16 de diciembre de 2009

La Virgen del Casete

Por: Josefina Marzo
| Foto: Josefina Marzo

Yo estudié en un colegio femenino y éramos, claro, devotísimas a la Virgen. La Virgen era maravillosa. En primaria, por ejemplo, nos ayudaba a saber quién era la más popular, la preferida de los profesores, la más linda y ordenada, amable y modosita, con letra pulcra y buenas notas. Claro, en bachillerato la más popular sería la de la falda más corta y las rodillas menos tensas, la mascadora de chicle, torcedora de ojos, que primero sacara contraseña falsa. Pero en primaria la Virgen era nuestra Madonna, así que la niña más juiciosa era galardonada con el honor de representar a María en el pesebre de las novenas. En cuarto de primaria esa feliz niña era yo.

El disfraz era una bata azul y blanca que cubría y las mangas eran tan anchas que uno podía deslizar los brazos hacia adentro, y hacer lo que uno quisiera, como cambiar de lado el casete del walkman, que quedaba perfectamente oculto bajo el trapo de la cabeza. En el primer día de la novena, yo estaba rebobinando por quinta vez mi casete de Magneto. Mientras algún otro nerdo del salón leía "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra", yo me encontré con el walkman en mi entrepierna y di un respingo. Sentí el breve temblor del casete y contuve el aliento, tuve un leve mareo y tensé los muslos y acerqué el aparato a mí, y mientras las chicas del colegio cantaban "Maaaaaría la blanca paloma", yo sentí cómo el Espíritu Santo se reconcentraba caliente y furioso junto al walkman, y luego se regaba por todo mi cuerpo, mientras yo blanqueaba los ojos y el colegio cantaba "Paaaaaaaaa-aaaz"...

Me sentí mayor después de ser la Virgen, me sentí iluminada por un tiempo. Pensé que había tenido una conexión especial con Dios, había sentido lo mismo que María cuando el ángel le anunció que tendría el hijo de Nuestro Señor.

Después de quedarme varias veces viendo Cinemax hasta tarde, me di cuenta de que lo que había tenido era mi primer orgasmo, pero aún no entendía cómo. ¿Sería posible que el orgasmo fuera la lengua (lenguaje) de Dios?

Cuando entendí que la revelación había sido producida por algo tan banal como un walkman entendí por qué es que dicen que "Dios está en todas partes" y empecé a buscarlo en las piscinas cerca al chorro, en largas tardes solitarias sentada en el bidé, concentrada en mi oración aunque las palabras del padrenuestro a veces se me trastocaran.

Siempre he guardado la idea de que la Virgen y yo sentimos lo mismo. Ahora no creo en ella, se disiparon todas esas fantasías de la infancia. Pero a la Virgen, como ficción, le deseo que la naturaleza de su cercanía con Dios se parezca a la mía. Tendría sentido entonces que María fuera una niña tan buena, tan de su casa, tan dedicada a la oración, y que de tanto rezar le empezara a crecer un Dios en la barriga.