17 de octubre de 2001

Justicia infinita

Nuestro Andresito, como cualquier rey maldito francés del siglo XIV, en teoría gobierna sobre Colombia pero en la práctica a duras penas se hace respetar en el Parque de la 93, Anapoima o el Distrito Turístico de Cartagena.

Por: Eduardo Arias

No queda la menor duda: el autodenominado mundo civilizado regresa de manera definitiva a una nueva Edad Media. Eso no significa, claro está, que los síntomas hayan aparecido antier. El sida no es más que una versión postmoderna de las pestes que azotaron a Europa, con sus mismos efectos letales y sus mismas secuelas de segregación social y moral: “Castigo de Dios”, es decir, “Justicia Infinita”.

Pero ahora parece que la cosa sí va en serio. Con todos los hierros. O mejor, con todos los misiles. Fanatismos, lectura textual y sin contexto de libros sagrados, miedos y reencauches de viejas profecías van y vienen. Es tiempo de mensajes a través de internet, como aquel en el que invitan a transformar el número de uno de los vuelos que se estrelló contra las Torres Gemelas (el Q33 NY ) al tipo de letra windings para obtener los símbolos Q33NY. El rostro del diablo que aparecen entre las nubes de escombros de una torre de acero y cristal que se desploma.

Y nada mejor para darle una rúbrica definitiva a esta nueva Edad Media que una guerra entre las facciones más fanáticas del islamismo y el cristianismo. Por un lado el ojo por ojo y diente por diente del Talibán (“Osama in excelsis Deo”). Por el otro, el puritanismo y su hijo más aventajado: el capitalismo (“In gold we trust”/ “Gold save America”). Dos facetas antagónicas de lo mismo: ver el mundo en blanco y negro. “ Yo soy la verdad y los demás son el anticristo, el demonio, el fuego eterno”.

Una de las facciones cuenta con portaaviones como el Theodore Roosevelt, una especie de Vaticano flotante, sólo que con aviones F-16 en vez de frescos de Miguel Angel. Esa facción sigue el precepto de Hitler: atacar con el máximo posible. La otra facción trabaja a base de terrorismo, guerra química y biológica, cabezas nucleares de segunda mano adquiridas en los mercados de las pulgas de Novosibirsk y Almati. Su método: aterrar a cientos de millones con el ataque directo a unos pocos miles. ¿Cuál escudo antimisiles es capaz de detectar al portador de un maletín con un virus letal en el aeropuerto de Narita, el estadio Giuseppe Meazza, la torre Sears o la estación de Tottenham Court Road? Esa facción sigue el precepto de Stalin: luchar con el mínimo necesario.

¿Y Colombia? Con orgullo patrio podemos decir que esta vez no vamos a la saga. Todo lo contrario. Nuestra Edad Media es pura tecnología de punta. Al igual que Maloka, la nuestra es una Edad Media colombiana hecha por colombianos para colombianos y con talento ciento por ciento colombiano.

Nuestro Andresito, como cualquier rey maldito francés del siglo XIV, en teoría gobierna sobre Colombia pero en la práctica a duras penas se hace respetar en el Parque de la 93, Anapoima o el Distrito Turístico de Cartagena (que no incluye, claro está, el enorme cinturón de miseria de la ciudad). En vez de Leonores de Aquitania, duques de Anjou, condes de Artois y demás señores feudales tenemos Tirofijos, Jojoyes, Castaños y Mancusos. Las grandes ciudades colombianas son como castillos amurallados donde se encierran, aterrados, nobles, burgueses y villanos desplazados que han sobrevivido a las masacres y el hambre mientras que los caminos están en manos de salteadores, piratas terrestres y ladrones de ganado. Pero Andresito no sufre. él, sumiso y obsecuente ejecutor de esa operación Justicia Infinita a menor escala que se llama Plan Colombia ya aseguró su visa gringa y lo que le pase al país medieval del que aún figura como gobernante es problema de los que se queden, ya sea a merced de la venganza de Alá o de la operación Justicia Infinita.

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NOTA:
Con motivo de la columna Arsenal del mes pasado han llegado a esta revista decenas de cartas en las que se manifiesta que el Colegio San Carlos no tiene uniforme. Pueden ser espejismos provocados por el paso de los años, la vejez —que no llega sola— o el alzheimer, pero hace unos 27 años, recuerdo haber visto en las instalaciones de mi colegio a unos manes que siempre le daban en la jeta al Helvetia en todo: fútbol, básquet, voleybol… Me corrigen si me equivoco, pero todos ellos iban uniformados con franela de color amarillo pollito con ribetes verdes y decían ser del San Carlos. ¿O será que los estoy confundiendo con las Pachas?