21 de julio de 2010

Vida SoHo

Las peores excentricidades de los caudillos

Acaba de salir al mercado Caudillos, el libro de Mauricio Sáenz, jefe de redacción de Semana, que demuestra que los caudillos latinoamericanos tienden a ser unos locos de atar. Aquí, una pequeña muestra.

Por: Mauricio Sáenz
| Foto: Mauricio Sáenz

1. Antonio López de Santa Anna
Funeral para una pierna

En 1838 tuvo lugar la 'Guerra de los Pasteles' con Francia, originada, en la visión popular, cuando unos soldados mexicanos borrachos se comieron las existencias de la repostería de un francés. Santa Anna lideró la batalla contra los galos en Veracruz, y aunque logró rechazarlos, tuvo la mala (¿o buena) suerte de perder una pierna en el combate. La extremidad fue objeto de solemnes honras fúnebres en la catedral capitalina. Pero fiel al destino de altibajos de Santa Anna, en 1845 la misma turba inhumó la pierna, la "linchó" y la quemó para vengarse por la pérdida de Texas, en la que el general (exiliado a toda prisa en Cuba) tuvo mucho que ver.

El origen de los Chiclets
Si no hubiera sido por sus aventuras y desventuras como caudillo mexicano, el general Santa Anna hubiera pasado a la historia por una razón insólita. Nacido en Xalapa (Veracruz), practicaba la antigua costumbre de los mayas de masticar la savia del árbol de sapodilla. Tras un intento por regresar del exilio a México, pasó a Nueva York y allí le sugirió al inventor Thomas Adams que aprovechara el gusto que los soldados estadounidenses habían tomado por mascar la sustancia. Adams cedió, le compró una gran cantidad y produjo unas pequeñas bolas masticables con fines higiénicos, que se vendieron muy pronto. Corría 1869 y habían nacido los Chiclets Adams.

2. José Gaspar Rodríguez de Francia
Nadie lo mira

En su momento de mayor poder, acostumbraba dar paseos vespertinos a caballo por las calles de Asunción. A su paso los pobladores debían cerrar las puertas y darle la espalda, pues no tenían derecho a mirarlo de frente. El doctor Francia impartía órdenes en latín a su ejército de indios guaraníes, que, dicho sea de paso, solo tenía capitanes. Muchos años después se vengó salvajemente del esposo de una mujer a quien había cortejado de niña. Y cuando su hermana se casó sin su permiso, mandó ejecutar a su marido y al cura que los había casado.

3. Juan Manuel de Rosas
Los locos de la casa

El argentino, a pesar de su alcurnia, era un hombre montaraz y gustaba de diversiones insólitas. Una era rodearse de locos de todos los pelambres. Cuatro de ellos vivieron por años en su residencia. Tres eran mulatos: el reverendo padre Viguá, el gran mariscal don Eusebio y el loco Bautista. El caudillo los incitaba a decirles los disparates más procaces a los personajes que lo visitaban, mientras él se desternillaba de la risa.

4. Gabriel García Moreno
Su propia sentencia

Un opositor argentino, el doctor Santiago Viola, se exilió en Ecuador. Allí ejerció como abogado, pero pronto cayó entre ojos del dictador Gabriel García Moreno por asumir la defensa de un enemigo del Presidente. Moreno citó a Viola a su despacho y le presentó un documento. Tras preguntarle si conocía la letra, el acusado le contestó que era la suya. ¿Y sabe usted la pena que merece un extranjero por mezclarse en asuntos del país , añadió. En su criterio, la pena de muerte, contestó Viola. Pues usted ha dictado su propia sentencia, dijo el dictador, y lo mandó fusilar.

5. Porfirio Díaz
Que Dios los perdone

Uno de los logros del porfiriato fue pacificar el campo, asolado por el bandidaje. Para esa tarea utilizó al cuerpo de Guardias Rurales, especie de paramilitares en los que participaban toda clase de personajes, desde soldados desmovilizados hasta bandidos en busca de regularizar su situación con la justicia. Luego de dos años de ofensiva, Porfirio se jactaba de que los mexicanos podían recorrer a su gusto las carreteras y caminos sin temor de ser asaltados. Pero el esfuerzo significó la ejecución de miles de personas que cayeron en las redadas, y se cree que entre ellos hubo numerosos inocentes. Díaz no tenía problema con ello: "No importa, en la otra vida, Dios premiará a los buenos", es la frase que se le atribuye.

6. Juan Vicente Gómez
Gómez y Bolívar

La obsesión del dictador venezolano con el Libertador era legendaria. Decidido a identificarse con el padre de la patria hasta en los mínimos detalles, hizo falsificar su partida de bautismo para que su fecha de nacimiento coincidiera con la de Bolívar. Lo más sorprendente es que consiguió hacer realidad su aspiración de morir en la misma fecha del héroe, esto es, un 17 de diciembre. Desde comienzos de ese mes de 1935 su salud comenzó a flaquear definitivamente, y finalmente se anunció su deceso en la fecha de la conmemoración nacional. No es claro si el destino le ayudó, o si de eso se encargaron los miembros de su entorno, que habrían ocultado la muerte por varios días.

7. Manuel Estrada Cabrera
No tiembla por decreto

En la noche del 24 al 25 de octubre de 1902 hizo erupción el volcán Santa María, cerca de la ciudad de Quetzaltenango. El evento fue catastrófico desde todo punto de vista, cientos de casas fueron sepultadas por avalanchas de lava, y una nube de ceniza ocultó la luz del sol durante varios días por los territorios circundantes. Pero en Guatemala justo se realizaban las fiestas Minervalias, la ocasión más solemne de la presidencia de Estrada Cabrera. Lejos de suspenderlas y correr en auxilio de sus paisanos, el dictador decretó que el desastre en realidad había ocurrido en la vecina Tapachula (Chiapas), en México. Cualquier versión en contrario, afirmaba, solo era atribuible a los enemigos del régimen.

