poco o nada tiene que ver con estos estereotipos que se han venido imponiendo a la fuerza desde hace poco menos de un siglo. Nadie niega la belleza de una supermodelo de nuestros días. Pero ese no es el único estilo de belleza. Eso lo sabían los renacentistas. Simonetta Vespucci, modelo de Sandro Botticelli, fue una mujer no del todo flaca y que en nuestros días tendría problemas para conseguir chanfa como imagen oficial de Givenchy o Gucci. Si la bella Simonetta hubiera representado a Florencia o Toscana en un reinado de belleza muy seguramente los expertos en estos temas la hubieran calificado como "una celulítica pasadita de kilos que debería haberse quedado en su casa y no mostrar esa barriga a la que le faltan muchas horas de gimnasio y una visita al cirujano plástico para que le haga los senos". Por fortuna Sandro Botticelli es anterior a la era de los asesores de imagen y dejó para la posteridad la belleza natural de esta modelo que se hizo tan famosa gracias a obras como El nacimiento de Venus, realizada hacia 1484. Y ni qué decir de La Venus de Urbino, (figura 1) de Tiziano, que data de 1538 y es heredera directa de las formas clásicas de su tocaya la Venus de Milo. Cuesta imaginarse a esta beldad renacentista en las pasarelas de París o Milán. Y que ni se aparezca por las oficinas del Concurso Nacional de la Belleza. Y sin embargo su belleza y su sensualidad cautivan después de cuatro siglos y medio. Que lo diga Cabas (a propósito, qué buen disco el que acaba de lanzar) cuya canción La caderona dice, entre otras cosas: "De belleza estás tan llena que se derraman tus formas/ yo me entrego a tu batalla, me abandono entre tu boca/ Perdido entre tu carne está mi mundo, mi caderona". El David de Miguel Ángel (figura 2) comprueba que las panelas abdominales de los fisicoculturistas no forman parte del ideal clásico y también hace notar que el miembro viril no necesariamente debe alcanzar las dimensiones totémicas que exhiben los protagonistas del cine porno. De vez en cuando vale la pena echarle una mirada al ideal clásico para no obsesionarse por modelos que muy pocos pueden alcanzar.