16 de diciembre de 2009

Libros y cannabis

Por: Antonio García Ángel
| Foto: Antonio García Ángel

Ahora que a los honorables señores godorreas les ha dado por prohibir todo, hasta el gustico, en nombre de la tradición, la familia y la sociedad; en estos tiempos que vivimos bajo la égida de Uribe, el padre Marianito y José María Escrivá de Balaguer; en esta época de Césares Mauricios y Alejandros Ordóñeces (no propiamente de la risa), estamos en vísperas de la prohibición de la dosis personal. Por ello he aquí unas recomendaciones de literatura fumetas, porque la mata, cuando no mata, también puede inspirar páginas.

Un gran libro es Haschisch, de Walter Benjamin, que reúne sus escritos que tienen por tema la embriaguez por drogas. Estos textos muestran, sobre todo, talento para describir las trabas. El primero de ellos, "Myslowitz-Braunschweig-Marsella", cuenta el momento en que Benjamin es víctima alucinada de la monchis: "De cualquier manera, me pareció prudente comprar una tableta de chocolate. Desde lejos me hizo guiños un escaparate con bomboneras, papeles de plata reluciente y golosinas apiladas. Entré en la tienda y me quedé desconcertado. No se veía a nadie. Pero esto me sorprendió menos que las extrañísimas poltronas a cuya vista tuve que reconocer de buen o mal grado que en Marsella se bebe el chocolate en sitiales encumbrados que generalmente parecen como sillones quirúrgicos. Del otro lado de la calle vino entonces corriendo el propietario vestido con un blusón blanco, y tuve el tiempo justo para hurtarme, riendo a carcajadas, a sus ofrecimientos de afeitarme o cortarme el pelo".

En la primera parte de Los paraísos artificiales, titulada "El poema del Haschisch", Baudelaire habla de las características del cannabis y describe sus experiencias, incluyendo esta frase en donde se dan cita la seca y el enchonche: "El paladar queda seco por una sed cuya satisfacción sería infinitamente dulce, si los deleites de la pereza no fuesen aún más agradables y no se opusieran a la menor molestia corporal". Baudelaire diserta sobre los efectos y los usos que tiene la marihuana en él y en su círculo de fumadores de haschisch, con la misma lucidez que emplea en sus escritos sobre arte.

Pasemos ahora a textos más ligeros. El primero es Tirados en el pasto, de Andrés Calamaro y Alejandro Rozitchner. Conversaciones grabadas y transcritas. Típicas charlas de trabados. He aquí un extracto:

Andrés: En los hormigueros sobra gente, porque acaba de caer una ceniza al piso y por cenizas mandaron a unas hormigas, para ver de qué se trataba.

Alejandro: ¿Era una ceniza de porro? Es un signo importante porque de repente las hormigas están buscando…

Andrés: Un high.

Alejandro: Claro.

El libro está lleno de chit chat, del paso muerto del tiempo. El lugar común tan tratado en el cine de dos huevones echando mierda en un andencito, en pantacha, inmersos en ese tipo de cháchara que trenza lo profundo y lo banal, repleta de observaciones curiosas, interpretaciones de la vida y la música, siempre con un eje de humor. El mismo Rozitchner tiene otro libro: la novela Pernicioso vegetal, que no es magnífica pero vale por un pasaje escalofriante en que un hombre y su hija de cinco años comparten un bareto. No apta para espíritus sensibles (como yo).

El escritor Elmore Leonard tiene un buen oído, un particular instinto para escribir escenas de charla inane. En medio de sus novelas siempre hay un par de personas que se echan un porrito y hablan bobadas. Leonard es uno de los favoritos de Tarantino; es el autor de Rum Punch, la novela en que está basada Jackie Brown. Mis preferidas de Leonard: Swag, Get Shorty, The switch y Be Cool.

Como documentación acerca del tema recomiendo el primer capítulo de Porno, marihuana y espaldas mojadas, escrito por el periodista norteamericano Eric Schlosser, así como La cuestión del Cáñamo, de Antonio Escohotado. Ambos tienen argumentos interesantes acerca de la prohibición y lo erradas que son las políticas represivas. El recuento histórico más divertido y mejor escrito, así como ampliamente documentado, se lo debemos al escritor británico Martin Booth y se llama simplemente Cannabis. Todavía pueden encontrarse en las librerías colombianas, aunque seguro no falta algún godorrea que pretenda prohibirlos. O quemarlos, por supuesto.