8. Maximiliano Hernández Martínez
Menos que insectos

Impresionado por la matanza de campesinos sublevados cometida por tropas gubernamentales en 1932, un periodista de la revista Time le preguntó al general Hernández Martínez cómo explicaba el baño de sangre en El Salvador. El general, espiritista y teósofo, le contestó que no entendía el clamor universal que se había levantado ante una acción del gobierno perfectamente legítima. Y en tono de explicación paternal, le recordó que si se mata a un insecto el crimen es infinitamente más grave que si el muerto es un malhechor, porque el animalito no puede reencarnar. En cambio, sentenció, la muerte de esos 30.000 revoltosos era un gran beneficio, porque ellos reencarnarían en otros tantos buenos seres humanos.

Muerto por su culpa

La ciega confianza que Hernández tenía en sus creencias esotéricas le costó muy caro. Su hijo único tenía poco menos de 18 años cuando presentó todos los síntomas de una apendicitis aguda. Pero lejos de aceptar los ruegos de la madre para llevarlo a un hospital, el Presidente le administró una de sus botellas de aguas de colores que, según él, contenían curas mucho más eficaces que cualquier procedimiento quirúrgico. Como era de esperarse, la salud del muchacho no hizo otra cosa que empeorar, y murió esa misma noche en medio de terribles dolores.

9. Gerardo Machado
No haber matado más

Machado, aún enfurecido por su derrocamiento, no tuvo inconveniente en hacer las siguientes declaraciones en el Canadá, a los tres meses de su fuga, luego publicadas en Cuba en la revista Bohemia: "Cuando en los principios de mi campaña presidencial vi el entusiasmo con que el pueblo recibía en todas partes a mi ilustre adversario, el general Menocal, tentado estuve de renunciar a la política, mas en el momento crítico la mano poderosa de Laureano Falla Gutiérrez vino a mi ayuda, y Clemente Vázquez Bello distribuyó el dinero de manera definitiva para ganar unas elecciones en que el voto popular espontáneo nada decidió. Gané, pues, por dinero, y dinero español, luego nada tengo que agradecerle a Cuba". Y añade: "Soy partidario decidido de los pueblos militaristas. Yo quise una Cuba libre, feliz y contenta. Por ese ideal llegué hasta la dictadura, y cometí el error fundamental de no haber eliminado más gente de lo que hice''.

Dios en el cielo…

La alianza de Gerardo Machado con la Iglesia cubana fue un factor muy importante en la permanencia del dictador en el poder. Cuenta Alejo Carpentier en un artículo de 1933 que un domingo monseñor Ruiz, arzobispo de La Habana, al culminar un sermón en la catedral de esa ciudad con una frase perentoria: "Dios en el cielo y Machado en la Tierra".

10. Anastasio Somoza García
La hija en el billete

De los tres hijos del iniciador de la dinastía en Nicaragua, Lillian, la única mujer, fue ciertamente la bienamada. No solo fue coronada Reina de la Guardia Nacional, ataviada con la corona de oro y diamantes de la Virgen de la Candelaria, sino que sirvió como modelo para el billete de un córdoba. La imagen que aparece era supuestamente la de una mujer de etnia Masaya, pero realmente es Lillian Somoza Debayle, disfrazada como india piel roja, con una pluma en la cabeza.

11. Anastasio Somoza Debayle
Una empresa vampiresca

De todos los negocios en los que participó Anastasio Somoza Debayle, tal vez no hay ninguno tan macabro como Plasmaféresis de Nicaragua S.A. La empresa se dedicaba a comprar sangre a las personas más pobres de la sociedad nicaragüense para luego exportarla a los Estados Unidos en forma de plasma. El negocio escandalizó y asqueó a la opinión pública. El periodista Pedro Joaquín Chamorro escribió en el periódico La Prensa: "De Somoza se dirá no solo que derramó la sangre de su pueblo, sino que la vendió en el extranjero".

12. Rafael Leonidas Trujillo Molina
Nuestro hijo de puta

En 1937, el dictador ordenó, tal vez, el peor de sus crímenes, cuando lanzó un regimiento a exterminar cuanto haitiano encontrara en el territorio que no pudiera acreditar su permanencia legal en República Dominicana. La masacre, según los cálculos más realistas, pudo llegar a las 30.000 víctimas, todas ellas asesinadas a machetazos, pues el tirano había ordenado no gastar munición. Ese fue el episodio que dio lugar a la famosa frase del presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt. Indignado, el secretario de Estado, Cordell Hull, le dijo a su jefe: "Señor Presidente, este hombre es un hijo de puta". El gobernante contestó sin chistar: "Sí, pero es nuestro hijo de puta".

13. Todo es Trujillo

La megalomanía del dictador era tan grande, que no solo se hizo otorgar los títulos más delirantes, como Generalísimo y Benefactor de la Patria, sino que les dio su nombre y el de toda su familia a las calles, monumentos, hospitales, estadios en todo el país. Un chiste popular decía que cuando un forastero le pidió a un dominicano instrucciones para llegar a determinada parte de la capital (llamada en esa época, cómo no, Ciudad Trujillo), las direcciones serían algo así como "Tome usted la avenida del Benemérito, tuerza entonces por la calle de la hija, siga adelante hasta el estadio del hijo, tuerza después por el hospital de la abuela y, pasando el puente de la tía, ya está usted allí". ?


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